Del Partido Socialista Unido a la microfísica del poder popular sencillito y concreto

Los partidos políticos ya no representan nada ni representan a nadie, justamente por estar llegando actualmente a su agotamiento histórico y social gracias al sistema representativo burgués que los justificó en los últimos cien años.

Son algo anacrónico en una sociedad que viene aprendiendo a organizarse desde lo pequeño, lo cotidiano, lo ecológico, lo autogestionario, el autogobierno, la anarquía y la desobediencia frente a todo lo que se parezca al Capitalismo.
Y, valga esta pequeña advertencia sociológica, no hay nada que más se parezca al Capitalismo que un partido político. Allí prevalecen las ortodoxias (las verdades únicas, sacrosantas e indiscutibles del ideólogo o de los ideólogos del partido), y las jergas o clichés grupalistas excluyentes (por lo general toda persona que pertenece a un partido piensa y habla como el resto de los miembros del partido o busca parecérsele). También hacen su aparición en la vida histórica de todo partido político: los rituales del poder constituido como las jerarquías, las cúpulas y los secretos administrativos, las lógicas de maquinaria electoral, la división social entre política y producción, la disciplina militante acrítica y las lealtades incondicionales a una persona o a un grupo de personas que, abrogándose el mando o el papel de vanguardia del conglomerado social, empieza pronto a abrogarse privilegios, símbolos y moralidades junto al papel protagónico de dirigir.

El partido político necesita ser reconocido como dirigente y que una masa sea dirigida. Es parte de la sustancia misma de la división social del trabajo en que se sustenta el Capitalismo.

Un partido político, llámese como se llame, estará siempre distante de la esfera productiva, ya que su papel es dirigir mientras otros producen y de pensar para que otros hagan. Y esto nos llevará inevitablemente al fracaso, ya que está suficientemente demostrado que todas las prácticas de partido terminan con toda iniciativa de democracia, de discusión creativa, de producción autónoma, de autogestión y de autoorganización comunitaria.

Ahora bien, muchos y muchas se preguntarán: ¿Y si no es un partido, en torno a qué y para qué nos organizamos políticamente; cómo transformar estratégicamente las relaciones sociales de producción, acabar con las injusticias y las inequidades, combatir la pobreza, democratizar las riquezas materiales y mejorar la calidad integral de vida en una sociedad que se ha propuesto llevar a cabo una revolución como la nuestra?

Es aquí donde, apoyándonos en ideas o paradigmas emergentes como los que han planteado personas como Michel Foucault y Fritjof Capra, “descubrimos” la importancia de lo chiquito, de la microfísica del poder, de lo cotidiano y lo sencillo y del trabajo y la organización en múltiples e infinitas redes sociales, productivas y culturales, para construirle vías alternativas al Capitalismo y hacer valer una nueva esencia de las relaciones humanas que se centre en la horizontalidad, en la democracia participativa real (todas y todos participan por igual en la discusión, creación, ejecución y evaluación de planes y proyectos), en la unión del trabajo intelectual con el trabajo manual, en la cultura del debate, en el diálogo de saberes, y en la cooperación para organizarnos y producir sin jefes ni jerarcas privilegiados o predestinados de ningún tipo.

Eso tan sólo en la concepción teórica del asunto, ya que en la práctica es lo que viene ocurriendo. Mucha gente del chavismo sabe, pero nunca lo dirá en público, que el partido político al que convoca Chávez será cualquier cosa menos un espacio para el debate democrático de las ideas, para la producción y la articulación con lo que se hace en el barrio, la fábrica o el campo. Muchos chavistas ya han padecido la indolencia, la corrupción y la ineficiencia de los aparatos políticos y del Estado de los tiempos actuales, y se han replegado a sus centros de vida cotidiana para organizarse y para producir, bajo esquemas diferentes al Capitalismo y sin la necesidad de ningún experto o iluminado que diga qué es lo que se tiene que hacer.

Muchos oportunistas saldrán a peglarse al partido, mientras el pueblo irredento y libertario irá por otros caminos a construir sus iniciativas autónomas, solidarias y libertarias para sobrevivir y producir.

El pueblo irá por caminos de solidaridad y cooperación a producir, comer, estudiar, investigar, trabajar, amar y organizarse sin tener que formar parte de ningún partido. ¿Si no le ha hecho falta hasta ahora, por qué ir a construir algo como un partido político que dejó de parecerse a los pueblos desde hace mucho tiempo? ¿Si el mismo Bolívar se pronunció a favor de que cesarán los partidos políticos por qué insistir ahora con esta modalidad política organizativa?

El mismo Chávez irrumpió y se hizo fuerte en el imaginario social del pueblo venezolano cuando se diferenció del estilo, la concepción y las prácticas de los partidos políticos de la cuarta república y los combatió decididamente.
Creo que Chávez debe detenerse a pensar en esto por un buen tiempo y buscar las maneras de reorientar el debate en torno a cómo organizarnos ya que la figura de partido que propone tiene pocas probabilidades de éxito.

El pueblo venezolano ha despertado y no quiere partidos políticos. Se está encaminando en la idea de ir aprendiendo a construir el Socialismo, pero estoy seguro que lo está haciendo reivindicando experiencias concretas y sencillas, muy parecidas a él, como las de los autogobiernos locales, la autogestión, las cooperativas, los Consejos Comunales y las redes sociales, familiares y comunitarias.


rafa_ven21@yahoo.es


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Rafael Rodríguez Vergara


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