Si tomáramos en serio los rumores por Internet, estuviésemos a estas alturas presos de ráfagas de alucinaciones terroríficas, ansiedades, depresiones y accesos de ira. En realidad, hay una porción de la clase media que se encuentra (Globovisión mediante) en ese lamentable estado emocional. Una parte de ella, en las universidades.
Cuando el Ministro Acuña anunció su propuesta de reforma parcial de la Ley de Universidades, un grupo de profesores fuimos a la prensa apoyándola, concientes de que en diarios como el Carabobeño y Notitarde no teníamos libertad de expresión. Debiera recordar que allí decíamos, entre otras cosas, que la autonomía universitaria no estaba en peligro con un gobierno que le había cumplido a la universidad como ningún otro anterior, que era lógico que las universidades se adecuaran y participaran en los planes de desarrollo del país, que entre autonomía universitaria y socialismo no había contradicción porque siempre fue una bandera tradicional de la izquierda desde principios del siglo XX.
Desde por lo menos los ochenta, las universidades fueron tomadas por las diversas versiones del neoliberalismo y el positivismo más ramplón. Claro: era una onda latinoamericana, si no mundial. El marxismo venía en crisis desde hacía tiempo. En los setenta había habido un interesantísimo intento de actualización, con el aporte de Althusser, Lefebvre, Lukacs, Ludovico Silva, Maneiro, Lanz y otros pensadores. Pero la fragmentación, decadencia y disolución de la izquierda, y algunas becas en el exterior, ayudaron a que el pensamiento de derecha terminara de asentarse en un medio cada vez más exclusivo desde un punto de vista socioeconómico. El movimiento estudiantil culminó su desideologización, en una selva de números de planchas y negociaciones del reparto de los ya millardarios presupuestos universitarios.
Con la caída del bloque pseudo-socialista, aquello del “fin de la historia” terminó de autorizar las rabiosas conversiones de algunos que olvidaron su breve paso “solidario” por la Nicaragua sandinista o una remota militancia en la izquierda. Recuerdo que uno de los tópicos más repetidos entonces, fue aquel de que los “políticos” habían desplazado a los “académicos”. Esto había sido así desde hacía mucho más tiempo. De hecho, el bipartidismo llevó aquel desplazamiento a niveles obscenos. Pero el análisis se quedaba corto. Cuando se inicia el proceso bolivariano, se evidenció que las universidades ya no sólo eran plataforma de la carrera política de algunos ambiciosos jefes de tribu (y contratistas ávidos); sino que se convirtieron en trincheras de la oposición de los paros, golpes de estado y “guarimbas”.
Con los anuncios de cambios, vendrán nuevos alineamientos. Por supuesto que hay que dar el voto paritario a los estudiantes, reducir a un porcentaje el de los jubilados, hacer participar a los trabajadores y empleados. El argumento de que la universidad es una institución jerárquica, a la manera de los ejércitos, es hipócrita. Hace tiempo que da más poder tener votos en virtud de alguna modalidad de clientelismo, que haber investigado, escrito libros o culminado un doctorado. Para defender al conocimiento habría que participar, con más aportes, en los planes de independencia científica y tecnológica.
En este sentido, es bueno leer las propuestas para el plan 2007-2013. Por ahora, lo que hay es un conjunto de enunciados generales. Ocurre como con el socialismo que aparece en la reforma constitucional: como no está preciso “por comprensión”, se puede interpretar “por extensión” que es lo que va a quedar en la constitución. O sea, diversas formas de propiedad (incluida la privada), nueva “geometría del poder”, Poder Popular-
Comunal, misiones. Pero también garantías de derechos democráticos, pluralismo político, latinoamericanismo bolivariano.
El espacio es corto y tengo que cerrar: o inventamos o erramos.
Profesor de la Universidad de Carabobo
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