El conflicto venezolano me ha recordado un emocionante pasaje bíblico. Dos mujeres acuden al Rey Salomón para resolver su disputa por la maternidad de un bebé. El monarca, acariciando su barba poblada, escucha en silencio los alegatos de cada una. Al terminar ellas, pronuncia con determinación su sentencia: habrá que partir en dos, con una afilada espada, al pequeño, para darle su parte a cada una. La reacción de las rivales, evidencia la verdad. Una, celebra complacida la salomónica decisión. La otra, ahogada en llanto, ahora ruega porque le entreguen el niño a su adversaria, para preservar la vida e integridad del niño. Salomón ha logrado descubrir quién es la auténtica madre. Pero en el conflicto venezolano no hay auténticas madres para quienes lo primero es la vida de la criatura. Solo hay fieras peligrosas disputándose al niño, dispuestas a que, si es necesario, caiga la espada filosa sobre el tierno cuerpo para despedazarlo. Porque, si no es para mí, debe morir. Incluso, entre sus escenarios posibles, figura la "balcanización" del país en una guerra civil "asimétrica". Solo el niño, o sea, el propio pueblo, estaría interesado en tener una vida plena.
Constatar esto, que los intereses de los actores más fuertes en el conflicto venezolano, no consideran para nada la vida misma del país, desasosiega y, a veces, desespera. Pero la vida es así, no la he inventado yo, como cantaba Jerry Ribera. Venezuela está en la intersección de varios conjuntos de antagonismos. En eso consiste la complejidad de su crisis. Para no caer en una simple enumeración de maremágnum (estilo LFT), habría que mencionar uno por uno, analíticamente, esas dimensiones. Voy a hacerlo a continuación, aun sabiendo que se nos pueda escapar algo. O mucho.
Hay una dimensión globalmente geopolítica. EEUU quiere retomar su poderío, desplazado en su descuidado "patio trasero", después de haber jerarquizado el Medio Oriente y otras zonas por encima de América Latina en las últimas décadas del siglo XX, posibilitando la creciente presencia económica china, con gigantescas inversiones en infraestructura, medios de transporte, proyectos varios, comercio de materias primas que contribuyeron al explosivo crecimiento chino y el auge del "progresismo" y las burguesías "nacionales" de los economías más grandes de la región. El tradicional imperialismo norteamericano renueva la doctrina Monroe, que rechazaba la presencia de poderíos extracontinentales, los europeos específicamente y luego, durante la Guerra Fría, el soviético. En el nuevo reparto del mundo entre tres (Trump, Putin y Xi), no hay ley internacional. Solo planes de dominación económica y militar, incluso expansión territorial como los imperios del siglo antepasado.
La soberanía nacional ya ha sido violada muchas veces. Violaron la autodeterminación de los pueblos al robar las elecciones, priorizar el pago de la deuda exterior por encima del sufrimiento del pueblo (como denunció hace poco el profesor Cecil Pérez), la entrega de servicios de identificación e inteligencia a los cubanos, influencia determinante de otros gobiernos y la disposición a entregar las riquezas del país a cambio de un reconocimiento al gobierno de facto. Por supuesto, Venezuela, América Latina toda, tiene relevancia geopolítica. No son solo las reservas petroleras.
Se sabe que el mundo no es el mismo del de principios de siglo. Lo del corolario Trump a la doctrina Monroe de la "nueva" definición de seguridad norteamericana, es solo una reacción a hechos cumplidos. Según Francisco Urdinez, investigador chileno (2025), "el cambio tectónico en las relaciones económicas entre China, Estados Unidos y Latinoamérica durante la primeras 2 décadas del siglo xxi constituye, quizá, la transformación geopolítica más significativa en el hemisferio occidental desde la Guerra Fría". Entre 2001 y 2020, el peso de las inversiones chinas en la economía latinoamericana aumentó quince veces, mientras que el estadounidense se contrajo en un cuarto. Para 2020, China ya había desplazado a Estados Unidos en doce países latinoamericanos, incluyendo a los gigantes regionales de Argentina y Brasil. El cambio es particularmente notorio en sectores estratégicos. En infraestructura energética, los bancos chinos prestaron 58000 millones de dólares entre 2001 y 2020, mientras que instituciones lideradas por Estados Unidos aportaron apenas 32000 millones. Sin ser marxista, el investigador chileno concluye que el liderazgo mundial se construye sobre cimientos económicos. Cuando estos se erosionan, es inevitable que la influencia política disminuya.
La otra dimensión de nuestro conflicto, es ideológica. Esta no tiene que ver con la antigua confrontación comunismo/socialismo del siglo pasado. A nivel global, hay un desplazamiento del multilateralismo neoliberal de "valores democráticos u occidentales", por la ultra derecha chovinista, imperial, ultraconservadora, racista, autoritaria, proteccionista de gran potencia. En palabras filosóficas, se impone Trasímaco, el teórico de la "justicia" del más fuerte, frente a la defensa de la virtud que intenta Sócrates en los Diálogos de Platón. La "virtud", imperfecta, hipócrita tal vez, de los Derechos Humanos, el multilateralismo ONU, los objetivos humanistas y ecológicos del milenio, la democracia, etc., han sido reducidos a la impotencia. Mires observa que se ha impuesto la hegemonía de una derecha "populista", escandalosa, agresiva, caudillista, racista, sobre las otras derechas, la tradicionalista (religión, tierra, familia), la moderada cristiana y el centro socialdemócrata, todas partidarias del esquema neoliberal de libre comercio e inversión y aniquilación de los derechos laborales. Por esto, la contradicción principal actual, en la dimensión política ideológica, es entre democracia y autoritarismo demagógico.
Por supuesto, no se puede negar que, desde hace tiempo, hay una gran crisis de la democracia en la región latinoamericana y en todo el mundo. El sistema democrático está aquejado de graves falencias sistémicas. Ha fallado en la respuesta a las demandas sociales, lo cual ha repercutido en la crisis de representatividad de los partidos políticos modernos y, finalmente, de pérdida de legitimidad de las instituciones. Algo a lo que ya apuntaba Caldera en aquel discurso recordable del 4 de febrero de 1992, no hay defensa de la democracia con hambre. Todo eso se quiso resolver en los noventas con cambios constitucionales, y hubo la ola de nuevas constituciones garantistas y "participativas" en varios países latinoamericanos, de la mano del "progresismo", que también se montó sobre la ola de los altos precios de las materias primas que alimentaron el crecimiento chino. Pero no fue suficiente y el progresismo entró en crisis en la segunda década de este siglo, debido a sus evidentes caudillismos, demagogia, corrupción, incoherencia e ineptitud. No se trata, como pretende un "influencer" mexicano, de moda en auditorios maduristas, de la vieja contradicción entre reformismo y revolución o entre bolcheviques y mencheviques, que bastante agua ha pasado bajo los puentes desde 1902, cuando se dividió el partido ruso. No hay que olvidar que precisamente el "progresismo" fue una respuesta, relativamente exitosa en su momento, a los desastroses errores de la izquierda anterior, de las décadas de los sesenta, setenta y ochenta.
Pero no solo el "progresismo" pagó las cuentas en Chile, Ecuador, Bolivia, Honduras, Argentina. También continuaron las crisis políticas crónicas de Perú, la "democracia imperfecta" de toda una capa de políticos corruptos, que cambiaban de presidente como de interiores, y el Ecuador postcorreísta que no logró resolver sus cuentas pendientes con los movimientos sociales y la delincuencia organizada, que desbordaron, tanto al progresismo, como a la derecha que le sucedió en el poder. Mientras tanto, persistieron a punta de represión totalitaria y hambre las dictaduras de la izquierda degenerada, autoritaria y corrupta (Cuba, Nicaragua, Venezuela). Todo eso, alimentó el avance de una ultraderecha (Argentina, Chile, Brasil, etc.), que usó la lucha por la hegemonía ideológica, no solo aprovechando las nociones de Gramsci, sino también a Le Bon y Goebbels.
Hay que tomar en cuenta igualmente la geopolítica cercana. El conflicto colombiano ha persistido y se ha profundizado con el auge del ELN, que ha crecido en los últimos años en toda la zona fronteriza de Zulia, los estados andinos, Apure, Amazonas y Bolívar (según la investigación de "Insight Crime"), usando la complicidad chavista/madurista, para usar el territorio venezolano como retaguardia, en conexión con el crimen organizado, narcotráfico y la "mano zurda" de los soles maduristas para burlar las sanciones mediante "flotas fantasmas". Ellos sí han desarrollado con éxito las enseñanzas de las "zonas liberadas" del maoísmo tradicional, con las innovaciones del narcotráfico y el apoyo de las fuerzas armadas de un Estado. El ELN se parece más a eso, que las "milicias" de un pueblo famélico. Además ¿esto es a lo que se alude cuando se habla de una "guerra civil", "guerra asimétrica", "unión de los ejércitos binacionales", como estrategia a una presunta invasión norteamericana que, por otra parte, se niega y se busca evitar aceptando descuartizar al bebé?
Pero hasta Trasímaco necesita discurso para justificar y racionalizar su culto a la violencia, el abuso y la patanería. Los ideólogos de los "hombres fuertes" atacan a un "hombre de paja" inventado. Lo llaman "Occidente". El autoritarismo o fascismo posmoderno es una ideología con muchas formulaciones: desde Dugin, los llamados "Nazbol", hasta Vance y los influencers neomonárquicos del MAGA. Usan lugares comunes: las tradiciones nacionales para justificar su chovinismo de gran potencia, la religión, la raza (odio al Otro, étnico o religioso), incluso la familia con su jerarquía patriarcal. Lo terrible de estos tiempos es que se dan verdaderos Frankensteins ideológicos como el trumpismo, merengada de racismo, machismo y fundamentalismo religioso, y el madurismo que fabrica un "culto a la personalidad" mezclando el imaginario de los superhéroes de Marvel, la escenografía del regaeton y la cristianismo protestante, con cierto vaga fascinación por los chinos y Putin y una alusión a un jefe militar y populista muerto.
De verdad, ¿está Occidente en juego, como afirma tanto Dugin como Vance? ¿Qué es occidente para ellos y para nosotros? De Occidente viene la idea de la nación y hasta la del nacionalismo, confundido con el de "pueblo" y, por tanto, la "soberanía popular" y la "democracia", noción ésta que es inseparable del "Estado de Derecho", "constitución", "libertad, igualdad, solidaridad" ¿De dónde viene el marxismo, si no de occidente y su admiración por la ciencia y su método racional? ¿No eran occidentales todos esos filósofos que practicaron su propia libertad de pensar? Y si vamos a esa rara coincidencia del fundamentalismo islámico con los autoritarios norteamericanos y rusos ¿Acaso el Islam no bebió en las mismas fuentes de la Biblia y la filosofía aristotélica? ¿De dónde proviene el cristianismo o, mejor dicho, la cristiandad? ¿No hay capitalismo hoy en día en China, Rusia, Irán, etc.?
Hay que asimilar la novedad de ese solapamiento y la mutua interacción de esas (y otras) dimensiones, en esa complejidad del conflicto que aquí solo he descrito muy por encima. Hay que insistir en la virtud democrática y de la razón frente a Trasímaco. Sócrates, al final, tiene la razón. Hay que cuadrarse con la Democracia en su contradicción con el autoritarismo nazbol. Y pronto, porque el tiempo juega a favor de los déspotas.