La historia política venezolana reciente está marcada por contradicciones que revelan, con crudeza, el papel de cierto liderazgo opositor en la estrategia imperialista contra la soberanía nacional. Entre ellos, destaca la figura de una dirigente que, durante años se presentó como "inquebrantable" y "decidida a quedarse hasta el final", pero que hoy aparece en el extranjero recibiendo un insólito "premio de la paz" acompañado de un millón de dólares.
Esta dirigente fue protagonista de las guarimbas, de llamados explícitos a la intervención militar extranjera y de la narrativa que justificaba la masacre de venezolanas y venezolanos chavistas en nombre de una supuesta "libertad".
Su promesa de resistencia hasta el último aliento se disolvió en el aire. El "final" no fue en Caracas, ni en las calles de Venezuela, sino en un escenario internacional donde se premia la desestabilización disfrazada de lucha democrática.
Recibir un galardón de "paz" tras haber liderado comandos de violencia es una ironía que desnuda la lógica imperial: se premia la traición, se financia la desestabilización y se legitima la violencia bajo el ropaje de los derechos humanos.
El imperialismo estadounidense ha convertido a ciertos actores políticos venezolanos en piezas de su tablero geopolítico. La narrativa de "defensores de la democracia" es funcional a la estrategia de intervención y saqueo.
El millón de dólares recibido no es un reconocimiento, sino un pago simbólico por los servicios prestados: la promoción de la violencia, la solicitud de invasiones y la entrega discursiva de la soberanía nacional.
Mientras algunos se marchan a recibir premios que contradicen su propio historial, el pueblo venezolano permanece en resistencia, defendiendo su derecho a existir sin tutelajes ni invasiones. La pregunta "¿En dónde está ahora la que se quedaba hasta el final?" no es retórica: señala la distancia entre la palabra y la acción, entre la promesa y la huida.
Está lejos de Venezuela, pero cerca del poder imperial, está ausente de la lucha real, pero presente en los escenarios donde se negocia la traición, está en la vitrina del imperialismo, pero fuera de la historia de dignidad que escribe el pueblo venezolano.
El episodio revela una verdad incómoda: quienes se autoproclamaron líderes de la "resistencia" terminaron siendo voceros del imperialismo y beneficiarios de su financiamiento. La coherencia política no se mide en discursos incendiarios ni en premios internacionales, sino en la capacidad de permanecer junto al pueblo en los momentos de amenazas.
La soberanía venezolana no se negocia por petróleo gratis, ni se premia en dólares.