El mundo en redefinición: Reflexiones al inicio de un nuevo año

La madrugada se convierte en un espacio de preguntas. No es un desvelo casual, sino la expresión de una inquietud que atraviesa a millones de personas: vivimos en un mundo donde las categorías políticas se diluyen, las virtudes parecen reemplazadas por intereses inmediatos y las certezas económicas se vuelven flexibles conforme a la voluntad del poder que las necesite.

Estas interrogaciones no son nuevas. Desde que la humanidad es humanidad, hemos buscado respuestas en nuestras diferencias, sobre el rumbo colectivo. Por eso, lejos de pretender ofrecer fórmulas mágicas o lecciones definitivas, lo que planteo es la necesidad de no dejar nunca de pensar en alternativas. Pensar es resistir, avanzar y resistir hasta abrir nuevos caminos.

Como venezolano, creo que nuestro esfuerzo debe orientarse hacia la adopción de prácticas y valores que nos acerquen a una realidad posible. Y lo hago en el umbral de un nuevo año, recordando las palabras de Facundo Cabral: "Este es un buen día para comenzar de nuevo."

La crisis actual tiene un carácter global, aunque no uniforme. Se manifiesta en la pérdida de referentes políticos, económicos y culturales. Las ideologías tradicionales, izquierda y derecha, se han vuelto maleables, adaptadas más a intereses coyunturales que a principios sólidos que nos permitan una esperanza de garantías mínimas a largo plazo. Las instituciones que antes ofrecían estabilidad hoy parecen frágiles, incapaces de responder a la velocidad de los cambios, y si a las variables de intereses.

Sin embargo, no todas las comunidades viven esta desorientación con la misma intensidad. Allí donde existe cohesión social, rituales compartidos y economías locales más sólidas, la incertidumbre se amortigua. Familias amplias, pueblos con fuerte vida comunal o redes cooperativas logran sostener un sentido de pertenencia que actúa como defensa frente al caos.

La filosofía, la religión y las prácticas espirituales humanas han ofrecido, a lo largo de los siglos, caminos para enfrentar la incertidumbre:

El estoicismo al aceptar transformar lo que depende de nosotros y actuar con virtud, sin resignación. El existencialismo en crear sentido en medio del absurdo, asumir la libertad como responsabilidad; mientras que el comunitarismo nos permite reconstruir pertenencia y deberes mutuos, recuperar la identidad como anclaje ético.

Las religiones también han sido brújula: el cristianismo con su esperanza activa y su llamado a la caridad; el budismo con su comprensión del sufrimiento y la práctica de la compasión; el judaísmo y el islam con la disciplina ética que ordena la vida cotidiana.

En el plano secular, prácticas como el servicio comunitario, la atención plena o los actos cívicos pueden devolver dirección y propósito. No son soluciones definitivas, pero sí herramientas para resistir la indiferencia.

En estas circunstancias volvemos a la pregunta de siempre. ¿Es el ser humano intrínsecamente bueno o malo? La respuesta más honesta es que somos ambivalentes. Capaces de ternura y crueldad, de cooperación y dominio. El contexto, las instituciones y las elecciones individuales determinan la dirección de nuestras acciones.

Más que etiquetar la naturaleza humana, lo importante es diseñar entornos que premien lo mejor y limiten lo peor. La repetición de actos virtuosos forja hábitos, y los hábitos construyen carácter. La comunidad, como espejo, puede elevar o corromper.

Los condicionamientos históricos, genéticos y culturales existen y pesan, pero no son destino inmutable. Reconocerlos es el primer paso para trascenderlos. Tres palancas permiten el cambio: Cuando asumimos la conciencia y somos capaces de nombrar el patrón rompemos su invisibilidad. Realizar la práctica de pequeñas acciones repetidas crean trayectorias nuevas, mientras que crear estructura, modifica reglas del juego y multiplica las posibilidades de transformación. En fin, ni negar los condicionamientos ni someterse a ellos: incorporarlos como mapa para navegar mejor.

La pregunta más importante es si debemos resignarnos. La respuesta es clara: no.

Aceptar la realidad tal cual es no significa rendirse, sino reconocer el punto de apoyo para transformarla. La resignación paraliza; la aceptación lúcida moviliza.

La esperanza responsable y la acción concreta son las herramientas para enfrentar el caos. Convertir la angustia en servicio, la incertidumbre en reflexión y la crisis en oportunidad de memoria crítica es la tarea que nos corresponde.

La madrugada que me llevó a escribir estas líneas no fue un accidente. Fue la expresión de una inquietud que compartimos como humanidad. El mundo parece haber perdido sus coordenadas, pero eso no significa que debamos resignarnos.

Pensar alternativas, adoptar valores que nos acerquen a una realidad posible y comenzar de nuevo cada día son actos de resistencia frente a la indiferencia. Como venezolano, creo que este esfuerzo debe ser colectivo, de todos, con todos y para todos, porque solo en comunidad podemos sostener la esperanza.

La pregunta "¿para dónde vamos?", seguirá abierta. Pero lo que sí podemos precisar es el proceso: será un tránsito marcado por la pérdida de referentes, pero también por la posibilidad de reconstruirlos. Y en ese tránsito, lo esencial es no dejar que el mundo nos sea indiferente.

Ojalá nos vaya bien.

Sean felices, es gratis.

Paz y bien.

En La Gruta, bajo la memoria de Santo Domingo de Silos, patrón de pastores, prisioneros y contra la rabia, del santoral católico del día de hoy en Venezuela del 2025.



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José Gregorio Palencia Colmenares

Escritor, poeta, conferencista y articulista de medios

 vpfegaven@gmail.com

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