La crisis sistémica de los Estados Unidos y Venezuela no la soluciona (II)

La crisis interna de Estados Unidos, lejos de ser un problema recluido en ese país, tiene extensas implicaciones para el resto del mundo. A lo largo de la historia, las naciones en crisis han recurrido a la dominación de otras naciones como una válvula de escape, aprovechando la apropiación de recursos ajenos para suplir las carencias internas. En este contexto, la mirada de Estados Unidos se ha hecho más extensa y descarnada presionando y maltratando aun a sus aliados más tradicionales, incluyendo por supuesto a América del Sur y Central donde domina con gran facilidad y es dueña de vastas riquezas. Sin embargo, esta estrategia es no solo peligrosa, sino que en los actuales momentos se posiciona como fundamentalmente errónea.

La idea de que la solución a los problemas de EE.UU. reside en el petróleo de Venezuela, el litio de Bolivia, o la biodiversidad del Amazonas es una figuración totalmente equivocada sin soportes científicos. Estos recursos, por más abundantes que sean, no pueden sanar las heridas estructurales del país. La crisis de EE.UU. no es de escasez material, sino de distribución y apropiación de la riqueza generada. No es un problema de falta de recursos, sino de desigualdad, racismo institucional, militarismo desbocado y una democracia secuestrada por intereses empresariales, corporativos y elitistas, que generan divisiones y heridas sociales.

Es un problema de eficacia y eficiencia del sistema, que ya no puede funcionar para el bien común, pues al servir a una élite, deja de ser un verdadero sistema social y se convierte en uno estructurado para beneficio de intereses particulares.

Además, incluso en un escenario de total dominación, la propia lógica del capitalismo global impide que el saqueo masivo sea una solución viable. Un aumento abrupto en la oferta de petróleo desde Venezuela agredida, por ejemplo, podría colapsar los precios, desestabilizando las propias empresas petroleras estadounidenses y generando desempleo en estados como Texas y Dakota del Norte.

El mercado, en su estructura actual, no puede absorber choques tan significativos como robarle el petróleo a Venezuela, sin generar repercusiones sistémicas, afectando no solo a Wall Street sino a toda la economía. El saqueo, lejos de resolver las contradicciones internas, las agrava, y crea situaciones externas que el sistema no puede sostener ni manejar bien.

La solución a la crisis de Estados Unidos no reside en más imperialismo, sino en menos. Es que el país necesita un cambio radical de paradigma, un giro de la dominación a la cooperación. La solución debe ser interna y deben encontrarla en sus discusiones, basada en nuevas reglas de relación social y política. Esto implica una redistribución de la riqueza para reducir la brecha entre los ricos y los pobres, una reforma política, una democratización del poder que incorpore otros grupos sociales hoy marginados, devuelva así el control a los ciudadanos y no a los intereses corporativos empresariales, y la garantía de derechos universales para todos, sin importar su origen, raza o condición social.

Externamente, Estados Unidos debe aprender a relacionarse con el resto del mundo acentuando el respeto y cooperación, reconociendo la soberanía de otras naciones y respetando sus recursos. Es un cambio de mentalidad fundamental.

Hasta que no entienda que su crisis no se resuelve con más coerción e intervencionismo, seguirá exportando su caos y el mundo seguirá siendo víctima de su desmoralización y cólera disfrazada de política exterior. La única vía para la verdadera prosperidad colectiva en EEUU es el reconocimiento de que una economía próspera debe ir de la mano con la equidad y la atención a las necesidades humanas. Cualquier otro camino es falsear la realidad y conducir a su país a un abismo.



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Oscar Rodríguez E


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