Escalio canino

¿Sentimientos o poesía canina?

“Cuando más conozco a los hombres,

 más quiero a mi perro”

 Lord Byron

 Jamás  a mis perritos los he llamado mascotas, i muchos han pasado por mi vida como compañeros indispensables que, por tener un ciclo vital más corto, han ido desapareciendo uno a uno. I cada ejemplar con su encanto particular que dejaron lecciones por sus comportamientos i características biológicas, o por el destino feliz o algo cruel  -en ocasiones− que les tocó. Nunca les consideré “mascotas”, nombre inapropiado que nos vino de fuera como todo lo que pretende borrar nuestras tradiciones. Fue el hogar de mis padres, tan diferente a los de hoi, el que dejó en mi alma sembrado el amor por los animales –recuerdo mi primer gato de angora gris−  por todos los seres vivos que comparten nuestra vida i demuestran que tienen sentimientos puros, desprendidos de las mezquinas pasiones de los hombres.

 Por eso, la frase que pongo de epígrafe o como se quiera llamar, es de un poeta inglés que de manera absurda no mencionan casi los libros sobre literatura, pero que desde hace muchos años despertó en mí una gran simpatía, no tanto por sus poemas que circulan poco, sino por ser un inglés de talento, ajeno a la idiosincrasia de la mayoría “fichas humanas” de un imperio que comenzó a destruir el mundo, i ha continuado la tarea su hijo más terrible, los Estados Unidos.

 George Gordon Byron, sexto Lord Byron, nació en Londres en 1788, contemporáneo de nuestros Libertadores en América, i llevó una vida de viajero aventurero, fascinado por la Hélade,  principalmente, i conquistó mi admiración i la de muchos venezolanos bolivarianos de corazón, el que su yate para viajar por pueblos del Mediterráneo, lo bautizó Simón Bolívar; o sea que hasta la Europa que lo calificaba de un rebelde salvaje i las mentiras de sus detractores se regaban (recuerden la impresión que tuvo Marx), también llegaban las buenas noticias de su inmensa grandeza. Byron dijo que al conocer a los hombres, más quería a su perro, pero advirtió que no era lo mismo para las mujeres que como poeta del romanticismo (i no se entienda romanticismo como blanda o vana poesía, de amores i de flores, sino como lucha i rebeldía) le hizo admirar i amar a la mujer, i admirar al Libertador.

 Este preámbulo, sin embargo, es para referirme a los perros, i no a los hombres que ofenden la vida toda, incluyendo a la madre Tierra. Todos los seres humanos han observado alguna vez la nobleza i el amor incondicional de algún perro, a pesar de que su designación la usamos para ofender, de manera peyorativa . ¡Ese canalla, es un perro! Sería largo referirme a todos los canes que dejaron algo positivo en mi gaveta cerebral de los recuerdos. De uno que tenía mi pequeña hija del primer matrimonio, llamado el menudo animalito Coqui o Coky como ella lo bautizó, en mi libro Fragmentos de Porcelana, quedó impresa su importancia en nuestra vida. Era un bello o hermoso Pomerania Toy, desaparecido, porque un hijo de papá i mamá le metió un balinazo en la frente por deporte, cuando paseaba por la acera del frente. Sería entonces toda una historia canina hablar de Solimán, Popea, Bolita i Pelota, etc., i cuando Leonardo mi hijo mayor estaba todavía un niño, tuvimos una Collie, idéntica a Lassie (con su mancha blanca en la frente) antes de irnos dos años de estudio en Europa; murió estando nosotros allá por falta de cuido i quizá nostalgia. Luego Pelusa la mató un auto i otros más, hasta llegar a los más recientes, compañeros de mi soledad, con los cuales a veces siento que puedo conversar, con su mirar sereno, el movimiento de sus orejas, su lengua, o el rabo, así ahora es moda el cortarlo, con lo cual no estoi de acuerdo.

 Sin embargo, me motivaron estas líneas, lo que he visto recientemente en Internet. Después del terremoto i el tsunami que ha azotado como la ira de uno de eso míticos dioses orientales,  estremeció al Japón, el maravilloso Japón levantado como un gigante de las ruinas de la Segunda Guerra Mundial i el genocidio de Hiroshima i Nagasaki, donde un documental nos mostró una escena para mí conmovedora. Un perro de pelaje blanco i beige como salido de las ruinas, deambula olfateando aquí i allá como buscando alimento o desorientado de no encontrar seres humanos a su alrededor, quizá amorosos amos. De rabo encogido casi entre las patas camina lentamente acercándose a un objeto levantado como precario refugio de color azul gris; allí, tendido a lo largo está otro perro o perra de color blanco, sucio, semi desmayado que levanta con dificultad su cabeza al acercarse el compañero. Este, como diciéndole: es inútil, no consigo nada, le pasa una pata delantera sobre su cabeza, gesto de consuelo casi humano. Es tal vez el principio del fin, en soledad i desamparo, pero al menos ofreciendo compañía i ternura perruna. Los perros no lloran ni tienen como los humanos hipócritas, lágrimas de cocodrilo; tampoco saben sonreír, aunque mi amigo Martínez Acuña tenía un perro que nació sin rabo, por lo que no podía moverlo para expresar a veces su alegría; i Manuel me decía respecto a George –así se llamaba− él no puede mover un rabo, pero se sonríe. I efectivamente, muchas veces parecía que aquel animal en agradecimiento o alegría, sonreía. De eso escribimos hace años. Otro caso visto en Internet, es el de una perra que, habiendo hecho la travesura de romper una bolsa de galletas o dulces, supo confesar con gestos i risa nerviosa, de arrepentimiento su culpabilidad, ya descubierta.

 Los perros damnificados del Japón, expresaron tales sentimientos de heroísmo i colaboración, que no sólo es por el hambre, sino por la usencia del ambiente i los afectos…humanos! ¿Quién podría explicarles que ha pasado? ¿Quien en la ausencia de recursos alimenticios –en la guerra, me decía mi vecino en Korbeek-lo, el señor Damán, un veterano− comíamos raíces, a veces con tierra i todo. Actualmente, en el mundo al revés de Galiano, no habrá, como en una película en una ciudad bombardeada i semi destruida, una mano que consiguiendo una manzana aporreada, al írsela a meter a la boca, vio un niño llorando de hambre, i se la regaló. No, eso no sucederá con los perros. Al fin i al cabo vida de perros. Mas…

 Tanto en Japón, donde no podemos llevar a juicio ni castigar a la Naturaleza, solamente nos queda llorar las numerosas muertes que traen en consecuencia multiplicados hasta por diez, los deudos desesperados, llorosos i en desamparo, i sin un agujero cálido para vivir soportando hambre i frío ¿no nos debe parecer un crimen espantoso, la misma escena causada por la agresividad i la pasión asesina de los hombres? ¿No se puede sentir que Dios está ausente de este punto azul pálido, para no percatarse de semejantes fechorías? Sí. Allí esta Libia como ejemplo terrible i lamentable, donde son seres humanos como nosotros; no son perros que nos duelen como humanos a veces, i hai analistas e intercionalistas que no se duelen de los humanos ni siquiera como perros.

 He conversado con mi perrito Wally (el nombre no se lo puse yo, pero respeto el cognomento) i un compañero  de juegos que tiene llamado Ponky, (mi compañero también)  i cuando me mira con los mismos ojitos de  Lala o de Manchita, dos perritas que lo precedieron (ya fallecidas) que conversaban con la mirada; Wallito me interroga: −¿Por qué sufres frente a esa pantalla que brilla en mil colores? I sólo acato a decirle…¡Por los muertos de un pueblo masacrado, desértico i hermano! ¡Por los que mueren inocentes, sin razones de tiempo transcurrido, sino por la monstruosidad de los hombres de un Imperio i otros  países civilizados insaciables de riquezas vanas o ladrones! O, tal vez,  por dos perritos solos i hambrientos que quizá ya han muerto en el Japón. ¿Podremos en esta patria mía, alguna vez, ver hombres i mujeres tan crueles o indiferentes al dolor ajeno, sentarse en un recinto de televisión, a hablar de paz o de muerte, con colores verdes o blancos? Sí, vi una internacionalista flaca i altiva, i por sus complacencias i sus mentiras, solo imagino o alcanzo a describirla en versos de Quevedo, i en vez de taburete en silla:

 A la jineta sentada

sobre un bajo taburete

con su avantalillo blanco

y su vestidillo verde

Me quedo, entonces,  meditando...verdaderamente, hai más sentimiento i poesía, en el corazón canino i…¡ más quiero a mi perro!

robertojjm@hotmail.com



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Roberto Jiménez Maggiolo


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