En el camino de las transformaciones, Venezuela evita la Muerte Térmica

En el camino de las transformaciones, Venezuela tiene que enfrentar realidades incuestionables. Una de ellas es la industrialización la cual cumple una doble función, por una parte es la generadora de la estructura social moderna, con todas sus complejidades y características y por la otra es la matriz donde nace y se forma la clase obrera que dará forma a la nueva sociedad socialista.

La clase obrera es el impulso, el motor, la forma, la modalidad de esa sociedad la proporciona la historia, valores, dirigentes, cultura de cada país. Si uno de esos valores se hace predominante sobre la clase obrera no se puede conformar verdaderamente una sociedad socialista.

Utilizaremos aquí un concepto rescatado de la Termodinámica y aplicado a lo social que es "La Muerte Térmica", no por lo patético del término, sino que nos permite describir estados avanzados de pobreza y mísera en la que se encuentra la mayor parte de la humanidad. Porque el "Macroestado Global" que es el conjunto de países que en su unidad, conforman hoy la humanidad está caracterizado más por la pobreza y las desigualdades que por el desarrollo y la libertad nacional e individual.

Es solo la industrialización el mecanismo que representa el motor vital que rescata a las naciones de esa "muerte térmica" que algunos podrán decir que es también la muerte técnica, estado de parálisis donde la falta de actividad económica extingue toda posibilidad de progreso. Cuando un país se encuentra atrapado en la pobreza extrema, o se le quiere llevar a ella como se trata de hacer con nuestro país, Venezuela, su sociedad entra en una especie de estancamiento total: la energía y el esfuerzo de su gente se agotan únicamente en la supervivencia diaria. Y pierde completamente la importancia para los países ricos. Solo cuando genera movimiento, politico o revolucionario es tomado en cuenta. Venezuela se ha salvado de este escenario por su capacidad de lucha.

En este contexto, no hay movimiento, no hay innovación y, lo más grave, no hay opciones. En esta muerte térmica social el país pierde la capacidad de transformarse, convirtiéndose en un sistema estático donde el destino de cada individuo está sellado por la falta de oportunidades. Mantener la iniciativa y la capacidad de transformación contra todas las voces que lo consideran imposible, es fundamental.

Pero la clave histórica para romper este ciclo es la industrialización, entendida no como la llegada de grandes establecimientos sino como la capacidad de transformar lo que tenemos en algo de mayor valor. Agregar valor desde la pequeña escala. Cuando una comunidad deja de vender solo materia prima y comienza a procesarla, introduce el movimiento en el sistema.

Ese "valor añadido" es lo que genera excedentes que pueden reinvertirse en nuevos procesos y nuevas ideas. La industria actúa como un desfibrilador que saca al país de su estado inerte, creando una reacción en cadena que despierta la economía y obliga a la sociedad a organizarse de formas más inteligentes y productivas. El proceso de industrialización es perfecta y necesariamente con la visión de la Comuna.

Este dinamismo es lo que permite que aparezcan nuevas opciones de vida para las personas. En un país sin industria, los caminos de la pobreza, de la ausencia de capital, son escasos y similares; en un país que transforma y produce, las posibilidades y alternativas se multiplican.

Y el papel del Estado cobra otro sentido pues debe garantizar, en el caso de nosotros el camino hacia el socialismo y un orden que no sofoque la iniciativa, sino que actúe donde puedan nacer y crecer miles de pequeños proyectos y emprendimientos. Cada taller, cada pequeña fábrica y cada proceso técnico que se pone en marcha es una barrera contra el estancamiento, porque genera un flujo de intercambio que mantiene viva a la sociedad. Y es un escudo contra los ataque externos de dominación.

Para los países que buscan salir del subdesarrollo, la industrialización es el único antídoto real contra la muerte térmica de la pobreza. Al producir, una nación deja de ser un espectador pasivo de la economía global para convertirse en un actor con voluntad propia. La industria inyecta vitalidad al tejido social, creando un movimiento que no se detiene y que garantiza que el mañana sea distinto al ayer.

Industrializar es libertad. Es asegurar que el sistema social sea lo suficientemente dinámico para que se alcance el bienestar colectivo, garantice la soberanía nacional y cada ciudadano tenga el espacio para sus iniciativas, llegando por lo tanto a mayores niveles de libertad.



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Oscar Rodríguez E


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