De los cuentos jocosos del banco. Charla entre viejo chavista y joven confundida

Los dos formaban parte de un nutrido grupo que, hoy martes 7 del primer mes del año, esperábamos que en las pantallas apareciesen nuestros números para acceder a las taquillas de una agencia del Banco de Venezuela en Lecherías.

El mayor, por su aspecto general, me pareció un trabajador, quizás obrero, artesano, pescador – la fuerte musculatura de sus brazos y pecho me indujo esta sugerencia- o un humilde jubilado. De hablar alegre, ingenioso y hasta rebosante de alegría. La joven, quizás menor de veinte años, quien estaba al lado de su madre – nunca supe cuál de las dos estaba allí por el servicio bancario –, en apariencia estudiante universitaria, deducción que hice por algunas de sus expresiones, habló todo el tiempo de manera hosca, pese la cordialidad de su interlocutor, sin quitar la vista a la pantalla del celular que manipulaba hábilmente. Su inocultable molestia pareció derivarse de las iniciales opiniones de aquél y sobre todo por percibirle como un impertinente asomado en su conversación familiar sin invitación previa.

Todo comenzó cuando la jovencita comentaba a su mamá el exorbitante precio de frutas como peras, manzana y uvas. Del intercambio entre ellas, nunca surgió la palabra especulación, nada razonable ni original, pero si la consabida conclusión, “todo es culpa del gobierno”. Un como pensar que el “maldito gobierno”, si no ordena que suban los precios, solo con mirar los productos los marca. Debo reconocer, para ser justos y no introducir comodines, se olvidaron por completo de Chávez.

El mayor, oriental al fin, y como tal “metío, salío o liso”, imprudente o espontáneo, en cualquier circunstancia, hasta para hacer el bien sin que nadie se lo pida, ante aquellos comentarios dijo jocosamente:

-“Cuando yo era muchacho no sabía nada de esas frutas exquisitas. Lo mío era almendrón, uvero, mango, pichiguey y ponsigué. Por supuesto, ahora se me olvidan unas cuantas, todas ellas sabrosas y no sufríamos por culpa de los especuladores”.

Aquel comentario, me resultó más agradable porque me hizo recordar algunas charlas con el maestro Luis Mariano Rivera y parte de la letra de su canción el mango que tanto gusta a Jesús Sevillano.

-“Sin embargo”, agregó con tono jocoso y una amplia sonrisa, “ahora puedo comer algo, no mucho, de esas frutas que usted jovencita menciona, sin dejar de gozar de las que antes nombré y muchas más, que hasta en el patio de mi casa se dan.”

La madre de la joven y quienes cerca estábamos, tanto como para escuchar la conversación, sonreímos con gozosa discreción.

La jovencita dejó por segundos el manipuleo de su móvil, quizás para ordenar su discurso y respondió:

-“¿Cómo va a comparar usted esas frutas que menciona con manzanas y uvas? Además, poco tiempo atrás, estas frutas deliciosas costaban menos de la mitad de lo que ahora cuestan por culpa de este gobierno”.

Es obvio que ya se le olvidó Chávez; quizás por su corta edad. No fue “curpa” de Chávez, sino “de este gobierno”.

El viejo – no diré el lugar común que “volvió a la carga”, porque sería quitarle belleza y restarle méritos a su habilidad, sutileza y brillantez-, pero sí que respondió en el mismo tono y hasta demasiado amable fue:

“Creo que el 8D, en las municipales de ahora, la gente en masa votó contra los especuladores y en favor de las políticas de “este gobierno” que salió a combatirlo y aún tendrá que seguir haciéndolo”.

Luego agregó, “sólo aquí en Lecherías, donde ahora estamos, ganaron quienes favorecen a quienes inflan los precios”.

-“Soy”, dijo el viejo “de los primeros habitantes de este espacio, cuando la mayoría éramos los pobres, de los pocos de éstos que quedamos y no nos han podido sacar”. “Aquí, hija mía, sólo unos pocos tenían aire acondicionado y televisión y los más ni siquiera un centro de emergencia para acudir en procura de salud”.

La joven, sin abandonar su aspereza, o mejor dicho aumentando su nivel, respondió:

-“Pero eso le pasaría a usted, porque yo en mi casa, siempre he dormido con aire acondicionado”.

-“¿Cuántos años tienes tú, cómo sesenta?”, interrogó el viejo sarcástico, sin dejar de ser jocoso y amable. “Porque antes no era así”.

La joven al fin dejó de prestarle atención excesiva a su celular, por primera vez, por lo que pude apreciar, quizás estimulada por la cuantificación, ¡mujer al fin!, levantó la cabeza y miró a su interlocutor, ante el cual pareció sentirse acorralada y herida en su dignidad de joven universitaria y contestó:

-“Bueno señor, quienes usted dice que tenían aire acondicionado es porque trabajaban duro y podían comprarlo”:

El viejo rio, esta vez no con la alegría del principio, sino como con pena y hasta conmiseración por la argumentación de la muchacha para un viejo de “poca cultura y formación” y comentó, mientas le mostraba las palmas de sus manos todas callosas:

“Ojalá pudiera llevarte a la casa de cada uno de esos viejos y adultos pobres que, aquí en Lecherías, ahora tienen aire acondicionado y hasta nevera, desde no hace mucho, para que les vieras las manos iguales que éstas, de tanto trabajar.”

“Pero quiero que sepas algo”, siguió hablando el viejo con parsimonia y bondad, “antes, aunque tú no recuerdes”, esta vez volvió a ser irónico pero pero muy dulce, “en los pocos bancos que existían, siempre había poca gente. Los pobres, como muchos de los que aquí vez, no tenían motivos para venir a ellos; ahora vienen por montones y pareciera que a alguna gente molestan”.

La muchacha, le miró de nuevo de frente, arrugó el ceño y volvió a concentrarse en la pantalla de su móvil, como llaman al celular los españoles.


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Eligio Damas

Militante de la izquierda de toda la vida. Nunca ha sido candidato a nada y menos ser llevado a tribunal alguno. Libre para opinar, sin tapaojos ni ataduras. Maestro de escuela de los de abajo.

 damas.eligio@gmail.com      @elidamas

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