Amnistiados sin el mínimo remordimiento

En materia promocional la iglesia católica tiene una oferta irresistible. Usted puede ser un émulo de Herodes, del Tirano Aguirre o de Jack El Destripador y, tras toda una vida dedicada a cometer maluquezas y perversiones, bastará con el arrepentimiento sincero y el respectivo propósito de enmienda para que el saldo pecaminoso quede en cero y acceda al Paraíso como cualquier José Gregorio Hernández o sor Teresa de Calcuta.

La capacidad para perdonar la ensalza hasta el Padre Nuestro, oración creada por el propio Jesucristo. Se trata de una virtud excepcional y gratificante pues el que perdona goza tanto o más que el perdonado.

Así pues, a pesar de algunos detalles como el genocidio de noventa millones de indígenas americanos con el pretexto de la evangelización o del celo profesional de los "familiares" del Santo Oficio, el perdón es parte de nuestra herencia hispánica y de sus tradiciones religiosas.

A estas alturas confieso que la amnistía decretada por el Presidente Chávez a favor de los golpistas me causó un leve acceso de furia, mezclado con la confusión que me producen las decisiones presidenciales tomadas sin consulta ni consenso.

Sin embargo, pasado el primer instante me dio por recapacitar. El socialismo del siglo XXI predica el amor, como ocurrió en la revolución hippie de los años 60, cuyo mejor reflejo fueron las canciones de Los Beatles ("All you need is love"). Nada más lógico para mi, dado que provengo de esa escuela.

Acepto pues, el perdón a todos los golpistas, incluyendo a los carmona-firmantes, o sea los mismos que aullaban "¡democracia, democracia!" cada vez que el Procurador chimbo anunciaba la eliminación de una institución democrática.

Tan solo me queda una mugrosa duda. Hasta ahora ninguno de los amnistiados, incluyendo monseñores y dignatarios de la CEV, han manifestado algo que parezca un propósito de enmienda. La mayoría mas bien se jacta de haber participado en la asonada y manifiesta la disposición de volverlo a hacer.

Según entiendo, si se tratara de una confesión, ningún sacerdote podría absolverlos.
Chávez, en cambio, perdona por anticipado una conspiración que aún no ha terminado.

augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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