Hacia un nuevo pacto de las Naciones Unidas por la Naturaleza

 
 
Este 24 de octubre, el mundo conmemora los 80 años de las Naciones Unidas (ONU), nacida como respuesta a los horrores de la Segunda Guerra Mundial. Con el objetivo declarado de mantener la paz internacional, promover los derechos humanos y fomentar la cooperación entre naciones, la ONU se presentó como un faro de esperanza para un planeta devastado. Sin embargo, desde una mirada socioambiental, es imposible no cuestionar sus fundamentos y su trayectoria, especialmente en un contexto de crisis climática global que amenaza la supervivencia misma de la vida en la Tierra.
 
Lo menciono porque, desde sus inicios, la ONU cometió un error estructural al no incluir a la Naturaleza como un sujeto central en su Carta fundacional. El documento, firmado en San Francisco, se centra exclusivamente en las relaciones entre estados y seres humanos, ignorando por completo las interdependencias ecológicas que sostienen la existencia. No hay mención a los ecosistemas, los ríos, los bosques o los océanos como entidades con derechos propios o como pilares inseparables de la paz y la justicia.
 
Esta omisión no es casual: refleja el antropocentrismo dominante, heredado de un modelo civilizatorio, colonial e industrial de siglos anteriores, el cual se fue distanciando cada vez más de los ciclos de la Naturaleza, como si los seres humanos estuviéramos fuera de ellos, haciendo que las instituciones modernas reprodujeran la dicotomía cultura-naturaleza. En el caso de la ONU, esta no ha sido capaz de superar aquello y ha terminado por ser parte del problema, más allá de algunos intentos por incorporar lo medioambiental en su agenda, pero siempre subordinado al discurso del desarrollo.
 
A lo largo de sus ocho décadas, la ONU se ha subordinado progresivamente al discurso del desarrollo, un eufemismo para el capitalismo globalizado que ha profundizado las desigualdades y la degradación ambiental. Programas como los Objetivos de Desarrollo del Milenio (2000-2015) y los actuales Objetivos de Desarrollo Sostenible (ODS) pretenden conciliar el crecimiento económico con la sostenibilidad, pero en la práctica han servido como coartada para que las grandes corporaciones y los países del Norte global continúen su depredación.
 
En consecuencia, el "desarrollo sostenible" no cuestiona el modelo productivista; al contrario, lo maquilla con retórica verde, permitiendo que la explotación de recursos naturales en el Sur global financie el consumismo del Norte. Esta subordinación es evidente en instituciones como el Banco Mundial o el FMI, que, aunque no forman parte formal de la ONU, operan en sintonía con su agenda, imponiendo políticas neoliberales que agravan la crisis ecológica.
 
Pero quizás el fracaso más rotundo de la ONU sea su incapacidad para abordar de manera relevante la crisis climática, el mayor desafío existencial de nuestra era. A pesar de iniciativas como la Conferencia de las Naciones Unidas sobre el Medio Ambiente Humano en Estocolmo (1972), la creación del Programa de las Naciones Unidas para el Medio Ambiente (PNUMA) o el Marco de las Naciones Unidas sobre el Cambio Climático (CMNUCC), los resultados han sido decepcionantes.
 
Las cumbres COP, desde la primera en 1995 hasta la reciente COP29, se han convertido en rituales vacíos donde los compromisos voluntarios de reducción de emisiones son sistemáticamente incumplidos. El Acuerdo de París de 2015, celebrado como un hito, no ha impedido que las temperaturas globales sigan en ascenso, ni ha detenido la deforestación masiva o la acidificación de los océanos. ¿Por qué esta ineficacia? Porque la ONU, atada a los intereses de las potencias económicas y energéticas, no ha podido imponer medidas vinculantes ni sanciones efectivas contra los principales emisores, como Estados Unidos o China.
 
Dicho lo anterior, el desafío de la ONU frente a la crisis climática y civilizatoria actual es enorme, dentro de un planeta dominado por el extractivismo, el consumismo y una idea de crecimiento económico ilimitado completamente absurda y delirante, que no entiende que el planeta tiene límites finitos. Por lo tanto, la necesidad de un nuevo pacto de las Naciones Unidas por la Naturaleza se vuelve crucial si queremos tener horizontes sostenibles.
 
De ahí que incorporar los Derechos de la Naturaleza en una nueva carta de las Naciones Unidas se vuelva un mínimo necesario, el cual debe ir acompañado de un fomento real de prácticas sustentables, que van desde el cuidado de las semillas, la soberanía alimentaria, la soberanía energética, la agroecología, la permacultura, las huertas urbanas, las ecoaldeas y los buenos vivires en general, dejando atrás décadas de desarrollismo.
 
Pero claro, para ello se debe cambiar una institucionalidad burocrática, subordinada a grandes corporaciones y a la capacidad de veto de potencias como Estados Unidos y China, quienes al parecer no dimensionan los efectos desastrosos que tienen sus políticas a nivel planetario y para la reproducción de la vida en la Tierra, la cual sigue estando amenazada, aunque existan incluso grupos negacionistas climáticos que lo pongan en duda.
 


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Andrés Kogan Valderrama

Sociólogo de la Universidad Central de Chile. Profesional en Municipalidad de Lo Prado. Diplomado en Educación para el Desarrollo Sustentable. Magíster en Comunicación y Cultura Contemporánea. Doctorando en Estudios Sociales de América Latina. Integrante de Comité Científico de Revista Iberoamérica Social. Miembro del Movimiento al Buen Vivir Global https://buenvivir.global/ Director del Observatorio Plurinacional de Aguas www.oplas.org

 kogan05@gmail.com

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