Antipatía por el martillo. Una lectura de "la hoz y el martillo"

El marxismo como corriente teórica y política ha tenido muchas crisis a lo largo de dos siglos. El propio marxismo surgió de muchos agrios debates entre los grupos que, desde la revolución francesa (algunos autores empiezan a contar desde antes), plantearon una alternativa al capitalismo como forma de organizar la sociedad, la economía y la política. Uno de esos deslindes significativos se produjo a finales de los sesenta, y provocó muchas reformulaciones, actualizaciones, desprendimientos y fraccionamientos. Esa ruptura en Venezuela fue representada por figuras como Teodoro Petkoff, Moisés Moleiro, Ludovico Silva, Rigoberto Lanz, Américo Martín, entre otros, casi los mismos personajes que habían protagonizado, menos de una década antes, otra crisis de la doctrina y la acción marxista, promovida por los barbudos cubanos. Me refiero a aquel deslinde que rompió con la estalinista "teoría de las etapas" que planteaba una fase de "liberación nacional" en compañía de una mítica burguesía nacional, antes de poder vislumbrar el socialismo. Esa estrategia se posibilitaría mediante la creación de las condiciones revolucionarias gracias al efecto cuasi mágico de la decisión heroica de un foco de revolucionarios.

La ruptura que siguió a esa, casi con los mismos protagonistas en Venezuela repito, tuvo la osadía de, entre otras, desconocer la hegemonía soviética sobre el movimiento comunista. Esto ya había tenido varias expresiones en el mundo. En China, por ejemplo, Mao lanzó una "revolución cultural", después de acusar a la dirigencia soviética de ser unos burgueses usurpadores del poder proletario, que se habían convertido en un "socialimperialismo". En Yugoslavia, Milovan Djilas, nada menos que el segundo en el régimen comunista conquistado por el gran jefe de la guerrilla antifascista Tito, acusó a toda la dirigencia soviética y sus satélites de ser una "Nueva clase" privilegiada que, igual, había usurpado el poder popular, por lo que debían ser derrocados por una nueva revolución. Un poco después de los venezolanos, en Europa occidental, la herejía eurocomunista objetaba dogmas como la dictadura del proletariado, la hegemonía de la clase obrera, la estatización de la economía, por boca de los principales Partidos Comunistas, el de Francia, España e Italia. Ya Teodoro Petkoff había desarrollado unas tesis críticas parecidas en su libro herético "Socialismo para Venezuela", profundizadas después en su "Proceso a la izquierda". Por supuesto, el Vaticano rojo condenó como herejes todas esas ideas.

Es a esa tradición de rupturas a la que pertenece este libro de Simón García (alias Lucas Leal, alias Puyuta) "La hoz y la rosa". Específicamente, hereda de esa ruptura de los setenta que dio estímulo, además, a cierta literatura de arrepentimientos, propia de esa generación de dirigentes de izquierda (Rafael Elino Martínez, "El Macho" Pérez Marcano, el "chingo" Pérez, etc.), y que sucedió al anterior flujo de literatura testimonial llena de hazañas guerrilleras. La escritura (lo dijo el psicólogo Kellog) puede ser una terapia efectiva después de una situación traumática. Y el fracaso de la lucha armada de la izquierda fue una de las más terribles. Escribir sirve como descarga emocional, clarificación y procesamiento de las experiencias, la reflexión y la autoconciencia, y mejora la salud mental en general. En el caso de estos políticos, algunos con estatura de gran intelectual, aquel trauma fue superado mediante la transformación de sus ideas. Un cambio bastante profundo. No eran estúpidos Petkoff, Moleiro y demás. Cambiaron profundamente de opinión en menos de diez años.

En realidad, se trataba de varias rupturas a la vez y por capas. Con el foquismo de la lucha armada; con la hegemonía soviética; con el leninismo (o sea, la dictadura del proletariado, la noción del Partido Vanguardia ultradisciplinado, la idea mesiánica del proletariado); con el antiimperialismo norteamericano. Algunos buscaron una versión del socialismo alternativa al terror estalinista, algo que se pareciera a la democracia. Y descubrieron, quizás tardíamente, el atractivo de la socialdemocracia. Se desempolvaron y reivindicaron, si no explícitamente, en la práctica, los clásicamente insultados Kautsky alias "el renegado", incluso al olvidado Bernstein, el propio y orgulloso revisionista. Hasta hubo algunos (Américo Martín, por ejemplo) que dieron el salto directo, de un partido autocrítico de su estrategia armada, a la asesoría de los sindicalistas adecos. Otros (Moleiro y sus compañeros), después de dividir un partido, se percataron de que, al final, Teodoro tenía razón, y fundieron su partido con el otro que se les había adelantado. Otro grupo, auténticos filósofos y poetas, le dieron exquisitos mandarriazos a la arquitectura preciosa de la vulgata y el catecismo marxista (Rigoberto Lanz, Ludovico Silva) buscando otra decepción en la perestroika o en el posmodernismo. Hubo un cuarto grupo (OR), que disolvió al partido, aunque mantuvieron sus azos afectivos en grupos culturales y deportivos. Y hasta un quinto grupo, el de Douglas Bravo, que insistieron en ideas pintorescas como "el árbol de las tres raíces" y la "unidad cívico-militar-religiosa", que se copió Chávez.

Aquel flujo de elaboración teórica y política de los 70 y 80, fue muy rico. Pareja a la fragmentación. De verdad, aquellas reformulaciones merecían mejor suerte política. Su canto de cisne fue el diario "Tal cual" con el que Teodoro trató de darle alguna sensatez a aquella oposición histérica con pulsiones golpistas de los primeros años de Chávez, después de haber dejado su propia creación partidista y advertirle a sus excompañeros del MAS una "bajaíta" patética. Petkoff ya había sido el Ministro del "sentido común" económico del segundo gobierno de Caldera, que el viejo siempre había pensado como el último chance del sistema de conciliación de élites que se derrumbó definitivamente cuando AD rechazó a su propio jefe, el "caudillo" Alfaro Ucero, y COPEI hizo lo mismo con la "outsider" reina de belleza, que se precipitó al vacío cuando el partido verde le dió el besito de muerte que la hundió en las encuestas. Todo para apoyar a un líder defensor de la descentralización y la propiedad privada, con la pinta tradicional del terrateniente catire, que no se parecía en nada a lo que representaban los vengadores de los Celli, los dueños de las televisoras y los antiguos militantes ultrosos que se adhirieron al caudillo barinés, formando una muy intoxicante mezcla con la cual nos embriagamos la mayoría que entonces queríamos desesperadamente un cambio, sin poder advertir el desastre.

Hoy el marxismo leninismo es poco más que una nostalgia agridulce. Algo así como el culto a Pedro Infante o a John Lennon, con Yoko y todo. La nostalgia de un poder que, indudablemente, tuvo la gloria de derrotar a Hitler, pero no pudo ser lo que decía ser o lo que hubieran deseado ser sus fundadores, que pagó el precio de industrializar un país atrasado, vencer una cruenta guerra civil y la invasión de varias potencias de la época, llegar a ser una potencia nuclear con el costo de millones de muertos, incluidos a sus padres bolcheviques, y que hoy alimenta los delirios de grandeza de Putin, junto a Pedro el Grande y demás zares.

En ese contexto, el libro de Simón García resalta por tratar de revivir ese impulso crítico ya mellado después de tantos años. Y lo hace con una curiosa teoría conspirativa. Veamos, por ejemplo, el siguiente pasaje: "La recepción de las ideas socialistas en los salones de París, alentó el propósito de apoderarse de la representación de esas ideas y cambiarles el significado. La tentación del secuestro surgió un día de agosto de 1844, en la conversación de dos desconocidos jóvenes alemanes, Karl Marx y Friedrich Engels, que concuerdan, en el concurrido café parisino Le Regence, en elaborar una idea de socialismo contraria a la que dominaba en sus corrientes francesas más prestigiosas. A partir de ese momento, Marx y Engels se comprometen…"

Uno queda con la misma duda que cuando lee a Nietzsche: ¿se trata todo de una broma? ¿de una jodedera transcendental, exquisita, hasta algo erudita, pero jodedera al fin y al cabo? Toda esa teoría conspirativa según la cual Marx y Engels se confabularon para un vil secuestro ¿es solo el vuelo de una imaginación novelesca? Esto promete una narración policial, una especie de novela negra donde unos secuestradores (unos delincuentes, pues) planean y realizan el secuestro de una pobre niña. Lo curioso de la trama es que nunca piden rescate. No se sabe a quién, de paso. Además, como dice Mires en el prólogo, "era solo una idea".

Por supuesto, toda esa historia de las ideas socialistas y comunistas que García hace arrancar de Babeuf, está apegada, hasta cierto punto, a la reconstrucción histórica ya consabida. Hay un libro de Enzo del Bufalo que echa muy bien el cuento: "Adiós al socialismo" (2011). Es cierto que las ideas socialistas eran legión desde finales del siglo XVIII (Del Bufalo arranca mucho antes el recuento de las utopías). Cierto que Marx y Engels desarrollaron su propia versión "científica" (como también quisieron hacerlo Saint Simon y otros de la misma época) que, aspiraban, guiara al naciente movimiento proletario en Europa. Es cierto que unas tendencias eran moderadas y, otras, "extremistas", como les gusta decir a Ochoa Antich y Fuenmayor, unas más otras menos. Que buscaban algunas reformas, a veces a la sombra de un poder estatal poderoso (por ejemplo, Lasalle con sus relaciones sospechosas con Bismark), o simplemente decretar la abolición inmediata del Estado como cuentan que hizo Proudhom en una provincia de Francia en pleno 1848 revolucionario. Es cierto que los dos amigos alemanes eran mordaces y demoledores en sus críticas, sobre todo con los excompañeros que no habían aprendido bien sus lecciones de dialéctica hegeliana y economía política, como era el caso de Proudhom. Es cierto que el dúo dinámico explicó y criticó rotundamente todas esas versiones de socialismo, que eran muchas, sea dicho de paso, y no solo dos. También es verídico que Karl y Frederich debatieron vehementemente con Bakunin y demás anarquistas en la Primera Internacional. Están confirmadas la vocación de poder de Lenin y la eficacia de la disciplina bolchevique aun en momentos, como en la víspera de la "toma del poder" por los soviets, en que varios miembros de la dirección del Partido decidieron enfrentar públicamente los planes de insurrección del pelón terrible. Confirmados los terribles crímenes de Stalin, en fin, a pesar de las protestas de los nostálgicos de la gran potencia.

Por otra parte, es falso que de los enunciados de la concepción materialista de la historia se desprendan lógicamente las purgas estalinistas, el Gulag, el culto a la personalidad, como dice de pasada Mires en su rol de prologuista, y ya había demostrado, con sana lógica, un pensador insospechable de comunismo, el polaco Kolakowsky. De esas amargas experiencias del terror estalinista, las sangrientas pugnas, los millones de muertos, los destierros despiadados, han salido decenas de novelas Pero, por favor, hablemos como lo que somos: poetas que no le llegamos a las suelas a Rafael Cadenas. No hagamos pasar un argumento novelesco por teoría.

Dicen que Marx dijo una vez algo así como: "la pinga; yo no soy marxista" (en francés, porque se estaba burlando de los marxistas franceses: "je ne suis pas marxiste"). Secundo al barbudo en esa expresión. Está muy bien que el agrupamiento electoral que ostenta un vago aire socialdemócrata vaya a esas votaciones, a pesar de que el árbitro está vendido y coloque grandes obstáculos, a pesar del costo de una negociación cuyos términos no se conocen, pero que significan obviamente el reconocimiento de un poder de facto, sin haber pasado la página del 28 de julio. Ya no se puede detener esa pugna por el liderazgo de una oposición ya definitivamente dividida, oscilando entre los patanes norteamericano, israelí y salvadoreño, y un camino empinado de pactos, con el precipicio de la anulación a medio centímetro de los pies.

No voy a caer en esa diatriba de insultos, fastidiosa e inútil, de traidores y lideres puros. Me basta con que denunciemos el verdadero secuestro a un país que han realizado los mismos que, después de haberla abolido de facto, pretenden cambiar la Constitución y el sistema de derechos que consagra. Todos le tenemos antipatía al martillo, pero hasta la rosa tiene espinas.

 



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Jesús Puerta


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