Aceptar cookies y términos legales al entrar en una página web o descargar una aplicación se presenta como un acto de consentimiento libre. Jurídicamente se considera un contrato, pero en realidad estamos ante un contrato de adhesión: uno de los firmantes redacta todas las cláusulas y el otro solo puede aceptarlas en bloque. No hay margen de negociación, ni posibilidad de enmienda.
La apariencia es la del acuerdo, pero lo que hay es imposición. Nadie lee decenas de páginas de condiciones, y mucho menos entiende el lenguaje técnico en el que están redactadas. No se pretende que se lean: se diseñan así para que el trámite se convierta en un acto reflejo. O aceptas, o quedas fuera del servicio.
-En una red social, aceptar significa que tus datos, tus fotos y tus conversaciones podrán ser tratados según fórmulas legales que en realidad son prerrogativas del prestador.
-En la banca en línea, el consentimiento encubre cláusulas que exoneran a la entidad de casi toda responsabilidad.
-En la descarga de una aplicación, se otorgan permisos intrusivos que el usuario ni advierte ni comprende.
El Derecho, lejos de denunciar la ficción, la bendice. El Reglamento General de Protección de Datos en Europa exige casillas, botones y advertencias, pero el núcleo sigue intacto: no hay decisión auténtica, sino obediencia encubierta. La libertad contractual —base de la teoría jurídica clásica— queda sustituida por una rutina de clics que legitima lo que de antemano está decidido.
La consecuencia antropológica es más inquietante que la jurídica: cada vez que aceptamos sin pensar, introyectamos la resignación. Aceptar cookies es un entrenamiento para aceptar cualquier otra imposición. La convención sustituye a la verdad; la legalidad, a la justicia. Se trata al ciudadano como a un menor perpetuo que debe ir por donde lo lleven, convencido de que ha consentido.
Lo verdaderamente grave es que, tras miles de estos gestos, la sociedad ya no distingue entre voluntad y obediencia, entre contrato y trampa. Y así se va consolidando una nueva forma de dominación: la del consentimiento vacío, que legitima al poder tecnológico y económico con el manto del Derecho. La dictadura universal vaticinada por Oswald Spengler en 1921 va por este camino. El control social se va asegurando de una manera cada vez más blindada. Lo mejor que podemos hacer es lo que se hace: no ofrecer resistencia alguna a este exasperante fenómeno. Eso, o pedir socorro a China, la única depositaria actual de la razón…