El tribunal miserable

El TS juzga en estos momentos al juez Garzón. Y el mero arran­que del juicio ya pone en evidencia muchas cosas, y entre ellas la primera: la ruindad de tan alto como mezquino tribunal. Si éste ha de ser un modelo de la justicia impartida, jamás se le ocurrirá apelar a él a quien le quede una brizna de esperanza...

El juez comparece sentado en el banquillo con su toga y atri­butos visibles. Y el ponente le insta a que se los quite para pro­seguir la ceremonia de una injusticia en cuanto al fondo. Es de­cir, el Tribunal Supremo, que debiera ser el primero en invocar y exigir al mundo entero la presunción de inocencia, despoja al juez del mismo atuendo ritual (con el que más o menos se visten los miembros del tribunal), antes de juzgar si el juez procesado es o no indigno del mismo. Este, en apariencia, ligero detalle, es cuanto menos el síntoma de una significativa cortedad de miras por parte del órgano colegiado que va a juzgarle, si no más bien la prueba del fundamento del rumor que circula en buena parte de la opinión pública de que el procesado por ins­truir una causa de modo supuestamente irregular, debe ser juz­gado y condenado a la hoguera.

El asunto es muy grave, pues mucho más que ver en él la ciudadanía la extrema y dura imparcialidad de la Justicia, lo que ve es sobre todo una desvergüenza, un desafuero, un ponerse por montera la política precisamente a la justicia... Lo que está muy claro es que más que el propósito de sancionar a un co­lega, lo que prima en esto es la demagogia personificada a fa­vor de los encausados de un partido ahora en el gobierno. Lo de­más, habiendo tantos otros jueces prevaricadores y que profesio­nalmente tanto dejan que desear, son sólo pamplinas.

Hay una clara concomitancia, por cierto, entre este juicio y el su­frido por Galileo a cargo de la Santo Oficio. Lo que pone tam­bién de manifiesto que si algunas personas en el mundo evolu­cionan a mejor, la condición humana de los ruines, de los toscos, de los vengativos, de los linchadores y de los necios, no va­ría. Es decir, que al igual que la causa citada contra Galileo, como la seguida contra Dreyfus denunciada por Emile Zola en su famoso "Yo acuso", vuelve este proceso a recordarnos el "e pur sil muove" del primero y hasta dónde puede llegar la ignomi­nia y la necedad de un grupo de hombres revestidos de solemnidad.

Otrosí digo: que si la imaginaria prevaricación de Garzón la hubiese cometido eventualmente respecto a la conducta de una persona aislada, quizá vacilásemos en cuanto a la buena o mala fe del Tribunal. Pero que unas escuchas telefónicas dirigidas a descubrir y desmontar a una auténtica banda de ladrones a la que se ha dado en llamar la trama Gürtel, puedan destruir como tal a un juez y por efecto de lo mismo puedan anularse mil pro­cedimientos contra otros tantos políticos canallescos que ni si­quiera han devuelto hasta ahora un euro de los millones apro­piados, sitúa al más alto tri­bunal de este país a la altura de la indignidad alcanzada por to­dos los procesados de la trama in­fecta sacada a la luz por el juez juzgado. Lo que pone asimismo de manifiesto no sólo lo que ya sabíamos: que las instituciones están por encima de las personas, sino que algunas institucio­nes pueden actuar con si­milar falta de escrúpulos que los mo­nipodios a los que dice perseguir.


richart.jaime@gmail.com



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

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