El camino del alba, hacia el nuevo amanecer

La vida llama poderosamente al hombre y superpoderosamente al revolucionario para que obre concretamente en ella y para que contribuya a formarla en lo invisible; la vida, siempre orientada en el sentido de lo presente, quiere presencia, quiere que el Comandante se mezcle y participe en sus realidades. Pero al mismo tiempo su obra no formada aún y orientada únicamente hacia el futuro advierte al Comandante, dominante y celoso, que se aisle de la vida, que se niegue a sus exigencias y que sólo sirva al espíritu creador. Así reclama de cada cual que se resuelva por una actitud única, que se decida o para la obra perdurable o para la vida en el tiempo.

El Comandante dice: Pueblo que no medita el valor de sus propios recursos ha de caminar los opuestos caminos que conducen ora a la desesperación, ora a la presunción. Al pesimismo que nubla los caminos y que lleva a la actitud decadente como un ·no querer ser uno mismo", como renuncia al propio esfuerzo de realizarse en función de equilibrio de voluntad y de posibilidad; o a la euforia malsana provocada por la falsa confianza en los propios recursos, que hace mirar como ya realizado el acto acoplador del esfuerzo con el fin relativo de las aspiraciones. Desprovisto como colectividad del sentido de cooperación que haga fácil el esfuerzo común, hemos seguido el curso personalista de nuestros apetitos, con un sentido de suficiencia que nos ha llevado en lo individual a ser los solos jueces de nuestros actos.

Lo primero es ser y llegar a ser lo que se quiere ser: ni la fraternidad con el pueblo, por medio del misterio de la compasión; ni un acallamiento de la conciencia por la religiosidad, pueden sentirse, de pronto, en el fondo del pecho como si fuera un contacto eléctrico. Fácil es todas esas formas exteriores pueden hacerse como si fuera un juego, pero lo que ya no es posible es ahogar el espíritu y apagar, cuando a uno se le antoje, la llama del pensamiento como si fuera la de una bombilla. Esa fuerza del espíritu es innata, invariable, es la belleza y fatalidad; es superior a la fuerza de voluntad y, por tanto, está por encima de sus fuerzas, y tanto más altas e impetuosas se levantan sus llamaradas, cuanto más amenazada se ve en su misteriosa misión de iluminar. Pues no se avanza ni una sola pulgada hacia la simplicidad por medio de un esfuerzo de voluntad, como no se avanza es espiritualidad por ningún juego o gimnasia espiritista.

Arrumbar nuestra verdad en lo más oscuro de un silencio casi cómplice es abdicar en uno de los principales derechos: el de expresar con claridad y sin limitaciones nuestro pensamiento. El silencio, es criminal, porque deja pasar sin protestar el exceso y disimula atropellos. Amarga la verdad, como decía Quevedo, y áspera para quien la escucha, se torna necesario pregonarla. Quienes fuimos educados en el culto a la verdad, hemos de contener muchas veces nuestra ascosidad ante todo cuanto se ha dado en llamar entre nosotros honradez, virtud, decencia, justicia, voces desprovistas de alma, palabras sin sentido. Pero hemos llegado a una hora en que estas caricaturas de virtudes van siendo reducidas a sus verdaderas proporciones. Cuando terminemos la tarea, una nueva vida comenzará para todos.

Inútil es, por tanto, el disimulo y el fingimiento. Inútil es que se dé el nombre de Dios a ese enorme vació. Inútil es tratar de cubrir ese negro agujero con las hojas del Evangelio; su oscuridad atraviesa todos los pergaminos y apaga las velas de la Iglesia; su frío no deja sentir el calor de las palabras. Inútil es querer cubrir ese silencio mortal a fuerza de gritos y predicaciones, del mismo modo que los niños tratan de cubrir su miedo, si marchan por la oscuridad, por medio del canto. Ya no hay voluntad ni sabiduría capaces de volver a iluminar el corazón sombrío del que ha atisbado la Nada.

¡La Lucha sigue!



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Manuel Taibo


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