Señales y tendencias del 14 de abril

Los resultados del 14 de abril dibujaron la primera señal de la Venezuela sin Chàvez. Ha comenzado una nueva fase de la revolución rolivariana. Todo lo construido hasta ahora bajo la impronta del líder más carismático producido en el acontecimiento latinoamericano deberá someterse a nuevos senderos y pruebas, de las que saldrá bien si sabe leer en el cambio la necesidad de una adaptación de los recursos y los discursos. O avanza o retrocederá.

Los votos del domingo pasado están sellados por las marcas de la transición entre un sistema político fenecido con el comandante-presidente y uno nuevo que comienza a ordenarse sin él sobre coordenadas distintas. Eso determina su inevitable carácter endeble, frágil, inestable, incluso azaroso, cuatro rasgos de toda transición política. Más aún si esa transición se vive en un país constantemente asediado por fuerzas enemigas de todo tipo. Venezuela sufrió en los últimos seis meses la pérdida de su líder e inspirador, tres procesos eleccionarios desgastadores, dos de los cuales fueron para decidir presidente, que siempre es un punto tensional en las decisiones electorales contemporáneas.

En ese mismo breve lapso aparecieron la violencia y la conspiración como batallas sistemáticas, de parte de una derecha que milita todos los días con la angustia de quien sabe que puede ser su última oportunidad. Medios internacionales enemigos someten al gobierno bolivariano a pruebas defensivas de su imagen y estabilidad en la vida pública, como si se tratara de un país en guerra. En estos meses, la sociedad asalariada de Venezuela vivió una devaluación y una inflación trituradora de sus ingresos, pero al mismo tiempo dislocantes del sistema nervioso ciudadano.

Aunque los conformadores de precios sean las corporaciones comerciales y financieras enemigas del gobierno, es éste el que paga las cuentas negativas de un factor clave en todo proceso electoral.

¿Qué pasó?

Por una extraña combinación de circunstancias, el 14 apareció lo contrario de lo que todo el mundo esperaba en Venezuela. De las siete encuestas realizadas, sólo una dio como estrecho el margen de diferencia entre Maduro y Capriles. El resto esperaba entre 9 y 14 puntos de diferencia a favor del candidato del chavismo. Hasta la agencia de seguridad de Estados Unidos se había pronunciado cuatro días antes, advirtiendo sobre un probable final favorable a Nicolás Maduro.
Nicolás Maduro ganó por 1,8 por ciento, un dato electoral que no refleja la realidad de una relación de fuerzas sociales ampliamente favorable al chavismo en el país.

Es probable que en medio de la complicada transición política que vive el chavismo desde hace casi dos años, se haya sobrevalorado el peso de la memoria del líder como factor electoral, restándole perfiles de identidad al candidato.

La ausencia de Hugo Chávez como candidato tuvo mayor pendulación en el ánimo por el voto que el alto grado de politización manifestada por la población chavista en los cortejos fúnebres de despedida. Como señaló el sociólogo bolivariano Reinaldo Iturriza: “Es el duelo más raro que hayamos visto. Estaba a medio camino entre una manifestación política y una procesión de dolor por la desaparición del líder”.

Una suerte de paradoja quiso que la baja abstención (apenas casi del 20%) favoreciera al candidato opositor, cuando se esperaba que le restara votos a favor de Nicolás Maduro. Casi la misma cantidad de sufragios ganados por Capriles fueron perdidos por el chavismo desde octubre. En esos casi tres cuartos de millón de votos pululan varias capas de la población.
Una de ellas se compone de trabajadores estatales que siempre votaron por Hugo Chávez. El candidato oficial tuvo en su campaña una oferta salarial más defensiva. El opositor pudo captar una parte de ese sector social con una propuesta salarial más ofensiva. Esta relación desigual se basó en los costos gubernamentales de ambos fenòmenos. El salario medio venezolano se contrajo en alrededor del 30% en promedio entre diciembre de 2012 y marzo de 2013. Esa realidad de la vida cotidiana fue contemplada en el discurso oficial, de manera menos central que en la oposiciòn.

Eso quizás explique la migración de una parte del voto chavista a la derecha, pues algo más racional que la mala suerte debe explicar por qué el chavismo perdió en ciudades de alta composición obrera y de empleados públicos, como Zulia, Lara, Anzoátegui, Miranda y el Estado Bolívar, la principal concentración industrial del país, con decenas de fábricas bajo control obrero.

Otra parte de los casi 700.000 votos ganados por Capriles, fueron aportados por capas de la abigarrada burocracia gubernamental chavista, entre ella, la de un asector pequeño del voto militar.
Estas capas sobrepuestas de segmentos poblacionales pueden medirse en decenas o centenas de miles. Juntas sumaron la diferencia cuantitativa de casi tres cuartos de millón de votos capturados entre octubre y marzo.

Otra dato clave fueron los 223 actos de sabotaje al sistema eléctrico nacional. Una parte de ellos cometidos por saboteadores “de la derecha” desde sus centros de cómputos y mecanismos de control económico, pero otra parte de esos masivos ataques fue facilitada, o dejada hacer, por lo que en Venezuela denominamos burocracia, ese enemigo interno que vive en los intersticios del poder, animada por el carrerismo y la prebenda, aunque vestida de rojo-rojito.

La dialéctica del voto no puede escapar a la dialéctica de la vida social, aunque no sea su reflejo más sincero. Eso explica la migración de votos y la alta abstención del voto chavista, dos manifestaciones del mismo dilema nacional: o se avanza o se retrocede en la Revolución Bolivariana.
Como advierte con inteligencia un militante chavista: “Es evidente que en el país no hay 7.302.641 burgueses. A pesar de la derrota electoral que se niegan a reconocer, esta cantidad de votos conseguidos constituye la mayor victoria política de Capriles. Por un lado captó votos de los sectores populares, reduciendo preocupante y significativamente la brecha que históricamente existió entre la propuesta chavista y la opositora; por otro lado, hay una capa de la sociedad bastante maleable políticamente, sin fortaleza ideológica, que habiendo votado por Chávez el 7 de octubre cambió su voto y respaldó a Capriles el 14 de abril. Los niveles de participación fueron muy similares en ambos procesos electorales y la cantidad de votos que bajó el chavismo fue casi la misma que subió la oposición, esto lleva a pensar que muy posiblemente los nuevos votos de Capriles fueron en algún momento votos chavistas”.

“Esta realidad demuestra la reorganización y fortalecimiento que experimentaron las filas de la derecha como fuerza política, más allá de las pugnas que existen en lo interno de la MUD como bloque ‘unitario’; además, está la incidencia de su discurso en las bases populares que de alguna manera están cansadas de las problemáticas del país a las que el gobierno no logró dar respuesta efectiva.” (“Las elecciones son una dimensión más de la lucha de clases”, Jonathan Taguaruco, Aporrea, Caracas)

Los resultados electorales contienen las señales de una crisis latente, no manifiesta, que vive la dirección política del chavismo desde hace casi dos años. Se trata de la crisis comprensible de un equipo dirigente sometida a una transición compleja. El asunto es como la resolverá. Este hecho, absolutamente natural, inevitable en cualquier movimiento de su escala militante, sometido a la desaparición paulatina de su líder, pero fue potenciado por errores que debilitaron en vez de fortalecer al movimiento. Uno de ellos fue animar o sobrevalorar los rezos y cadenas de oración masiva ante la enfermedad del líder, sin acudir a los recursos de politización y clarificación, medios indispensables ante situaciones críticas y única vía sistémica para resistir desde la comprensión racional del cambio, y no, como se apostó, desde los mecanismos fragilizadores de la fe y el deseo.
En esa medida, Maduro reflejó la novedad con inteligencia política en dos mensajes alentadores para los movimientos y el conjunto del proceso revolucionario. En el primero aclaró que “en Venezuela nunca más volverá a gobernar la burguesía”. Y en el otro discurso dijo: “Estamos llamados a realizar las tareas del no retorno, para blindar esta patria”.

El chavismo es mucho más que 1,8%.

Como todo guarismo electoral medido en el voto, debe ser visto con el cuidado y recelo que merece un mecanismo republicano ideado para hacer difuso, indirecto, la exacta dimensión de la realidad. El voto es apenas un reflejo borroso del estado real del sentimiento de las poblaciones que votan, una sensación momentánea que no contiene las profundas grietas económicas y sociales, y no siempre expresa el verdadero estado de fuerzas que late debajo del voto.

Este resultado es una extrañeza, incluso en los propios términos del mecanismo electoral liberal-burgués que sigue rigiendo en Venezuela, luego de casi 14 años de transformaciones revolucionarias. El chavismo ganó 17 de los 18 procesos de escrutinio popular vividos entre 1999 y 2013. Esta suma de triunfos no tiene precedentes en la historia electoral del continente. Visto desde el otro lado, la derecha venezolana debe ser la fuerza política más derrotada de América latina, en lo que va del siglo XXI.

El estrecho margen de esta victoria contiene algunas señales clave de la transición política del país más alterado políticamente en la región. Al mismo tiempo, sirve para advertir al conjunto del continente sobre posibles tendencias y dilemas dentro de lo que algunos llaman “el armado progresista”, o sea, países como Argentina, Uruguay, Ecuador, Bolivia, Brasil, Nicaragua y la propia Venezuela. Latencias que reclaman por necesidades más profundas que la silueteadas en encuestas electorales y representan interpelaciones masivas para que llegue hasta donde debe llegar aquello que comenzó como un cambio, una transformación o un proceso revolucionario de modificaciones profundas.

En esa medida, el voto es útil para expresar un momento de una realidad siempre cambiante. Pero nada más. La vida cotidiana no está contenida en él. Esta debe ser resuelta por otros mecanismos democráticos directos de la vida social, sin lo cuales lo que se gane en una votación se puede perder al día siguiente, y viceversa. Es correcta la advertencia, el llamado de Nicolás Maduro en su discurso del 15 de abril a las puertas de Miraflores, luego de los resultados pírricos que lo dieron ganador: “Ahora nos toca recuperar en el diario trabajo social, en las políticas de transformación en los barrios, en las fábricas, en los campos, en los ministerios, lo que hayamos retrocedido en estas elecciones”.
Tiene razón. Una de esas transformaciones deberá encontrar un mecanismo democrático suficientemente legítimo y suficientemente novedoso que reemplace al actual, cuya marca liberal impide que las mayorías pobres, trabajadoras y de clase media, expresen su poder social de la misma manera que vuelcan sus entusiasmos transformadores en las Misiones, las Aldeas Socialistas, la Comunas y los Consejos Comunales, también en los Movimientos de Pobladores Urbanos, en los sindicatos, en las organizaciones campesinas, en los más de 500 medios comunitarios y miles de organismos culturales. Esa realidad no aparece ni aparecerá retratada en los votos de las elecciones, porque éstas siempre serán las formas más indirectas de expresión política, la más difusa manera de practicar la democracia social de todos los días.

En su escrito, el militante caraqueño Taguaruco reflejó esta contradicción con buena letra en su artículo publicado en Aporrea. “Lamentablemente, la brecha que definió el triunfo de Maduro fue muy corta, 272.865 votos, es decir 1,83% puntos de diferencia, dejando atrás las acostumbradas ventajas de más de 10 puntos que Chávez asestaba a sus adversarios. Cuando parecía numéricamente imposible que la derecha remontara en tan corto tiempo la distancia de más de millón y medio con la que perdió el 7 de octubre, por poco perdemos la presidencia y las reivindicaciones conseguidas en todos estos años de gobierno bolivariano. Que Nicolás Maduro ganara, entre otros aspectos, significa asegurar espacios políticos que garanticen circunstancias favorables para seguir avanzando en la formación y organización del pueblo; condiciones que sirvan para la acumulación de fuerzas en el camino de la construcción socialista. Que Capriles Radonski se haya acercado tanto demuestra la situación vulnerable de que el proceso dependa de un resultado electoral, tal como lo dijo el compañero Vladimir Acosta en su discurso del 2 de febrero.”

La angustia opositora

La brutalidad criminal de la respuesta opositora ante su cerrada derrota no tuvo parangón en otra elección, excepto la del referéndum de 2004, cuando aprestaron armas para lo que pudo ser un enfrentamiento de escala en Caracas y algunas ciudades.

En este caso, más que en cualquier otro en que acudieron a la violencia, excepto en abril de 2002, la oposición venezolana demostró su mayor debilidad.
Los ocho asesinatos de militantes chavistas, el incendio de las sedes del Partido Socialista Unificado de Venezuela y la quema de cinco centros de salud son la medida exacta de su debilidad en términos sociales.

Ellos no tienen capacidad militar ni operativa para realizar un golpe de Estado, lo que explica que hayan acudido a técnicas de guerrilla urbana y asesinato indiscriminado.

La oposición venezolana tiene como objetivo caotizar a tal punto a la sociedad y el Estado venezolanos que habilite su declaración como “Estado fallido”, en el mismo sentido que lo hicieron en Libia, Siria, Haití, Honduras y otros. Sobre esa base, legitimar una intervención de fuerzas internacionales de las Naciones Unidas y EE.UU.

Las cerradas elecciones de Nicolás Maduro, en el contexto de un país en transición institucional delicada y una derecha envalentonada por el 48% obtenido, señalan una perspectiva de confrontaciones sociales y políticas en la sociedad venezolana.

Su definición positiva dependerá de la superación de las trabas que mantienen frenado el proceso de transformaciones, lo que en Venezuela significan por lo menos tres tareas: 1) construir un nuevo sistema institucional; 2) apartar o controlar férreamente a los emporios comercializadores y financieros de importación que forman la cadena de precios y manejan los tejidos de la especulación y el desabastecimiento, y, en el medio de todo eso; 3) desbaratar la estructura de mandos de la burocracia que mantiene secuestrado el poder político y las entidades de la economía.


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Modesto Emilio Guerrero

Periodista venezolano radicado en Argentina. Autor del libro ¿Quién inventó a Chávez?. Director de mercosuryvenezuela.com.

 guerreroemiliogutierrez@gmail.com

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