O producimos o desaparecemos

“No se podrá abastecer nada si no se produce”. Es un dicho a medias, nada axiomático, muy de moda en cada discusión sobre los Comités Locales de Abastecimiento y Producción (CLAP). Porque es posible abastecer a un país importando lo necesario, sin producir, produciendo nada más que importación.

Pero ética y lógicamente la frase quiere ser absolutista, irrefutable verdad. Un país que abastece importando es un Estado con pies de barro, sin soberanía. El día que se le corte el suministro desde allá de donde importa podría dejar de ser patria para sus habitantes, vulnerable al chantaje y a la humillación.

Un país soberano produce. Es una patria. Es autónomo, independiente y podría cercenársele el mundo al cual pertenece y continuar vivo. Un baluarte, una preponderancia, un fin en sí mismo, garantía de futuro. Ergo abastecerse es connatural, hasta inevitable.

Los países que no generan lo que sus nacionales requieren son Estados potencialmente esclavos, con materia fértil para ello. Es un hecho, por más que la cantaleta globalizadora predique que es imposible, que se es una sola aldea, unos necesitados y complementados con los otros. Mire no más el vaivén de los países petroleros cuando bajan los precios del barril.

Vender materia prima no hace a un país libre ni soberano. Castra, coarta la creatividad humana porque la riqueza gratis no exige al ingenio humano, y al final la vida, embrutecida de paso, empieza a depender de lo que mana del subsuelo. Vender petróleo no hace países libres. Éste se acaba, es finito, y depende de malévolas conspiraciones de quien compra en el mercado. Si de sopetón se suspende la venta, como se ha visto, el país vendedor, que no sabe hacer otra cosa, cae por su propio peso bruto. Además, quien vende materia prima no es respetado, y no lo es precisamente porque potencialmente no es nadie al poseer una economía volátil, subordinada; peor incluso: empieza a ser visto como el suelo mismo, países subsuelos, proveedores, graneros que en situaciones coyunturales pueden ser ocupados militarmente y explotados. Patios traseros, estacionamientos de tanques y aviones en los contextos de guerra.

Para ilustrar: los países del Golfo Pérsico eventualmente podrían no verse como países. Si no desarrollan una forma de subsistencia distinta, si no generan una riqueza propia y no basada en la emanación natural, no son más que reservas de petróleo y agua. No es casual que el Medio Oriente sea la zona con mayor presión belicista en el planeta. Allí las apetencias son proporcionales al tamaño de las reservas de hidrocarburos. Irak fue invadido y sometido a división y planes de vuelo. Al norte de África, Libia fue desaparecida. Irán, Venezuela, son reservorios en la mira.

Tampoco vale depender de otro recurso, póngase por caso hierro u oro. Se agotan en el subsuelo, y sólo a un loco se le ocurriría trazar un imperio de mil años, cuando no su supervivencia como país, basado en la venta de un material precioso extraído de la corteza terrestre. El oro está prácticamente agotado en el planeta y las minas que existen ya casi que se consiguen solamente en forma de lingotes. En Venezuela un pueblo llamado El Pao tiene actualmente forma de fantasma desde que se le agotó la mina de hierro de donde amamantaban sus habitantes. Hombres de petróleo, hombres de hierro, pero nunca de maíz.

Lo que manda es generar la riqueza propia, aquello que te blinda hacia el porvenir y te hace susceptible de multiplicarte “como las estrellas del cielo y como la arena en la orilla del mar” (Génesis 22:17). ¿Y eso que es? ¿Algún enigma más de la vida por resolver? En modo alguno: alimento. Un país libre genera lo que come, en abstracción respecto del mundo. Quien compre a otro lo que se come, así sea con dinero propio, posee una vida prestada, es una contingencia. Así venda petróleo y sea rico, como Arabia Saudita lo es ahora, monarquía que en algún momento desaparece. El humano por su contextura animal come, y, si sabe generar lo que come, es rico, así no disponga ni de oro ni de petróleo. Con maíz o verdura de su propia cosecha es suficiente. Dice Lao Tse, Tao Te King, capítulo XIII: “A aquel que ama más su propio cuerpo que el mundo entero, se le puede confiar el gobierno de la vida”. Y háblese, si, de egoísmo, mejor si con la carga de cristianismo irredento.

A dejarse de espejismos y espejitos porque ellos son parte de ese paradigma esclavista que somete. El cambio está, y valga la redundancia, en cambiar de rubro existencial, dejar a un lado al petróleo como panacea vital, como modelo rentista, y lanzarse hacia lo que nunca se agota: el suelo, el agro, la siembra, la cría, el ingenio todopoderoso que refunda mundo, el conocimiento a favor de la vida propia. La producción a abastecer por los CLAP, en medio de la coyuntura crítica que vive Venezuela, estratégicamente tiene que ser la propia, esa que pertenece al país y su gente, batida con la mano y el ingenio nacionales, apoyado en los ingentes recursos de la naturaleza. Nadie propone no vender materias primas, pero sí que el modelo de ventas de materias primas no sea el modelo de vida. Déjese de ser granero o mina; séase humano, artífice del propio destino. Cámbiese el paradigma, ensáyese otro. Llevar a la boca lo que la mano y el ingenio propio siembran, ha de ser mandato divino. CLAP: Cero importadera para la subsistencia, al menos como meta gradual y final. Apóyese la producción vernácula y desmóntense mitos.



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Oscar J. Camero

Escritor e investigador. Estudió Literatura en la UCV. Activista de izquierda. Apasionado por la filosofía, fotografía, viajes, ciudad, salud, música llanera y la investigación documental.

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