Ya no vale la pena el sacrificio

La guerra económica ¿única culpable?

La profunda crisis social y económica que atraviesa Venezuela se acentúa a diario; cada día se multiplican las penurias a la que la gran mayoría de los venezolanos estamos sometidos: escasez de alimentos, servicios básicos deficientes o inexistentes, delincuencia e impunidad. Nuestra calidad de vida ha ido desapareciendo a pasos agigantados. Según el gobierno nacional todo ello obedece a una guerra económica. No existe otro motivo ni otro responsable de este tormento que atravesamos que no sea la guerra económica.

Desde la llegada al gobierno de Hugo Chávez muchas fueron las dificultades que enfrentó el intento de revolución bolivariana, factores internos y externos no han escatimado esfuerzos ni recursos para detener el avance que tuvo el gobierno en materia social, y si bien es cierto que la guerra económica ha sido una de las principales dificultades, igualmente han sido evidentes los errores que desde el alto gobierno han mermado el ímpetu que caracterizó los inicios de la quinta republica.

La inducida caída de los precios del petróleo a través del fracking ha sido la última y más aberrante iniciativa del gobierno de Estados Unidos para liquidar lo que al inicio fue una cierta posibilidad de revolución pero que con el correr de los años se ha venido trasformando en clientelismo oportunista, sectario y ciego.

El innegable liderazgo del comandante Chávez y sus políticas permitió a las tradicionalmente marginadas mayorías tener acceso a bienes y servicios que siempre le habían resultado inalcanzables pero paralelamente se cometían errores, como la impunidad y la expropiación, que a la postre pesaron mas que aquellas innovadoras y progresistas políticas.

Siguen los factores internos y externos empeñados en imponer su modelo neoliberal a costa de lo que sea y el gobierno, con su ineptitud y ceguera, sigue empeñado en hacerles más fácil el camino. Se impone la desidia, el clientelismo y la corrupción por encima de una lucha genuinamente revolucionaria y emancipadora que haga frente a los enemigos de siempre sin más interés que la justicia.

Si algo ha aprendido el venezolano es saber diferenciar entre lo bueno y lo malo, y más aún, a no dejarse engañar. Este noble pueblo sabe que existe una guerra económica, pero también sabe que existe una clase política disfrazada de revolucionaria que pretende que sigamos sacrificándonos mientras ellos “luchan” en una guerra que sólo utilizan como excusa para su beneficio y para tratar de tapar sus errores y su ineficiencia. Es algo como el bloqueo a Cuba, inhumano y cruel por demás, sirve de pretexto para justificar todos los errores y extremismos de aquella revolución.

Quienes desde niño hemos creído en el socialismo humanista y ecologista como vía hacia la redención de la humanidad queremos gente que enfrente la guerra económica, pero que también acepte y asuma los errores, las deficiencias y las calamidades por la que atravesamos los venezolanos; que no nos vengan con el cuento de que si no tenemos servicio de agua potable, es por la guerra económica; que si el hampa hace de las suyas a plena luz del día, culpable es la guerra económica; si, como cantó Alí, izaron el pabellón (subieron las caraotas, las tajadas y el arroz) responsable es la guerra económica; si no podemos ir a pescar y a disfrutar de nuestros ríos y playas por que nos roban y nos matan, es por la guerra económica; si no se consigue chimó y ni siquiera alpargatas podemos usar, todo es culpa de la guerra económica.

El caradurismo ha llegado al extremo de asegurar que en Venezuela lo que hay es “una siembra deliberada de pesimismo” quienes así se expresan son los mismos que nos arrebataron a los venezolanos aquella hermosa costumbre de reunirnos para compartir anécdotas en alegres y amenas conversas; hoy día nos susurramos lo angustiante que nos resulta el no saber que comeremos mañana, no la próxima quincena, ni el próximo mes, no, mañana. Ya basta de aquellos que son como quienes fingen una sonrisa ¡falsos! por ellos, ya no vale la pena el sacrificio.



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Jahir Ricardo Artigas


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