En el segundo escenario, los EE. UU. despliegan sobre Venezuela el mismo esquema del primero, con la diferencia de que no logran derrocar a Nicolás Maduro, se genera una harta resistencia y el conflicto se regionaliza, extendiéndose a Colombia, Brasil y Guyana.
Los EE. UU. atacan la infraestructura militar y energética. Venezuela responde y ataca a los buques de guerra gringos en el Caribe con armas disparadas desde los Sukhoi Su-30. Se suscita un breve combate aéreo que Venezuela rehúye por su clara inferioridad numérica, por una razón, y por acople a los conceptos de su doctrina de Defensa Integral de la Nación, por la otra.
Debe tenerse claro que el país rediseñó sus fuerzas armadas desde la época de Hugo Chávez, quien previó el inevitable capítulo de la agresión gringa por apetencias petroleras. Los valores doctrinarios no procuran la confrontación directa contra un imperio militar por razones obvias, sino una resistencia asimétrica y prolongada con un efecto enjambre de ataque que termine poniendo en fuga al enemigo. La idea es que el petróleo de Venezuela no le resulte ni fácil ni gratuito al ladrón.
Para ello, las FAN se esquematizaron en Regiones Estratégicas de Defensa Integral (REDI), en Zonas Operativas de Defensa Integral (ZODI) y en Áreas de Defensa Integral (ADI), todas unidades jerárquicas territoriales concebidas para ejercer una defensa y ataque según potencialidades geográficas y geopolíticas específicas, con autonomía funcional.
Esto significa que tropas de zonas montañosas, selváticas, fluviales y llaneras se activarán según su especialización nativa para defender la plaza, acudir al rescate u hostigamiento de una zona tomada, como Caracas, por ejemplo, y hacer imposible el desplazamiento enemigo en el país.
El efecto enjambre viene a cuento porque la tropa bolivariana no responde a una formación tradicional militar, sino a peculiaridades de especialización ambiental que priman conceptos como la guerra de guerrillas, el enemigo fantasma que ataca y desaparece, y eventos paradigmáticos de evolución militar. Entre estos últimos eventos se cuenta la derrota de los EE. UU. en las selvas y ríos vietnamitas o en las montañas escarpadas de Afganistán, y el surgimiento de artilugios bélicos como drones y lanchas “avispas”, tipo iraní estas últimas.
En teoría, un vetusto y ciclópeo portaaviones podría colapsarse en su defensa ante el ataque en enjambre de cientos de “avispas” lanzando misiles. Esto en cuanto a espacios acuáticos. Desde tierra, la defensa y ataque alcanzarían niveles preocupantes de asimetría bélica porque el enemigo no sabría desde dónde Venezuela podría atacar con sus dispositivos Igla-S (SA-24 Grinch), misiles antiaéreos portátiles rusos: ¿desde montañas, edificios, cuevas, ríos? En este aspecto de lo asimétrico e irregular, lo integral militar se consustancia con el componente miliciano y popular. Dígase, finalmente, que las dos centenas de tanques de guerra del país sumarían un potencial de fuego dinámico sobre el terreno.
Como bien señala Celso Amorin, asesor presidencial brasileño, la situación «podría sumergir a Sudamérica en un conflicto similar al de Vietnam» (8-12-2025), involucrando a los países del orbe. «¿O estás conmigo o estás en contra?», sería la pregunta imperial. Brasil y Colombia tendrán que soportar la presión de alinearse con un país extranjero en contra de un país vecino. Cuba enviaría tropas porque su futuro geopolítico está ligado a la supervivencia de la patria de Simón Bolívar. Inevitable es que Guyana sea un blanco debido a la cesión de su territorio para atacar a Venezuela y por su oportunismo implícito para robarse el Esequibo.
En fin, semejante cuadro de resistencia y asedio prolongados no parece rentable ni promete un petróleo fácil. Si antes, con la victoria en la mano (escenario 1), los gringos debían gastar $200 mil millones en diez años para elevar la producción a 3 millones de barriles diarios, ahora las circunstancias asumen un color de hormiga, tan negras como costosas, como se dice en Venezuela.