La oposición merece democracia, justicia y paz

El clamor que voceros de la oposición "pacífica" mantienen en la mediática nacional e internacional, exigiendo derechos humanos, democracia, justicia y paz, a través de sus voceros Henry Ramos Allup, Julio Borges, Henrique Capriles Radonsky, Freddy Guevara y demás conductores de las "protestas pacíficas" que han cobrado más de 60 vidas, merecen ser oídas, escuchadas y satisfechas por el gobierno nacional.

Es su derecho como venezolanos a reclamar para sí el mismo trato que durante 40 años sus gobiernos dieron a la oposición venezolana, catalogada de extremista, ultraizquierdista, Castrocomunista y Guevarista, pero que jamás se le ocurrió incendiar hospitales, centros de preescolar, sedes ministeriales, unidades del Metro de Caracas, depósitos de medicinas y alimentos para el pueblo, cisternas cargados con combustible, poniendo en peligro la vida de miles de inocentes ciudadanos, bloquear autopistas, carreteras o calles, mucho menos secuestrar bajo amenaza armada a urbanizaciones, como lo hacen ahora los pacíficos de la MUD. Nunca sus activistas agredieron a transeúntes por confundirlos con adecos o copeyanos, ni siquiera a los funcionarios de la DIGEPOL, que eran matones entrenados en la Escuela de las Américas para torturar hasta la muerte a un comunista o izquierdista que cayera en sus manos, ni a miembros de la Guardia Nacional, Ejército, Aviación y Armada, unidades militares que entonces eran utilizadas, por el estado como un ejército de ocupación para atacar a estudiantes, obreros y amas de casa que salían desarmados y pacíficamente a protestar, por el pasaje estudiantil, por asistencia médica, porque los enfermos se morían de menguas en las emergencias de los hospitales, colapsados, porque no existían centros de atención primaria en barrios y urbanizaciones. Estas manifestaciones siempre terminaban con una media docena de muertos, con disparos de Fal, pistola, ametralladoras y otras armas de guerra que eran utilizadas para "disuadir" a los manifestantes, que con ollas vacías y pancartas salían a las calles, no a incendiar, saquear, asaltar a transeúntes o a quemar vivos a militantes adecos y copeyanos, sino a gritar consignas reivindicativas y en contra de las tropelías del gobierno de turno. Estos gobiernos si tenían sus bandas armadas, como el caso de las tristemente célebres, SOTOPOL, cuadrilla de matones armados, comandados a escala nacional para controlar sindicatos, ligas campesinas y atacar manifestaciones, por un sindicalista adeco del Zulia, de nombre Hugo Soto Socorro, "La Cobra Negra" integrada por miembros de la DIGEPOL y militantes adiestrados en artes paramilitares y parapoliciales, para confrontar al "enemigo Castrocomunista", que no era otro que el estudiante, sin cupo, sin pasaje preferencial, el obrero desempleado que tenía a su familia pasando hambre, por no tener un carnet verde o blanco, condición sine qua non, para optar a un cargo en el medio público o privado, que estaban bajo control partidista, o la ama de casa que no encontraba la leche para su hijo. La MANZOPOL, comandada por Manzo González, un Ministro del Interior y, otros tantos brazos armados que tenían los gobiernos de la IV República para ejecutar el terrorismo de estado, como política para enfrentar al adversario político. Estos cuerpos represivos ilegales, eran utilizados hasta para las desapariciones forzosas.

Pues bien señores del gobierno bolivariano, como ya no se trata de una confrontación dialógica, sino de una insurrección armada declarada, respondan como se merecen los mercenarios que siembran el terror en el territorio nacional. Ubiquen que por ahí deben estar todavía en los archivos los manuales de Rómulo Betancourt, "Padre de la democracia", de Raúl Leoni, "El presidente bueno" de Rafael Caldera, Carlos Andrés Pérez, de Luis Herrera Campíns y Jaime Lusinchi, utilizados para combatir la "subversión" y el Castrocomunismo y como se supone que forman parte de la herencia de la democracia que tanto añoran y defienden, los herederos del Furher desempolven los y aplíquense en estos tiempos, que seguramente no se quejaron, porque la salsa que es buena para el pavo es buena para la pava. Además condenar esas prácticas sería traicionar el "Legado del padre de la democracia y sus aliados". Lástima que el Cuartel San Carlos, esta dictadura oprobiosa, enemiga del pueblo y la cultura lo haya convertido en un espacio cultural. Pero no todo está perdido allí todavía está ese dorado recinto, conocido como la Isla del Burro, en el Lago de Valencia, optimo para darle a la oposición la democracia, justicia y paz que tanto reclama y merece.



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Cástor Díaz

Periodista CNP 2414

 cd2620@gmail.com

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