En el tablero geopolítico contemporáneo, Venezuela vuelve a ser blanco de una ofensiva imperial que se disfraza de "alianza estratégica" pero que, en realidad, constituye un pacto macabro contra la soberanía nacional.
La derecha radical antichavista, movida por un odio visceral hacia el proyecto bolivariano, ha solicitado abiertamente un incremento de la presión internacional, alentando la intervención extranjera y la militarización de la política hemisférica.
En este contexto, se configura una alianza de corte fascista entre Donald Trump, Marco Rubio y María Corina Machado, cuyo objetivo declarado es bañar de sangre al país y apropiarse de sus recursos naturales.
El imperialismo estadounidense ha demostrado históricamente que su interés en Venezuela no es la democracia ni los derechos humanos, sino el petróleo, el gas, el oro y el arco minero.
La alianza entre Trump, Rubio y Machado responde a esa lógica depredadora: convertir a Venezuela en un territorio de extracción, subordinado a las corporaciones transnacionales.
La narrativa de "crisis humanitaria" y "dictadura" funciona como excusa para legitimar la intervención, mientras se oculta el verdadero propósito: el saqueo sistemático de los bienes comunes de la nación.
La derecha radical venezolana, incapaz de construir un proyecto político autónomo, se ha convertido en el brazo interno de la estrategia imperial. Sus pedidos de sanciones, bloqueos y aislamiento diplomático no son más que la traducción local de los intereses de Washington.
En lugar de defender la soberanía, clama por más castigos contra su propio pueblo, buscando que el hambre y la desesperación se conviertan en combustible para la desestabilización. Esta actitud revela un profundo desprecio por la vida de los venezolanos y una subordinación absoluta a los dictados del poder extranjero.
La alianza fascista que se teje entre Trump, Rubio y Machado no se limita a discursos incendiarios. Se trata de un proyecto militarizado que busca legitimar la violencia como herramienta política.
La amenaza de "bañar de sangre" al país no es una metáfora: es la expresión de un plan que pretende imponer por la fuerza lo que no han logrado por las urnas. El fascismo se manifiesta en la exaltación del odio, en la negación del diálogo y en la glorificación de la represión como mecanismo de control social.
Desde la perspectiva del derecho internacional público, cualquier intento de intervención militar o de imposición de sanciones unilaterales constituye una violación flagrante de la Carta de las Naciones Unidas. La soberanía nacional es un principio irrenunciable, y Venezuela tiene el derecho de decidir su destino sin injerencias externas.
La "macabra alianza" no solo atenta contra la autodeterminación del pueblo venezolano, sino que también erosiona el sistema multilateral, debilitando las normas que garantizan la paz y la cooperación entre los Estados.
Frente a esta ofensiva, el pueblo venezolano ha demostrado una capacidad de resistencia admirable. A pesar de las dificultades económicas y las presiones internacionales, la conciencia nacional se fortalece en la defensa de la patria. La memoria histórica de las luchas independentistas y el legado de Bolívar se convierten en escudo contra la agresión imperial.
La unidad cívico-militar, lejos de ser un eslogan, es una realidad que garantiza que Venezuela no será doblegada por las amenazas externas ni por las traiciones internas.
La "macabra alianza antivenezolana" entre Trump, Rubio y Machado es la expresión más reciente de un proyecto imperial que busca destruir la soberanía y apropiarse de los recursos naturales del país.
Sin embargo, la historia demuestra que ningún imperio ha logrado someter definitivamente a un pueblo decidido a ser libre. Venezuela enfrenta una ofensiva peligrosa, pero también cuenta con la fuerza de su dignidad, la legitimidad del derecho internacional y la convicción de que la patria no se negocia.
La denuncia y la resistencia son hoy más necesarias que nunca, porque lo que está en juego no es solo el presente, sino el futuro de la nación.