Palabras urgentes al comandante Chávez, el presidente incluyente, y José Vicente Rangel: buen amigo del gobierno

¿Acaso no es mejor encontrar un lenguaje que nos permita a los revolucionarios dialogar con los abstencionistas?

En el incomunicado partido de los abstencionistas: que la oposición y esta revolución (de pana) le saben a bola; militan disciplinadamente un mínimo de 5 millones de carajos inconmovibles, que han estado contemplando los torneos entre el gobierno y los que se le oponen, pero sin que les provoque aplaudir a nadie.

En cualquier estadio del planeta, donde se dispute un juego de cualquier naturaleza, entre managers medianamente pilas, tiene que llamar preocupantemente la atención de ambos contendores que casi un tercio de las tribunas (véase la abstención 2009) no muestren la más mínima emoción ante ninguno de los lances o estrategias de campo que desarrollan los dos rivales en batalla.

En el caso concreto de la revolución, el asunto es mas verraco aún, ya que cerca de otro tercio de los asistentes se complace en pitarla demencialmente, en cada serie electoral (ver los votos opositores 2009).

La ecuación es dramáticamente sencilla: un tercio nos quiere, un tercio nos odia y el otro tercio ni nos ignora…¿Entonces?

Tradicionalmente, esta extraña situación nunca ha sobresaltado, y se entiende: el sueño del equipo visitante (oposición), total ese es el signo que persigue a toda agrupación cuando juega fuera de casa.

Pero camaradas, nosotros no podemos calarnos estoicamente esa realidad y reaccionar con la misma indiferencia y resignación de nuestros contrarios, porque (dejémonos de pasiones) la revolución bolivariana es home club y tiene el monopolio concreto de las realizaciones.

Lo natural, entonces, es que en su patio, la mayoría real en el estadio, y no la relativa, debiera emocionadamente aplaudirla en cada una de sus jugadas.

Que me perdonen mis amigos fanáticos del proceso, al no poderlos complacer en mi percepción, pero lo que se desprende, y allí están los resultados electorales como referencia científica, es que inmerecidamente a nuestra inclusiva y generosa revolución la están aplaudiendo en su corazón muchos, pero con el voto, sólo un poquito más de un tercio de sus beneficiarios.

A mí no me gusta esta vaina, por los peligros potenciales que comporta, máxime cuando la legitimidad y legalidad de origen, de ella, está bajo el dominio de reglas electorales burguesas.

Para el poder electoral, el que saque más votos ganó y el otro perdió.

El Consejo Nacional Electoral (CNE) no tiene nada que ver si ahora hay más alfabetizados, o si van cerca de 300 millones de consultas en Barrio Adentro, o si existe un marcado abatimiento del desempleo y la pobreza, entre otros tantos avances sociales.

Fíjense que ahorita se tuvo que reconocer un poco más de 5 millones de votos reales a la oposición, sin tener ésta ningún mérito social que mostrar, salvo un bochornoso prontuario de sus principales dirigentes.

Aquí vale igual el voto agradecido de un alma rescatada de las entrañas de la miseria por la revolución, que el emitido por un asesino de la plaza Altamira, o al que ejecuta a sus propios simpatizantes, en terrenos del parque Caiza, para que culpen al gobierno.

Son reglas muy rejodidas con las cuales hemos aceptado jugar a la democracia en Venezuela. Esto es: votos, votos, más votos y por siempre votos.

Entonces pues, por los medios más activos y eficaces…¡Búsquemos y construyamos votos! ¡No los alejemos ni los perdamos!

Hay que hacer un esfuerzo mental de tonta ignorancia para no comprender cabalmente que la abstención es una expresión electoral informal muy delicada, que acusa siempre a los que tienen el gobierno.

Una persona que se inscribe en el registro electoral no lo hace con la intención de cumplir un requisito laboral ante nadie, como es o era el caso de la inscripción militar.

Tampoco es atribuible a las exigencias normativas para sacar documentos personales. ¡No!

Estoy absolutamente seguro que en el momento en que un ciudadano decide alistarse electoralmente no lo hace con la aspiración de volverse abstencionista, sino con el anhelo, (posteriormente frustrado) de expresarse e influir en los asuntos públicos, donde también tienen intereses terceros, que a él lo van a tocar individual o colectivamente.

Un abstencionista es una entidad incomunicada que milita en el desencanto y vive refugiado en la desilusión y la falta de fe. Ayer fue un creyente devenido en ateo al no ser ayudado a decodificar, con sus claves y en el mejor sentido, el mensaje de la política.

En una revolución como la nuestra, cuya calidad y expansión es requisada anualmente en las alcabalas del voto popular; un abstencionista no puede ser una cosa sin importancia.

Para el proceso revolucionario, estos individuos tienen que tener el carácter de pacientes y su convalecencia debe menester de los revolucionarios nuestro apoyo y desvelo, como a cualquier enfermo cuyo mal, para esta circunstancia, me parece que deriva de que esta revolución no se está comunicando correctamente con ellos.

Pueden haber otras causas para explicar el síntoma, pero lo relevante ahorita no son las justificaciones de su aparición sino el guarapo que lo cura…¡pero a nuestro favor!

Los abstencionistas, más que los propios opositores, son una bomba de tiempo que amenaza severamente a la revolución.

A mí me resbala si no sufragan por los opositores, ese es un problema de ellos que no nos toca a nosotros resolvérselo.

Pero lo que a mí no me deja dormir en paz es que tampoco lo hagan para este lado, con tantos logros y realizaciones de este portentoso gobierno.

Nosotros no podemos vivir eternamente con esos atajaperros de búsqueda de votos en cada desafío electoral, colocando penosamente a esta revolución en esos escalofriantes ejercicios de equilibrismo en cuerda floja, y encargando a Dios y a María Santísima un resultado favorable, mientras frente a nosotros permanecen impávidos, inertes e indoloros un contingente de votantes cercano a un tercio del registro de electores.

A esta situación debemos buscarle una solución política y comunicacional urgentemente, pero no con posiciones acomplejadas, caprichosas o bravuconas.

La política debe hacerlo todo, de lo contrario el extraordinario proceso de trasformación social venezolano continuará, mal de nuestro agrado, críticamente apoyado por sólo una parte de la población y a merced de una abrupta e inesperada migración de los señores ni-ni hacia la contra, al llegar a producirse la ruptura de la barra que contiene su abstencionismo no atendido.

Ya es hora que nosotros los bolivarianos, los chavistas, los revolucionarios, les peguemos por el pecho a los escuálidos 8 ó 9 millones de votos a los cada vez más envalentonados opositores de la revolución, para que de una vez por todas se despejen las dudas sobre el carácter popular de nuestras victorias.

Estamos condenados a crecer a costa de los inconversos abstencionistas, no queda otro camino.

Peor aún es que este sector social aumente su obesidad a costa de nuestros propios errores y luego, cual escopeta montada, nos sorprenda en la frente, con unos inesperados y mortales guaimarasos.

La implantación del socialismo es difícil consensuarlo con la oposición disociada actual, porque la única energía social que a ellos los mueve es el odio y el rencor contra nosotros, y lo demuestran cada vez que quieren, y ni se diga cuando hay elecciones.

Pero en honor a la verdad, los abstencionistas no han manchado todavía su voto contra la revolución bolivariana, ya que por suerte, hasta ahora, le hemos sido indiferentes. Una vaina es que alguien no nos trate por arrechera y otra es que no lo haga porque el lado interesado o ambos nunca hayan hecho el esfuerzo de comunicarse o tratarse.

Que nadie con un cuarto de anís en el buche se crea que esta es una revolución que toma el poder proveniente de una cruenta y prolongada lucha armada, y que por lo tanto sus crisis y tropiezos internos deben resolverse con los códigos de los fusiles y los tanques.

Digo esto porque por ahí andan muchas piedritas, con sus respectivos apoyadores fanáticos y su revolución aérea en el coco, haciendo que se pase gente del abstencionismo a la oposición, mientras estos extremistas se asocian arbitrariamente con la revolución y llaman a tomar La Bastilla con un lenguaje apocalíptico y unos aspavientos medio violentos.

Para honra de las democracias en el planeta, el proceso de cambio venezolano es pacífico y se sustenta en votos, así se nos haya tornando un poco problemático conseguirlos, en la cantidad que deseamos.

El gran reto, y la impostergable tarea de la revolución en los próximos días, en base a un impecable plan de esos que Chávez diseña, es motivar y estimular, con el lenguaje apropiado, una formidable campaña comunicacional que haga comprensible y potable los logros revolucionarios al sector abstencionista.

Esto hasta ahora no se ha hecho, y a pesar de que el enemigo los ha bombardeado con sus asquerosas mentiras, debemos celebrar, pero no con festividades de tontos, que no haya logrado pasarlos a su trinchera.

¡Eso tiene hoy un gran significado! Recordemos, ¡por el amor de Dios!, que ellos no entienden el lenguaje revolucionario, porque no lo son, así como los rusos o los chinos no entienden el castellano, al no ser de por aquí, y entonces hay que guindarles en las orejas unos aparatos traductores, cuando vienen a hablar con Chávez.

¡Comuniquémonos con los abstencionistas, hagamos a esta revolución invencible con el otro pueblo y ellos…! ¡Y desatemos un fructífero debate sobre este tema!. ¡Señor Presidente: excúseme pues usted estas palabritas que bueno se me vinieron al entendimiento!



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