El comercial de la política

En algunos de los países de tendencia woke más desarrollados y aquellos otros que presumen de serlo, los ciudadanos más optimistas se han empeñado en llamar democracia a lo que formalmente se conoce como partitocracia o dictadura de una minoría política dominante, que en ocasiones deriva hacia la autocracia, representada por el líder de turno situado el frente de un partido. Quienes no lo son tanto, simplemente la quieren ver como algo que permite al pueblo figurar en la política de su país y la entienden como un método para ejercer el derecho de votar de cuando en cuando, al objeto de que así puedan cambiar las caras de los gobernantes. Los escépticos, se dedican a contemplar el espectáculo político desde la barrera, sin apasionamiento alguno, e incluso podría decirse que con total indiferencia, es decir, pasan de la política.

Sin embargo, elevándose sobre ese rasero social, que se muestra creyente, incrédulo o escéptico, y aprovechando el significado del término democracia representativa, siempre emerge en la sociedad, claramente fragmentada y sin horizonte vital, una minoría dispuesta a hacer creer a los demás en su capacidad para dirigirlos, con la finalidad de que les otorguen el poder democrático que permita representarlos en la dirección de la política de su país. Tales personajes, que se declaran servidores públicos, aunque realmente solo miran por sus propios intereses, se autoetiquetan como políticos. Aprovechando cualquier ideología en circulación, se acogen a su amparo, mostrándose fieles seguidores de ella, y la venden como si fuera un producto mercantil más de los que circulan en la sociedad de mercado. No cabe discutir si creen en ella o simplemente están al producto comercial, puesto que en su actividad en este punto prima lo meramente laboral, ya que se trata de un empleo más, que algunos lo elevan a la categoría de profesión. De la actividad laboral de tan singulares trabajadores depende en buena medida la viabilidad de la democracia moderna, puesto que mantienen sus principios teóricos en estado latente, haciendo especial hincapié en la función representativa del pueblo, porque de ello depende su empleo.

Dado el desembolso que exige la maquinaria democrática, por principio, queda excluida la condición de trabajador autónomo, de ahí que haya que trabajar en el marco de una empresa política que utiliza la democracia para acceder al poder, exhibiendo una ideología propia para gobernar a la masa. El político es el encargado de vender esa ideología, acompañada de productos más tangibles, y la retribución que percibe viene con los votos de la ciudadanía. El mejor político es el que ofrece más y resulta más convincente en la oferta.

Esto sucede porque la política no ha quedado al margen del mercado, cumpliendo una exigencia más del sistema capitalista, por tanto, se tiene que mover en términos de vender y comprar, asistida por las modas del momento, mientras la ideología es la marca que identifica el negocio. De ahí el papel de un buen comercial —el que antes se llamaba representante, más tarde agente de ventas o simplemente vendedor—, que suele caracterizarse por poner en escena sus chascarrillos, ocurrencias y dotes de sabiduría asistida, de manera que sea capaz de ganarse al auditorio. En realidad el personaje no precisa disponer de cualidades especiales, con excepción de ciertas virtudes con las que debe estar agraciado, por ejemplo, echarle mucha cara a la vida y un claro manejo de la oratoria barata —esta última, exigencia es imprescindible para poder ejercer el oficio—. De momento, el título académico de político no se obtiene en ninguna facultad de renombre, por tanto, no es un requisito ineludible para ejercer, aunque cualquier título académico adorna y junto con la experiencia personal hace curriculum. Por otro lado, su posible desconocimiento de tantas cosas que exige conocer el mundo moderno no es un obstáculo en la actividad, porque para ilustrarle están los asesores, ese ejercicio silencioso que permanece en la sombra y le da consejos, le dice como actuar y le prepara el monólogo para cada escenario. Más atrás, el director de orquesta fija el compás del colectivo. En definitiva, poco de lo que se escucha al comercial tiene originalidad, salvo su presencia, lo otro son reproducciones, tópicos y pocas novedades, que pudieran ser de cosecha propia en alguna ocasión. El resultado final es preparar su actuación en cualquier teatro. Allí, la misión del comercial es conseguir que las gentes crean en sus palabras y compren el producto que oferta, luego lo sigan comprando y fielmente, llegado el momento, voten al conglomerado que representa.

Como, salvo procurar espectáculo, hoy la política constructiva tiene poco que hacer en estos países, porque todo viene hecho desde arriba, basta con promocionarla, de eso se encargan esos comerciales, representando el papel de influenciadores para ganar consumidores del producto que ofertan. La retribución por tan ardua labor no solo viene con el voto, para disfrutar, en su caso, de los beneficios del poder, sino que no es infrecuente el pago por su trabajo más allá del voto, ya sea en efectivo o en especie, casi siempre en proporción al lugar que ocupe en el escalafón. Por eso, se requiere a todo buen comercial hacer uso de la paciencia y esperar, acumular méritos para ascender en el escalafón del grupo de asociados para la acción política, dándose a conocer, ganando amigos, haciendo favores, dando muchas palmadas en la espalda y sonrisas por doquier, puesto que con el tiempo, es posible, acceder a los premios gordos que concede la lotería política. La dificultad del acceso a comercial de la política reside en la competencia, son muchos los que aspiran al puesto, porque de una u otra manera el empleo suele retribuirse con largueza, por lo que es natural que esté muy demandado. También puede suceder que cualquier lego parlanchín se cuele de rondón, se suba al escenario y se declame comercial político.

 



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Antonio Lorca Siero

Escritor y ensayista. Jurista de profesión. Doctor en Derecho y Licenciado en Filosofía. Articulista crítico sobre temas políticos, económicos y sociales. Autor de más de una veintena de libros, entre los que pueden citarse: Aspectos de la crisis del Estado de Derecho (1994), Las Cortes Constituyentes y la Constitución de 1869 (1995), El capitalismo como ideología (2016) o El totalitarismo capitalista (2019).

 anmalosi@hotmail.es

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