Sembrar conciencia para cosechar hombre nuevos

Se ven las caras pero no los corazones

Cuando se está a las puertas de cambios substanciales es natural que aparezcan las crisis. De ordinario, arrellanados en nuestras concepciones las crisis nos horrorizan, nos mueven el piso y nos conduce, bien a hacer cuanto esté en nuestras manos por detener lo que se viene o bien a sabernos profundamente cuestionados y prepararnos para los cambios; esto último, con mucho, lo mejor.

Las crisis no deberían alarmar a un revolucionario porque la revolución nunca está concluida, siempre está por hacerse o mejor, siempre se está haciendo. Las que nos parecen -durante nuestra etapa física en las luchas- espléndidas conquistas resultarán poco más que la norma para los que nos sucedan. La gran tentación frente a la crisis es el conformismo y, sobre todo, el desaliento, ese abandonarse a la realidad de unos hechos que consideramos fatalmente inamovibles.

El conformismo –incluso la abierta oposición a los cambios- nos invita a guardar fidelidad por fuera pero estar perfectamente bien instalados por dentro. Tendemos a justificar lo que tenemos, nos inclinamos a dar carta de legitimidad a ciertas "compensaciones" que, por supuesto, "merecemos". Nos asalta un irrefrenable deseo por "guardar la ropa", por "no quemar las naves", se asume que hay razones morales de sobra para gozar todo lo que la revolución "legítimamente" puede y "debe" darnos. Es más, ¡Dios libre al que ponga en duda mis derechos", ¡traidor y punto!, ¡mira tú!

Un revolucionario tiene que disponer de ese dinamismo y elasticidad que le permita constantemente cuestionarse a sí mismo. Las crisis deben llevarnos siempre a un compromiso más maduro, más ético, sin excepciones ni autocomplacencias. Son nuestras crisis éticas, más dramáticas o más sutiles, pero nuestras. Pobre del revolucionario que pierda esa sensibilidad, se acomode y resista, quizás gane muchas cosas –no lo dudo- pero habrá perdido su razón de ser, la fuente de sus sueños.

Un socialista verdadero no puede actuar como lo haría un capitalista. Por cierto, la dignidad no es exclusiva de quienes nos decimos revolucionarios, la hemos visto muchas veces en personas que nunca se dijeron tales. Todos recordarán cómo Renny Ottolina –quien nunca fue santo de mi devoción, aunque admiré su trabajo- tenía ingresos fabulosos mercadeando su imagen a favor de un cigarrillo (Viceroy), también recordarán cómo cuando dejó de fumar nunca más prestó su imagen para ese ni otro cigarrillo cualquiera. Lo recuerdo explicando su renuncia a decenas de millones de bolívares de la época, porque, "yo no me presto para vender a otro algo que considero malo para mí". Esto lo hacía Renny, un hombre absolutamente ganado por los valores del capitalismo. ¿Es moralmente aceptable que un socialista le haga propaganda a una lotería?, ¿o será que sí la considera buena para el socialismo?, ¿si no es así, por qué lo hace?, ¿no será hora de revisarnos con algo de humildad?

Las crisis, bien asumidas, van teniendo una profunda virtud, nunca nos dejan iguales. No permiten que nos acomodemos –por confrontación- a nuestro "modelo" de socialismo con respecto al modelo de revolucionario socialista. Nos hace dudar de nosotros mismos, nos hace más humildes y sencillos, nos permite ver nuestras lacras y errores y alejar la tentación de juzgar duramente sobre aquello que seguramente compartimos. La profunda originalidad de la condición de revolucionario consiste en que nos sabemos humanos y nada nos es ajeno. Como escribió la excelente periodista y mejor amiga, Mariadela Linares, en su artículo "Los Inquisidores", verdaderamente uno no sabe quién es más peligroso si el tremendista de boquilla o el enemigo histórico.

La crisis que se nos plantea en la formación del Partido Socialista Unido de Venezuela (si acaso termina este siendo el nombre), no debe dejar a ningún revolucionario de buena voluntad herido a la orilla del camino. Como los perros con las pulgas, los que deben quedarse fuera, incluso lejos y bien lejos, son los oportunistas, los tramposos, los advenedizos, los inconsecuentes con el modo de vida socialista. De esta manera, toda condición revolucionaria debe comenzar por una praxis socialista. Se trata de vivir el socialismo con la mente, con el corazón y con todo nuestro ser. Esta debe ser la única y radical exigencia, todo lo demás, ¡que si es bolivariano pero no es marxista, ¡o si es cristiano y zape con eso!, todo eso no es más que una forma estúpida y suicida de entender el proceso. ¿Saben algo? yo –en lo personal- prefiero mil veces dejar algún diablo con uñas a la hora de cortárselas, que llevarme en los cachos las alas de un ángel si puedo equivocarme al hacerlo. El mundo es del hombre firme, bueno, honesto y justo no del atorrante oportunista.

martinguedez@gmail.com



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Martín Guédez


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