La sociedad enferma

La sociología estudia los fenómenos atribuidos a la sociedad en su totalidad, en lugar de centrarse en las acciones específicas de los individuos. Los hechos sociales son colectivos porque son parte de la cultura de la sociedad, y son coercitivos porque los individuos se educan conforme a las normas y reglas de la sociedad solo por el hecho de nacer en ella. Pero la sociedad puede verse como un organismo con las funciones y metabolismo de un ser vivo. También, por consiguiente, con estados de salud normal y patológicos. En efecto, un organismo o una sociedad internamente desajustados, un cuerpo biológico o social enfermo, no puede superar sus dificultades recurriendo a cambios bruscos o a transformaciones "revolucionarias": se trata siempre de restablecer la salud deteriorada. Sin embargo, dicho sea de paso, en España, a diferencia de las demás sociedades europeas, no es fácil localizar ese periodo de salud que deba restaurarse. Pudiera decirse que no existe…

Pues bien, hace muchos años tuve un vecino ruso, director de teatro de la desaparecida Unión Soviética, que se instaló en España recién inaugurado el nuevo régimen y ejerció aquí durante un tiempo su oficio. En las charlas que tuvimos solía decirme que en su país se tenía a la sociedad occidental, sobre todo la estadounidense, por enferma. En aquel entonces, en la madurez, yo no la veía enferma pero sí pueril. Ahora tengo ya una edad en la que, si tuve alguna duda al respecto, a medida que pasan los años y los acontecimientos, más me acuerdo de lo que pensaba yo sobre el particular y de lo que decía aquel peculiar vecino.

En efecto. Manejando un lenguaje propio de la axiología clásica, la ambición desmedida, la codicia, la altivez, la altanería, la soberbia, la envidia, el ansia por predominar, por sobresalir, el atesorar riqueza, el éxito, el empeño en tener razón, la intolerancia… todo lo que en este sistema son estímulos tras estímulos y en cierto modo "valores", no dejan de ser manifestaciones de una mentalidad de algún modo infantil. Y si así lo veía entonces, en estos tiempos en que a los acicates que han ido irrumpiendo a gran velocidad se han unido los desarreglos en el ánimo y las mentes causados por una súbita embestida contra la salud pública durante dos años, qué decir cómo pueda ver yo ahora el nivel de infantilismo y de salud mental en la sociedad…

En un sistema de libertades formales, teóricas, y de una no menos convencional libertad de mercado (intervenido, no por el poder del Estado sino por los poderes fácticos), el cada vez menos valor dado a la amistad, a la fidelidad, a la lealtad, a la tolerancia, a la discreción, a la prudencia, al compromiso… Esto, por un lado. Por otro, la excitación, la voluptuosidad que producen banalidades y espejuelos sin otro motivo que su apariencia o su vistosidad, incentivados además por el sector mercantil y por la publicidad, y como consecuencia el llenarnos de cosas inútiles… son datos, detalles y circunstancias que, además de ser un reflejo de mentes inmaduras, a menudo diagnostican también buenas dosis de patología. Y con mayor motivo si consideramos a estos efectos las catástrofes causadas al medio ambiente y a la Naturaleza por el occidental, todo por mantener ese estado de cosas y acrecerlo con más novedades excitantes tecnológicas en detrimento de los verdaderos valores humanos del espíritu.

Pero hay algo que, sobre todo, cuestiona la filosofía de un sistema que promueve el individualismo extremo (concretado sobre todo en personas jurídicas que deciden más que los Estados). Y es, la obsesión por el tiempo, la sacralización del tiempo, esa vieja expresión "el tiempo es oro", el ansia por llegar, la velocidad a costa de lo que sea y de quien sea; trenes, aviones, coches cada vez más veloces… Todo, en mi consideración, una auténtica deformación intelectiva y sensorial de la sociedad incapaz de atemperarse sopesando causas y efectos, logros y víctimas, ventajas e inconvenientes para ella misma y para quienes la conforman. La prueba del infantilismo y la patología de los que hablo está en la siguiente paradoja: la sociedad sucumbe a lo que ha hecho de su determinación fatalidad. Pues no se ha dado cuenta o se ha dado cuenta pero lo ha desdeñado, de que si hay algo que le sobra al ser humano es precisamente tiempo…



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Jaime Richart

Antropólogo y jurista.

 richart.jaime@gmail.com      @jjaimerichart

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