El Socialismo en Venezuela

Especial para la Edición Aniversaria de "El Nuevo País"

Es evidente que marchamos aceleradamente hacia la conformación de una comunidad socialista, si se entiende esta tendencia como la instauración de una cultura en la cual predomina el pueblo sobre el Estado y el individuo. No es una inclinación nueva, motivada por la política gubernamental, aunque ella sea el motor que hoy acelera el cambio de las actitudes y conductas dirigidas a una reorganización de la sociedad sobre bases colectivistas. Es un movimiento, con raíces históricas, sustentadas en los patrones culturales de la población autóctona, enriquecidos por las tradiciones radicales, originadas en el marco de la civilización occidental, que alimentaron el proceso de integración de nuestra comunidad política y la estabilización del Estado. Desde luego, esta afirmación no sería aceptable para los socialistas ideológicos apegados a la cartilla impuesta por el llamado “socialismo real”, a pesar de que ella es admitida, como lo muestran los procesos electorales recientes, por los “socialistas orgánicos” sintonizados con el movimiento social, y por los adaptados al socialismo, que se acomodan a esta cultura como antes lo hicieron con las praxis del liberalismo.

Lógicamente, siendo un proceso de implantación de una nueva cultura política, ello demanda de un aprendizaje producto del ensayo y el error en las relaciones reciprocas entre los actores sociales y políticos que configuran la estructura de la sociedad. Será un noviciado, realizado mediante la interacción entre tales actores, que en mucho contradice las costumbres derivadas de las condiciones materiales de existencia, emanadas de la imposición, por la elite del poder, de la ideología del liberalismo económico. Pero no se esta partiendo de la nada. El igualitarismo es una noción que ha permeado en la conciencia de la mayoría de los venezolanos, que hace hincapié en lo que asemeja a los humanos y no en lo que les diferencia. Esto permite postular la igualdad como un valor moral en si mismo, considerando ciertas desigualdades como indeseables e injustas y, por lo tanto, como realidades que deben ser canceladas. Esta base conceptual, que es una condición necesaria para el desarrollo de la nueva cultura, favorece la praxis socialista. Solo una minoría, enmarcada dentro de los enclaves de modernidad, desarrollados dentro de la ideología liberal, que se aferra al esquema de la sociedad jerarquizada, con sus extremas asimetrías, se resiste a considerar la igualdad como un valor ansiado, facilitador de las relaciones cooperativas entre las clases y estamentos que conforman la comunidad política. Es esta intransigencia la que hoy representa la antitesis a la corriente dominante impulsada por el gobierno. Se ha planteado así una relación dialéctica que augura un avance hacia el ascenso humano, o sea, un movimiento para la minimización de la miseria y la pobreza, y del abandono y la indiferencia, que hasta ahora ha constituido “la vida” para la mayoría de los venezolanos. No es un ascenso meramente económico. Es político y social. Tampoco es un proceso evolutivo. Es una dinámica revolucionaria.

Pero la “Revolución Bolivariana” no puede mirarse desde la perspectiva economicista, decimonónica, del materialismo histórico, aunque de hecho la acción este abriendo cauces al desarrollo de nuevas fuerzas productivas, creadoras de originales patrones de relaciones sociales, e iniciadoras de transformaciones en las instituciones jurídicas, políticas, sociales y culturales de la República. Ella tiene que observarse con una visión holistica, que englobe los aspectos inmateriales que caracterizan la vida humana, particularmente los relacionados con los valores éticos y estéticos. La transformación de la ética de las virtudes, de inspiración religiosa, sobresaliente en nuestra realidad, y en general en la cultura de la modernidad impuesta por el capitalismo, de fuerte raigambre calvinista, en una ética de los motivos, donde la conservación de la vida, en toda sus manifestaciones, sea el fin de la acción humana, es parte de esa revolución. De allí el rechazo a las prácticas depredadoras implícitas en el desarrollismo económico, tan dominante tanto en la sociedad capitalista como en aquellas orientadas por el “socialismo real”. En ese sentido, la búsqueda de los equilibrios ambientales y sociales deja de ser un objetivo material para convertirse en un imperativo categórico que dirija la conducta del hombre en sociedad. Del mismo modo lo es, la transformación de la estética, vista como producto de la educación, por una concepción centrada en la sensibilidad propia del ser humano, una exaltación del sentimiento de la vida y un estimulante de la vida. Con esa dirección, esta revolución se divorcia de la concepción ortodoxa que la reduce a un materialismo mecanicista impropio de la condición racional del ser humano. Más aun, la sitúa en la realidad cultural indoamericana, haciendo válida la revisión del pensamiento socialista, que en función al cambio en el paradigma científico, rompe el mito creado sobre un modelo universal de socialismo, sustentado en la existencia de una creencia sobre la presencia de una clase proletaria única. En esta marco, lo único universal aceptable es la existencia de movimientos populares alternativos –comunistas, ecologistas, católicos de la teología de la liberación, feministas, indigenistas, etc.- que se enfrentan al imperio neoliberal, y están a la izquierda de la socialdemocracia. Ello explica la naturaleza de la política exterior del gobierno revolucionario.

Ciertamente, el proceso que se desarrolló a partir del “caracazo” del 27F (1989), con sus puntos críticos representados por las rebeliones militares de 1992, permitió la toma pacífica del poder político en Venezuela por un bloque de clases no privilegiadas, derrocando la alianza de las clases elitescas sustentada en el llamado Pacto de Punto Fijo. La variable dominante de este desarrollo ha sido el proyecto político ofrecido por el MBR-200, apoyado en las ideas relacionadas con los equilibrios geográfico, social, económico, político e, internacional, favorables al igualitarismo y a la ética de los motivos. Un movimiento, cuyo líder, con evidentes rasgos carismáticos, polarizó la función política de articulación y agregación de intereses de los sectores populares desfavorecidos, para constituir un régimen populista de transición, acelerador de la transformación de la cultura política prevalente en el país. Una categoría de gobierno con un fuerte carácter incorporador, cuya apelativo no ha sido aceptado por su jefe, a mi juicio, por prejuicios derivados de su definición tradicional, formulada por los centros académicos usamericanos, para justificar la hostilidad del Imperio frente a su implantación. Se ha tratado de un régimen que reivindica el derecho de la mayoría para elegir el gobierno de su agrado –la esencia de la democracia- y que coloca en un hombre, con gran personalidad, la capacidad de decisión en relación con la solución de los problemas planteados por el desarrollo anterior de la sociedad. Ha sido justamente este gobierno el que ha proyectado el socialismo como tesis, abriendo un debate en el cual los temas básicos son los relacionados con el poder público, y las cuestiones de la seguridad estratégica, la socialización y la economía.

Frente a este proyecto la reacción no ha expuesto una alternativa. Se ha limitado a la descalificación, especialmente del líder del proceso, sin apuntar argumentos. Empero las derrotas sucesivas, tanto electorales como estratégicas, la han forzado a retornar a las prácticas de la democracia liberal –hoy en plena crisis existencial- sin abandonar “el asesinato del carácter del líder”, desprestigiando sus políticas. Por ahora continúan, como centro de la acción adversaria, las acciones denigrantes contra el Jefe del Estado y sus políticas, sin correspondencia con la realidad de los hechos. Las acusaciones de despotismo, en lo político; de dogmatismo en lo ideológico; de estatizante, en lo económico; y, de militarista, en lo estratégico, para asociar su conducta con las prácticas del estalinismo, impuestas por la URSS en el marco del llamado socialismo real, se desvanecen en la opinión pública, por ser contradictorias con lo directamente observable en la materialidad venezolana. Lo visible es la permisibilidad, y hasta lenidad, del régimen; la estricta observancia del carácter laico de los procesos de socialización, incluyendo la educación formal, según la tradición establecida en el país; el desarrollo de las empresas privadas y comunitarias, conservando la costumbre histórica del mantenimiento del control de los entes claves del proceso productivo; y, la desmilitarización de la vida nacional, al transformar la defensa en una función social, desmontando el estamento militar con su señorío sobre las cuestiones atinentes a la seguridad estratégica del Estado. No hay amenazas contra la vigencia de los derechos humanos de primera, segunda y tercera generación. Pero tampoco hay preferencias por algunos de ellos, en detrimento de otros.

alberto_muller2003@yahoo.com


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Alberto Müller Rojas


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