Lo que aprendí en la cuarentena

Me encuentro en Querétaro, México. Viajé desde Villahermosa donde resido circunstancialmente hasta cumplir con mi tratamiento oncológico, o hasta que reciba un aviso desde arriba. Vivo con mi esposa y con mi hija mayor. Sin embargo, la cuarentena me agarro en Querétaro, a donde viajamos, mi esposa y yo, para juntarnos con mi hija menor, su esposo y sus tres hijos, que son nuestros nietos del alma. Conocíamos a Arantza Valentina, nacida en Puerto Ordaz, Venezuela, pero no a Benjamín Eduardo, quien nació en Villahermosa. Y lo más esperado: la llegada de Micaela Alejandra, quien arribo al planeta Tierra el 7 de abril en esta hermosa ciudad.

Ahora bien, debo señalar que a mis casi 83 años he aprendido demasiado en esta cuarentena. Siento que he crecido, como ser humano, más allá de lo imaginable. Me siento más cerca de Dios, en primer lugar. Eso me produce una tranquilidad y una paz como nunca la había sentido. Lo que me hacer muy feliz. Me siento, sin lugar a duda, como si flotara en el aire. Siento que mi corazón está abierto, de par en par, para recibir a toda aquella persona que desee entrar. No importa que piense distinto a mí. No importa que no le guste lo que escribo y me haya agredido verbalmente. Nada importa, más que vivir en amor.

He aprendido a valorar lo que tengo. Así como los esfuerzos que hecho por ser una mejor persona. He aprendido a ver con otros ojos a mi esposa, a mis hijos y a mis nietos. Los siento dentro de mí, como siento la sangre que corre por mis venas. He aprendido a apreciar la claridad y su valor frente a la oscuridad. Soy, ahora, más tolerante y abierto al diálogo y al respeto por los demás. Cada uno, en la vida, es como es como es. No como quisiera que fueran. Simplemente, como Dios los trajo al mundo. He aprendido a valorar mi vida, desde el primer momento en que la comadrona me hizo abandonar el vientre sagrado de mi madre. Y por lo tanto, valoro a cada ser humano, tal como es. En especial a mis familiares, a mis amigos y amigas, a mis vecinos, y a cada una de las personas cuyas imágenes guardo en mi memoria.

La cuarentena me ha hecho un mejor ciudadano, lo que me permite ver la vida desde un ángulo diferente. Políticamente sigo apegado a mis principios. Eso sigue inalterable. Pero no puedo negar que ahora tolero, sin ningún esfuerzo, a todo aquel que piense ideológicamente, distinto a mí. Este mundo fuera muy feo e invivible si todos pensáramos iguales. Por otro lado, se afirma dentro de mí, la idea de que el dinero no lo es todo. Con él se puede comprar cosas, pero no la felicidad. Ahora comprendo perfectamente el contenido del libro de Erich Fromm "Tener y ser". Hay una gran diferencia en tener y ser. La gente se tortura así misma en ese afán por tener. Pero desconoce, en su justa dimensión, lo que es ser.

Algo muy importante para mí. Estoy escribiendo desaforadamente. En el tiempo relativamente corto que llevo en Querétaro, he escrito dos libros: "Mi límite está más allá del cielo" (Una crónica personal dedicado especialmente a mis nietos) y "El viejo que se alimentaba con las ideas de los demás". Espero, fervorosamente, que Dios acepte mi pedido de prórroga para terminar "Semillas para el crecimiento y la superación personal", "El libro de los valores, la ética y los buenos hábitos" (Dedicado también a mis nietos) y "Mi lucha contra el cáncer".

Esto me hacer inmensamente feliz. Como me hace feliz el hecho de saber que la persona puede cambiar si así lo decide. Y que elcambio comienza desde adentro hacia fuera. Si usted no está conforme con su vida y lo que hace de ella. Entonces cambie. Llego la hora de cambiar. Ahora si usted sigue haciendo lo mismo que ha hecho siempre, seguirá obteniendo los mismos resultados. Por lo tanto, he aprendido a cambiar mi modo de pensar. Ahora comprendo la dimensión del libro "El poder del pensamiento flexible" del psicólogo y terapeuta Walter Riso. Mantener un pensamiento rígido es mantener posiciones a ultranza que no dan fruto, y menos satisfacciones.

Pero lo más importante que he aprendido en este encierro, es a valor mi vida y, por ende, valorar lo que soy. La vida es bella, muy bella. Tal vez mejor de lo que la presenta la película que lleva ese mismo nombre. Solo hay que abrir el corazón para poder captar su belleza. Al valorar mi vida, valoro a mi país. Venezuela es el país más bello y acogedor que existe. El venezolano es único. Abre su corazón y recibe a todo aquel que desee entrar al territorio donde nació Simón Bolívar. Mucha gente abandona al país, por las razones que sean, y luego siente que como Venezuela no hay ningún otro país. Y regresa. Y es bien recibida, tal como es recibido el extranjero por primera vez, o por segunda o tercera ocasión. "Aprendí a valorar a mi país, Venezuela, desde afuera. No me había dado cuenta de lo maravillosa que es mi Patria", dijo una joven mujer, recientemente, después de regresar y pisar el suelo venezolano.

Siempre hay algo más importante que lo anterior. Y aflora en la mente, antes que llegue el olvido. En este caso, se trata de lo que aprendí de la convivencia familiar. Muchas veces no valoramos lo que significa la familia, en todos los momentos, buenos, malos, felices, tristes, etcétera. Decir que la familia es lo más importante, parece un disco rayado. Pero debemos darle rienda suelta a nuestra convivencia entre familia, ya que es el paso fundamental para convivir con otras personas. En ese sentido, debemos ser tolerantes con quienes nos rodean, y, en especial, aprender a escuchar. "Muchos disfrutamos hablando sin parar, pero ¿nos hemos detenido a pensar lo que la otra persona siente? a los seres humanos nos gusta comunicarnos, pero lo hacemos de una forma equivocada, hablamos sin parar y no dejamos que los otros participen, parece que estuviéramos dando un discurso, con nuestra familia. Seamos condescendientes y dejemos hablar, entablemos una conversación, verán que poco a poco conoces más a esa persona, incluso, cuando creemos que ya sabemos "todo" sobre él o ella, descubriremos muchas sorpresas". (Tomado de internet).

NOTA ESPECIAL: El encierro me permitió, sin querer queriendo, como decía el Chavo, reencontrarme con Jesús Muñoz Freites (Chucho), un camarada de armas tomar. Además de filósofo, egresado de la UCV, es Cronista de Venezuela, y, como tal, ha escrito crónicas y sigue haciéndolo, a pesar de circunstancias adversas. ¡Que buen encierro! Distante de aquel que sufrí, en contra de mi voluntad, en 1962.



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Teófilo Santaella

Periodista, egresado de la UCV. Militar en situación de retiro. Ex prisionero de la Isla del Burro, en la década de los 60.

 teofilo_santaella@yahoo.com

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