Un Toque (no un Golpe) de Timón


El presidente Maduro al fin, después de un suspenso que duró varios años, ha decidido lo que, desde hace tiempo, propios y adversos le recomendaban: cambiar la estructura de subsidios del estado, dado que éste no tenía con qué responder por ellos. Medidas como subir el precio de la gasolina y simplificar el régimen cambiario, devaluando el cambio preferencial y creando un “dólar flotante” más cercano a los ritmos del mercado, así como la “reforma tributaria”, la tarjeta de las misiones para los sectores más necesitados y el pequeño aumento del 20% del salario mínimo, es eso: una reordenación de los subsidios a ver si así rinden los bolívares. En dos platos: buscar la manera de que el estado pueda recoger más bolívares para garantizar sus gastos.

El motivo de este “estreñimiento decisional” ya lo hemos abordado en otros artículos: el horror supersticioso al aumento de la gasolina, recordando el 27 de febrero de 1989; así como extraños “dogmas” que no tienen nada que ver con el marxismo, como ese de creer que el control de cambios es revolucionario per sé, o que la inflación no existe, sino que hay una “guerra económica”.

Regalar la gasolina y mantener un dólar a 6,30, eran subsidios, o sea, costos que asumía el estado. Un estado que, por la caída de los precios del petróleo y la histórica y muy rentista mala maña de la imprevisión de los gobernantes (incluido Chávez), había quedado sin capacidad de responder. Sobre todo porque durante los años de mayor bonanza (desde el 2008 hasta 2013) las importaciones tomaron un ritmo demencial, impulsadas por ese mismo estado, y causando una desindustrialización fatal. Unas importaciones a todas luces fraudulentas: la cifra de dólares pagados aumentaba mientras disminuía el volumen y el peso real de lo que introducían al país. O sea, cada vez mayores sobreprecios e importaciones fantasmas. Pero, a su vez, aquellos subsidios provocaron distorsiones terribles, junto a los implicados en los precios regulados de algunos productos: incentivos al contrabando y al “bachaqueo”, corrupción, fuga de capitales, fortalecimiento de un mercado negro de divisas, etc. Efectivamente una “guerra económica”, pero muy curiosa: las armas se las daba el gobierno a sus propios enemigos.

Así como la justicia sin oportunidad ya no es justicia, las decisiones tardías no tienen los mismos efectos que los que tendrían en su ocasión propicia. Tres años de aparente indecisión, negaciones, circunloquios, culpabilización de “la vaca” de la “guerra económica”, de intentar tapar con el pulgar el sol del aumento de los precios, etc., han costado tres dígitos de inflación, el florecimiento del negocio del bachaqueo y el contrabando, la profundización de la recesión, la escasez, las colas, y pare usted de contar. Pero el problema con estas medidas no es sólo su oportunidad, sino su alcance. No van más allá de lo dicho: aumentar el ingreso (insisto), en bolívares, del estado. Esto es bueno, pero muy poco, viendo las dimensiones y complicaciones de la crisis.

Hay otras medidas y anuncios de política económica, claro, que hay tomar en cuenta para saber qué se les puede pedir. El ingreso en dólares que pueda tener Venezuela es un tema fundamental en este contexto. Por eso, la puesta a disposición del capital internacional de las riquezas en oro, coltán, carbón y diamantes del país, evidencia por dónde vienen los tiros. Esto tiene mucha más significación que lo de comprar los dólares de los empresarios exportadores a dólar SIMADI (supongo que ahora será a “dólar flotante”). Respecto a lo del pago de la deuda externa, tampoco está nada clara la cosa. Las soluciones inmediatas más sensatas son las recomendadas por economistas como Víctor Álvarez: comprar los papeles de la deuda venezolana y refinanciar. Ya las reservas en oro se están “quemando” para pagar parte de esas deudas. Es posible que esa puesta en oferta de toda la riqueza minera del país al capital transnacional, sea una “picadita de ojos” a los inminentes financistas. Igualmente, ese anuncio que se ha repetido, pero que no se termina de implementar a fondo, el de las “zonas económicas especiales” que implican facilidades extraordinarias a las transnacionales, incluida la suspensión de aspectos importantes de los derechos laborales (la inamovilidad, por ejemplo).

Al parecer, el “Alto Mando” gubernamental ha removido sus propias reticencias. Un empresario ahora dirige el equipo económico. Se creó una empresa de y para generales que centralizarán los servicios de PDVSA. Ha habido efectivamente un “toque de timón” (no tanto como un “golpe”: algo es algo), pero el rumbo no es el socialismo, sino medio parapetear la cosa para seguir gobernando.

El camino es buscar desesperadamente refinanciar y pagar la deuda, ofrecerle al capital internacional la riqueza minera del país, y esperar, con el corazón lleno de fe, que vuelvan los viejos buenos tiempos de un precio aceptable del petróleo, para volver a las vieja costumbre de sostener un clientelismo populista de discurso encendido.

Mientras tanto, la oposición duda, estudia, revisa, vacila, consumida en la pugna feroz por la candidatura entre las cinco o seis cabezas dentadas de la hidra que es. En todo caso su proyecto es el mismo: entregar al país al capital internacional, sólo que con más decisión y mucho menos escrúpulos. ¿Y el pueblo? ¿Dónde va a estar, pues? En la cola.


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Jesús Puerta


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