En las crisis, sobre todo cuando son profundas y complejas como la venezolana, emergen todos los demonios, precisamente porque su resolución puede implicar, tanto la muerte, como la supervivencia y posible convalecencia. La supresión por la fuerza de todas las garantías y todos los avances, incluidos los derechos laborales, hasta el básico del salario y las pensiones, ha condenado a la parálisis, el temor y la depresión a un pueblo que ha demostrado, en otras épocas, ser levantisco y respondón, y hoy se dedica a entre tres o cuatro "emprendimientos" para medio sobrevivir.
Todas las amenazas proyectan sus sombras, varias importadas, como la del ataque norteamericano y el retiro de la nacionalidad por oponerse al gobierno, de clara procedencia nicaragüense. Por supuesto, ese "gesto" de pedir al TSJ desnacionalizar opositores, es una payasada en Maduro, y una extrema adulancia en Ratti, que no demuestran otra cosa que el hecho de que su proyecto no es, de ninguna manera, nacional, sino grupal, elitista, de pandilla, que solo ahondará la vergüenza, como en el caso de la parejita infernal de Nicaragua, cuyas desnacionalizaciones, ni callaron la voz gallarda de los viejos sandinistas, ni los sacaron del agujero de vergüenza y de odio donde chapotean. Violar de nuevo la Constitución, esta vez el artículo 35 que dice, textualmente, que no se puede quitar la nacionalidad a un nacido aquí, es otra "jodedera" vergonzante del gran Jodedor de la Nación, reconocido por él mismo.
En Venezuela, no solo está en juego la existencia misma, sino también el sentido de esta. La angustia ante la incertidumbre que hemos llegado a ser, se junta con los miedos más precisos: el hambre, la prisión, la enfermedad. Frankl, en el campo de exterminio nazi, consiguió su sentido de vida en escribir un libro. La pregunta sobre el ser venezolano sale a la superficie.
Un número creciente de personas, adolescentes y jóvenes muchas de ellas, encuentran en el suicidio una respuesta, la más metafísica de todas, como diría Camus. Otras, muchas, buscan salir del país a un mundo que, en todas partes, cierran las puertas con incomprensible fobia, tan simpáticos y buena gente que somos. Hay respuestas que son aristotélicas, quizás sin saberlo: ser humano es un animal debido a la comunidad, al país, a la política en el buen sentido de la palabra. Y, claro, no escasean las respuestas religiosas que, como sugiere la etimología de la palabra, "religue" al individuo con su mundo o con algo que lo sobrepase. Aunque hoy en día, con la experiencia repetida de lo atroz que puede ser los humanos, entró en descrédito irreparable esa noción de haber sido creados a imagen y semejanza de Dios. Cuando mucho, llegamos a ser la criatura desamparada clamando por salvación.
Por supuesto, ya entrando en materia antropológica, Darwin, Freud, Marx y los existencialistas desmontaron implacablemente esas visiones del ser humano, definiéndonos como monos con un cerebro más grande, resultado de un complejo proceso de millones de años de mezcla con otros homínidos, en el marco de la evolución dura y azarosa de la Naturaleza, o bien recalcando nuestras contradicciones, entre instancias de estructuras históricas, o entre instancias psíquicas; un ser lanzado al mundo buscando su autenticidad, sabiendo que va a morir más temprano que tarde y, como no es una piedra, tiene que definir un proyecto que lo defina a su vez.
El venezolano ha buscado en varios proyectos su "vocación", su sentido. Fue parte del "nuevo género humano", ni indígena ni peninsular, que Bolívar se esforzaba en explicar y no logró realizar, más allá de la independencia. De las "repúblicas aéreas" del siglo XIX que, al menos, forjaron un concepto de ciudadanía, llegamos a un siglo XX donde, efectivamente, se unificó materialmente el territorio, las fuerzas armadas y el aparato burocrático, y se logró diluir los regionalismos fieros del XIX, en un nacionalismo compuesto de la religión laica del "bolivarismo" heroico. El petróleo, bendición y maldición a la vez, infló el ego nacional y surgieron las distintas versiones de la "Gran Venezuela", reencauchada por el abigarramiento ideológico del chavismo. Hoy, esos proyectos son otras tantas decepciones. Nuestra crisis se acentúa: es existencial.
Después de un siglo de guerras mortíferas, el venezolano se aceptó mulato y mestizo. Sin centro, diverso. Viviendo a la vez en diferentes tiempos simultáneos: la colonia, la independencia, la modernidad (Enrique Bernardo Núñez). Siguiendo a violentos, visionarios, extravagantes, vistosos reyes de la baraja (Herrera Luque). Un pueblo revuelto y alzado que requería un Gendarme para acceder al orden que, alguna vez, se convertiría en Progreso (Vallenilla Lanz, Gómez), en virtud, tal vez, de la mezcla con otras razas más disciplinadas (López Contreras, Medina). En fin, un pueblo trabajador, humilde, noble, que se lo merece todo, empezando por sus derechos (democracia, populismo, marxismo). Un pueblo con múltiples personalidades, al menos tres voces, la mantuana, la moderna y la salvaje (Briceño Guerrero), debatiéndose con los pitiyanquis (Briceño Iragorri), marcado por el matriarcado (A. Moreno), vivo, dicharachero, solidario, irrespetuoso de las reglas, personalista, arbitrario, cultura parroquial/municipal (Montero). Buhonero más que obrero. Parásito más que burgués. Vivos contra pendejos.
Habría ahora que agregar otras personalidades: por ejemplo, el del migrante desarraigado, angustiado por la cotidianidad, depauperado, airado. Que se debate entre la adaptación y la nostalgia. Cuyo amor frustrado por la Patria se transmuta en rabia de sí. O en visiones turísticas de las playas, montañas, selvas, llanuras, ríos y Salto Ángel. O en la decepción profunda trocada en solicitud a algún por extranjero que nos resuelva el problema que no pudimos resolver, "ni por las buenas ni por las malas", frase que quedará en la historia como expresión de nuestra discapacidad e impotencia nacional, como resumen ideológico, propio del policía autor, de un pseudoproyecto con nombres rimbombantes: 7T, Estado Comunal, autogobierno popular, etc.
De modo que, para ser, debemos ahondar en nuestra vocación más profunda, comprometernos con un proyecto de nación que, en primer lugar, nos devuelva el respeto y el aprecio hacia nosotros mismos. Ya no más "Grandes Venezuelas". No más subastas de lo nuestro a los chinos, a los rusos, los iraníes, los norteamericanos. Ya no más "Manifiestos" personales que olvidan la importancia de lo colectivo, como apuntó Jonathan Alzuru. Que lance a Venezuela en el mundo donde existe, consciente de la muerte porque ha estado siempre al borde del precipicio. Un proyecto con un concepto clave: respeto.