¿Qué se insubordine quién, Roland Denis?

Había dejado de escribir en estos espacios, impregnada de la triste convicción de tener siempre el mismo grupo de receptores, y bajo la certeza de que nuestras observaciones no son escuchadas por quienes tienen responsabilidades de gobierno, afanados todos en ver, en quienes levantamos voces críticas y de alerta, a un grupo de radicales “improductivos” que no aglutinamos en nuestro favor a un porcentaje mínimo de la población venezolana.

El poder sólo lee Aporrea para perseguir voces distintas a sus intereses, y para descalificarlas. Su efectividad primigenia consiste en hacer a los ciudadanos comunes –con o sin intereses de clase- en defensores de sus propios privilegios. Por eso también en ocasiones, quienes escribimos desde estas páginas somos víctimas de ataques mordaces por parte de personas dogmatizadas que nos criminalizan por el solo hecho de reflexionar con sensatez. Creen que por el hecho de pensar con cabeza propia ayudamos a la derecha a volver a gobernar, sin darse cuenta ellas mismas que la lógica de acción de la derecha prevalece en nuestro país de nuevo por lo menos desde hace ya nueve años.

¿Para qué sirve la palabra cuando nuestros interlocutores sólo escuchan la voz de sus propios intereses? De allí el silencio. Que no es resignación, sino sentido común. Que no es otorgamiento, sino seguridad en los procesos históricos del pueblo venezolano y de todos los pueblos del mundo.

No obstante, considero hoy oportuno recurrir a este medio para elevar una alerta ante la irrupción de un discurso no menos lesivo a los intereses de los más vulnerables, y que definitivamente debemos cuestionar profundamente: es el discurso de la insubordinación popular auspiciada por un grupúsculo dizque crítico de la clase media “de izquierda”.

Comienzo por declararles que fui una de las muchas venezolanas que el 11 de abril acudió a Miraflores a defender la legalidad y legitimidad del gobierno que entonces lideraba el fallecido presidente Chávez; y que junto a mi hijo de apenas quince años, vi caer a muchos compañeros en aquella nefasta concentración popular, en la cual fuimos testigos también del coraje del pueblo caraqueño, decidido a dar su vida en aras de la defensa de una posibilidad de constituirse en una sociedad más justa y equitativa. Por el solo privilegio de haber sido una más de aquella poderosa experiencia, nunca podré arrepentirme de haber estado allí junto a muchas mujeres y muchos hombres humildes del pueblo venezolano.

Y aunque no reniego de la osadía que protagonicé junto a aquella multitud hermosa que entonces custodiaba el Palacio de Miraflores, ahora tengo la posibilidad de observar los hechos con menos apasionamiento; y puedo darme cuenta de todas las posibilidades de manipulación que puede asumir eso que llamamos Estado, para perpetuar los privilegios de una clase gobernante que siempre asumirá el poder irremediablemente desde la jerarquía y el beneficio personal, en detrimento de las mayorías.

Es así como para alcanzar sus objetivos, los operadores políticos de todos los partidos y de todos los colores, no sienten ningún prurito en exponer y entregar las vidas de los incautos, para que finalmente ellos puedan asumir el poder y ejercerlo con la misma impericia, vanidad, avaricia y egoísmo que sus predecesores en los cargos. ¿Necesito dar ejemplos de lo que aquí sostengo o cada uno de mis amables lectores encontrará por sí mismo, en sus gobernantes locales de turno (chavistas y opositores), una prueba fehaciente de esta realidad?

En consecuencia, que desde grupos que se autodenominan de “izquierda”, pertenecientes curiosamente a la clase media caraqueña, se estén haciendo llamados a la insubordinación, es un hecho que me obliga a levantar la voz y a señalar el peligro que corren nuevamente las mayorías de constituirse en carne de cañón para el festín politiquero.

Formular llamados a desconocer el orden institucional en un país en donde las armas, en su gran mayoría, están en manos de la delincuencia común y de fuerzas represoras del Estado; arengar a una insubordinación en un país azotado por casi dos años de desabastecimiento, y en el cual comienza a prevalecer en sus habitantes conductas agresivas propias de las carencias y el hacinamiento; es un acto profundamente irresponsable

Y lo es, no bajo el precepto burgués de la democracia y el orden constitucional. Lo es porque quienes lo hacen saben de sobra cuáles serán los resultados, y probablemente, el papel que ellos -¡los que siempre sobreviven a las contiendas!- jugarán en los nuevos escenarios que se avecinen.

¿Tendría que recordar también que estos mismos llamados a la insubordinación popular, los hace lo más abyecto de la oposición venezolana? ¿A quién favorecería un escenario de violencia en nuestro país en los actuales momentos?

Actitudes como estas demuestran que la vida de los humildes no vale nada para ellos, salvo para hacerles estatuas y levantar sobre sus cadáveres, discursos reivindicativos que les permitan mantenerse ahora ellos en el poder, bajo el pretexto de “salvar a la patria”, construir “otra política” o levantar de nuevo de las cenizas, el supuesto legado de Chávez… El resultado será exactamente el mismo, porque el sistema opera sobre ellos de la misma forma sin que su fulana cualidad de “clase pensante” les impida, una vez más, traicionar el interés de las mayorías. “Después de todo – se excusan – somos seres humanos. La perfección y la pureza no existen.” Y que siga la fiesta.

Por eso le pregunto a uno de los que esgrime este discurso: ¿Qué se insubordine quién, Roland Denis? Pues yo diría que comience haciéndolo él, al que el poder no le permitió seguir ejerciendo sus funciones de viceministro de planificación, y le impidió adelantar sus planes de “gobierno comunal”. Eso sí, que no lo anuncie por Aporrea, tal como pareciera que lo hace, que se ponga al frente de la insubordinación con mayor discreción, para que podamos creer en la honestidad de su postura, y que ponga su vida en riesgo en la consecución de sus “encomiables fines”.

Que se insubordinen Eduardo Samán, María Cristina Iglesias, Vanessa Davies, Héctor Navarro, Jorge Giordani, Felipe Pérez Martí… y toda la clase media descontenta por el actual orden social, que será seguramente, la que luego consideren “apta” para ejercer los cargos públicos que demanda el sistema.

Pídeles a ellos que lo hagan, Roland Denis. Y pídele también que estén dispuestos a poner los muertos. A ver qué te responden. Pero no asumas esta postura fatal de quien arenga al pueblo a irse al matadero, a sabiendas que lo espera el degüello. La muerte a manos del mismo pueblo armado o de unos militares rasos que asesinándolos creerán que defienden el legado de aquel a quien se dieron a la tarea de idealizar, sin darse cuenta que estaban frente a un mortal más, un hombre que en su loca ambición por el poder, sólo construyó estrategias para mantenerse en él. No continúes, Roland Denis, esgrimiendo tanto nivel de irresponsabilidad humana. Este pueblo no tolera un irresponsable más.


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Gladys Emilia Guevara


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