Cómo aceptar sin vergüenza la muerte de Pinochet

Durante un buen tiempo pensé que el día que por fin muriera Pinochet no sólo me alegraría sino que incansablemente celebraría a más no poder. Durante mucho tiempo, ha razón de las deudas que me tenía, sólo imaginaba la hora en que éste pasara a una peor vida. Hoy, cuando el tiempo y la mortal condición de nuestro destino a cumplido con su ley, confieso que sí bien no sentí ningún tipo de pesar tampoco me pareció oportuno demostrar algarabía alguna, caso contrario pienso que este infame y execrable personaje hubiera logrado una nueva victoria a su ya terrible legado de odio y maldad.

Al igual que muchos sicópatas conocidos por la historia, Pinochet no es más que la consecuencia de un modelo político cuya principal forma de sostenimiento y expansión ha sido la violencia sistemática y procurar el erigir una única forma de pensamiento, signada y amparada en la supuesta maldad del ser humano. Esta gran y primera mentira de la historia humana, es precisamente la que ha legitimado la formación de hombres como Pinochet, y lamentablemente se mantendrán vigentes hasta en tanto no se rompa con lo que Hegel refería como “la dialéctica del amo y el esclavo” o, el detestable, “ojo por ojo, diente por diente” de los que a so pena de buscar a su dios masacran “inteligentemente”, y continuando esas mismas formalidades imperiales, mujeres y niños en el medio oriente y el mundo.

Pinochet no es más que el monigote o el gorila necesario para que la forma más sanguinariamente imperial, llamada Los Halcones del Pentágono, haya logrado, precisamente en la Escuela de las Américas, formar a quienes en caso de emergencia rompen el vidrio a la autodeterminación y de la voluntad de los pueblos por erigir un nuevo fundamento, más humanista, de sus relaciones con la realidad. Pinochet, y sin propósito de excusarlo sino más bien por enjuiciar a los que son verdaderamente peores que él, es el resultado de décadas y décadas de estudio para cómo enfrentar de manera científica la tortura y la maldad del ser humano. Pinochet, en todo caso, es un pobre desgraciado que se creyó el cuento de que los comunistas se comían los niños, y por eso, para matarlos de hambre, había que acabar con ambos. Pinochet, Videla, Stroessner, Somoza, etc. no son más que el por qué y la urgencia por acabar definitivamente con un Imperio que continuamente amenaza con reeditarlos en cualquier rincón del mundo donde sus intereses sean peligrosamente contrariados. De ahí que, por lo pronto, sea imprescindible por la memoria de todos los caídos, encontrar las maneras de cerrar definitivamente la Escuela de las Américas. Lo sucedido en Chile tanto en el caso del voto al asiento No Permanente al Consejo de Seguridad de la ONU, como en lo sucedido en los mismos funerales de este despreciado personaje, evidencian una gran realidad: los GORILAS continúan presentes y al asecho, mosca en Bolivia.


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Waldo Munizaga


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