En el transcurso de la semana pasada, ocurrieron varios eventos sociales que impactaron el acontecer fronterizo del Norte de Santander y Táchira; pareciera que el muro establecido el 19 de agosto de 2015 con el cierre de la frontera por parte de Venezuela se empezó a derrumbar.

Un grupo de mujeres bien organizadas y decididas, irrumpió en el puente internacional Simón Bolívar en San Antonio del Táchira y sin mediar mucho con los entes venezolanos de seguridad, pasaron hacia Cúcuta con el argumento válido por demás, de la necesidad que se tiene en este lado del país de alimentos y medicinas. Como antecedente preliminar días antes en Boca de Grita, habían pasado forzosamente un grupo de personas a Puerto Santander, con el mismo objetivo.

La Guardia Nacional tuvo el atino de actuar con prudencia lo que les produjo puntos a su favor, pues de haberse opuesto a la acción emprendida por ese grupo de mujeres, las consecuencias y la inmediatez comunicacional, hubiese sido de consecuencias inimaginables; en otras palabras, dejaron a más de uno con los crespos hechos.

Esa actuación de la mujer tachirense encendió las alarmas y sirvió para que Caracas y Bogotá se movilizaran inmediatamente, lo que trajo hasta Cúcuta a la canciller y luego al presidente de Colombia Juan Manuel Santos, para evaluar y ordenar una serie de medidas; y por otro lado el gobernador del Táchira fue llamado a Caracas.

Aquí están pasando cosas interesantes y dejándole lecciones a Bogotá y Caracas; en Venezuela nadie puede negar la crítica situación que atraviesa el país por la escasez de medicinas y comida, con una inflación tan veloz que se parece el vuelo de un sukhoi. Todo este cuadro se compagina curiosamente con la avalancha de venezolanos estimada en treinta mil personas, que el domingo 10 de julio cruzaron la frontera hasta Cúcuta, previo acuerdo de los dos gobiernos, para comprar artículos de primera necesidad y medicinas, lo reseñaron muy bien y en primera plana los diferentes medios de comunicación tanto nacionales como internacionales.

Esta frontera es tan dinámica que dado el valor todos los días creciente del dólar oficial y ya pisándole los talones al dólar paralelo, ha hecho que los precios de los productos de Colombia empiecen a resultarle atractivos al venezolano, impulsado además por la escasez y la especulación, que ha distorsionado los precios y que está dejando de lado a los llamados bachaqueros.

Aquí está demostrada la importancia que la disciplina de la economía juega en la vida de la sociedad; quiérase o no aceptar y entender, los problemas económicos requieren soluciones económicas y no mágicas.

A casi once meses de haberse tomado la decisión de cerrar la frontera, son más las debilidades y amenazas que han proliferado y profundizado el problema social y económico fronterizo, que las fortalezas y oportunidades que ofrece esta esquina suramericana de encuentro de dos naciones.

No puede la frontera tachirense ser competitiva y abrirse a la exportación con el férreo control de cambio que tiene Venezuela instaurado desde el 2003, el cual impide que prospere cualquier iniciativa de reactivación de las zonas industriales, cuyas capacidades de producción están inventariadas en textiles, calzado, marroquinería, metalmecánica, plástico, ensamblaje de vehículos para el transporte público, junto a otros sectores como la agricultura, educación y turismo.

Vendrán nuevos y próximos encuentros de los dos gobiernos de Colombia y Venezuela, en los que se delinearan las acciones a seguir para lograr solucionar esta grave situación fronteriza que cada día tiende a complicarse, por la situación que vive Venezuela y que ya no espera más dilaciones para que caiga este muro fronterizo.