La clase política que dominó la escena nacional a raíz del derrocamiento del general Marcos Pérez Jiménez que agudizó la fractura del pueblo, quebró al Estado; y ha obligado a la aceptación del modelo desarrollista, esta vez con apoyo de los Estados Unidos de Norteamérica. La riqueza ostentosa y mal habida se hizo insultante. La riqueza surgida en forma imprevista tenía que producir o precipitar un deterioro en la moral del pueblo: que ha agudizado la profundización de la brecha en la seriamente dividida comunidad nacional. Sin embargo, el fracaso de la clase política no ha significado su derrota, y ello ocasionó la lucha que hoy se escenifica dentro de la mascarada del combate a la corrupción, en la cual el objetivo central es la derrota de la burocracia y su consiguiente subordinación al imperialismo.
Para la década de los sesenta; Venezuela se agitaba febril, pasando continuamente del letargo a la agitación y del frenesí al abatimiento. La lucha de clases había tomado el camino del enfrentamiento armado. Las clases sociales estaban perfectamente definidas: desde el traje hasta el lenguaje. En política bien se sabe que todo puede suceder, es la ciencia de lo imposible. Es público y notorio la inquietud generalizada de la inseguridad personal y del hogar. Es quizás la cuestión de la que más se hablaba y lamentaba el común de la gente, incluso entre las clases menos favorecidas. Estas, además de sufrir los males inherentes a su condición, sufrían los ataques de una delincuencia que ya no excluía ni a los más pobres. Es decir, un problema de simple policía llegó a constituir una gravosa carga para el pueblo y el gobierno reconocía su incompetencia para resolverlo.
¡Gringos Go Home! ¡Pa’fuera tús sucias pezuñas asesinas de la América de Bolívar, de Martí, de Fidel y de Chávez!
¡Chávez Vive, la Lucha sigue!
¡Independencia y Patria Socialista!
¡Viviremos y Venceremos!
