La enfermedad y los enfermos

En cualquier época del mundo y en cualquier país las enfermedades o percances de salud sufridos por líderes trascendentales tienen un delicado tratamiento en cuanto a la información que se da al pueblo; me refiero, por supuesto, a líderes de cuya presencia dependen muchas cosas.

En el caso de un líder como el camarada Hugo Chávez es viable que se responda a esa lógica, pues se trata de una figura que ha trascendido no sólo las fronteras patrias, sino las del propio continente. Tanto así que su nombre ha formado parte de las campañas electorales de los aspirantes republicanos a ser candidatos de ese partido, su personalidad es objeto de programas de televisión en cualquier país desarrollado, su genio y su visión de la política le han valido ser la figura central de libros, tesis de grado y centros de investigación.

Para la cochina envidia de Teodoro Petkoff, Chávez se ha convertido en un dolor de cabeza personal para los presidentes Bush y Obama, y para sus empleados de mayor confianza.

De todos modos, el propio camarada Chávez se ha encargado de informar al país y al mundo sobre su enfermedad, la reincidencia de la misma y los malestares por los cuales pasa. A lo que hasta ahora se ha negado el Presidente es a decir lo que la derecha venezolana quiere escuchar: que él está pidiendo pista.

Si bien Chávez no está ganado para andar complaciendo a la derecha criolla e internacional, tampoco existen razones de salud para decir lo que ellos quieren que diga.

Lo que sí es cierto es que la enfermedad del camarada Chávez ha desatado una especie de manada de enfermos que cada día crece más y que además se ha internacionalizado. Son esos enfermos de muerte, gente que convive con la palabra muerte y a la muerte evocan a cada momento para referirse a Chávez.

Cada uno de estos enfermos, con alto grado de contagio protagónico, se aparece en la prensa escrita, radial o televisada, ah, y en las redes sociales, con los conocimientos más precisos sobre la enfermedad del camarada Chávez. Pareciera que estuviesen al pie de la cama del Presidente y no le dejaran solo ni siquiera para ir al baño. Vigilan al cáncer las 24 horas, con lupas y otros equipos de los más sofisticados de manera que ya lo conocen como si lo hubiesen parido ellos (y ellas).

Cada uno de estos poseídos por el virus del protagonismo dan sus plazos personales para que el camarada Chávez nos deje solitarios en medio de un vainero. Que si son dos o tres meses, que si son seis meses, que si es un año o mejor los que dicen que son dos años.

Se abrazan con fe, con pasión, a la muerte, pues ven en ella la única vía para salir de Chávez, convencidos desde ya que el Presidente encamado en un hospital en Cuba, con el mar y muchos kilómetros de por medio, tiene muchísima más vida entre la gente que el candidato que ellos mismos se dieron.

De verdad que la enfermedad de Chávez los tiene enfermos.

psalima36@gmail.com


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Pedro Salima


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