En días recientes, orientado por mi Curiosidad Literaria, encontré una vieja crónica del novelista colombiano Gabriel García Márquez, bajo el título «Caracas sin agua». Texto seductor, con fino humor negro. Admito que no tengo el talento del Gabo ni estoy de ánimo positivo con el tema del agua en Margarita. No sé si el Director de Hidrocaribe es católico, ateo o evangélico, pero resulta casi que imperdonable que los días en que se rinden honores a la Virgen del Valle la mayoría de los pueblos de la Isla estuvieron secos, ávidos de agua, mientras decenas de camiones Cisterna recorrían las calles y avenidas para trasportar el vital líquido, no precisamente en labor comunitaria, sino en pleno ejercicio del más voraz capitalismo neoliberal: el agua es para quien pague, bien lejos del compromiso social del Presidente Nicolás Maduro. Sentí que se está bailando pegado con lo peor del puntofijismo, dando campo libre a cualquier tipo de sospecha.
En defensa de su acceso al agua, en las Comunidades hay familias humildes que juntas esfuerzos para pagar entre varios un camión, pero viene la parte más cruel del drama. Las familias se enteran de la llegada del agua cuando la primera gota se asoma al grifo abierto. No se conoce de un organigrama, planificación o ruta que anuncie previamente, con días de antelación, que el agua va a a llegar tal día a tal sector. No es primera vez que luego de acordar un monto, reunir el dinero, sacrificar los centavitos para la comida y pagar, al día siguiente llega el agua.
Son muchas las mentadas de madre, pero el drama sigue. No sabemos si el jefazo de Hidrocaribe en Nueva Esparta se ríe de la vaina que le echa al pueblo.
