El mundo cambia y el mundo del trabajador cambia conjuntamente con el mundo de la Elite. Oligarquía y empresarios, la elite del mundo, siempre enriqueciéndose y los trabajadores y clases medias, empobreciéndose y desapareciendo.
El motor principal de este cambio es la acumulación de capital, su ritmo de crecimiento y su concentración en pocas manos y en pocos países.
En los últimos 20 años, el capital mundial ha experimentado una expansión inusitada, alcanzando cerca de 600 billones de dólares para el 2025. Este crecimiento no ha sido impulsado por el ahorro o la inversión productiva tradicional sino por sectores más especulativos como el aumento en el precio de los activos financieros y el sector inmobiliario.
Sin embargo, este crecimiento ha sido profundamente desigual. El 1% más rico acaparó el 41% de la riqueza creada desde el año 2000, mientras que el 50% más pobre solo obtuvo el 1% de ese incremento. Además, la capitalización bursátil de las empresas líderes refleja una concentración masiva: las diez compañías más valiosas de 2025 valen aproximadamente diez veces más que las líderes de 2005, sumando más de 26 billones de dólares. Estados Unidos y China dominan este mapa, concentrando más de la mitad de la riqueza global.
Ha ocurrido por lo tanto una concentración del capital, tal como preveía Carlos Marx, en manos de unos pocos, y en sectores de alta tecnología y finanzas. Los monopolios y oligopolios tecnológicos dominan los mercados, acumulan enormes ganancias, limitan la competencia y están incidiendo con su poder mediático y acceso a medios y redes sociales en las elecciones que se realizan en cualquier país del mundo, incluyendo desarrollados.
Este movimiento del capital, reduce las oportunidades para pequeños empresarios y trabajadores, ya que el poder económico y político se centraliza. Las élites empresariales se enriquecen a través de la propiedad de activos gigantescos y de las inversiones especulativas, mientras que la participación de los trabajadores en la riqueza generada disminuye progresivamente.
Otros factores clave de este intenso cambio social y económico, son la automatización y digitalización, que desplazan la mano de obra tradicional, y la globalización, que deslocaliza empleos o los reubica en mercados más baratos por su abundancia de mano de obra o marco legal más permisivo. Asimismo, la concentración de capital en monopolios tecnológicos y financieros ensancha la brecha de desigualdad. Un factor primordial es la pérdida de la capacidad de lucha de los trabajadores por varios motivos siendo de los más relevantes el debilitamiento de los sindicatos en su disposición y capacidad de defender los derechos y beneficios de los trabajadores. Así que con el debilitamiento de los sindicatos se reduce la capacidad de negociación colectiva de los trabajadores, lo que lleva a salarios más bajos y peores condiciones laborales.
Si examinamos la automatización y digitalización encontramos que estos procesos sustituyen tareas manuales y rutinarias mediante el tratamiento informático de los datos. La automatización mediante robótica y software avanzado incrementa la eficiencia y reduce la necesidad de trabajadores humanos en manufactura y servicios. La digitalización ha transformado industrias enteras, requiriendo nuevas habilidades y dejando obsoletas las tradicionales, avizorándose nuevas formas digitales apenas concesibles actualmente y para las cuales ni las naciones y las organizaciones sindicales están preparándose para enfrentar. Esto genera una brecha entre quienes poseen habilidades digitales y quienes no, desplazando a la mano de obra menos cualificada y contribuyendo al estancamiento salarial o la pérdida de empleos.
La globalización permitió a las empresas trasladar la producción a países con menores costes laborales, lo que ejerce presión a la baja sobre los salarios en las naciones desarrolladas. La competencia global por empleos y recursos socava el poder de negociación de los trabajadores locales y dificulta el mantenimiento de estándares laborales elevados. La deslocalización de la manufactura y ciertos servicios ha impactado directamente a las clases trabajadoras, mientras las élites se benefician del acceso a mercados más amplios y cadenas de suministro eficientes.
Paralelamente, la división internacional del trabajo no permite el desarrollo de un mercado interno dinámico al concentrar con sus empresas monopólicas la producción de alto valor agregado en los países imperialistas y la producción de materias primas sin procesar en los países más pobres. Este esquema, que puede ser sustituido, impide el desarrollo de un mercado laboral equilibrado con oportunidades de desarrollo y de conocimiento a los sectores trabajadores, por lo que permanecen siempre empobrecidos.
Las clases trabajadoras deben introducir su visión en este proceso de cambio en un mundo cada vez más unificado, exigiendo la valorización de sus derechos laborales, dignificando su vida y asumiendo el poder politico con un programa con objetivos claros y bien planificados que conduzca por los anchos caminos del progreso y de presagios feraces a los pueblos.