El último grito en torturas

El Congreso de los Estados Unidos acaba de legalizar la
utilización de la tortura contra sus prisioneros, en particular para los
sospechosos de terrorismo, con el fin de extraerles información que puedan
utilizar los organismos de inteligencia.

Desde hace medio siglo algunos jueces y legisladores liberales, así
como los infaltables defensores de derechos humanos, habían logrado la
erradicación de prácticas comunes y corrientes para interrogar detenidos.
Las comunes incluían el uso de una guía telefónica para golpear diferentes
partes del cuerpo sin dejar hematomas. Las corrientes consistían en aplicar
la susodicha, o sea la corriente eléctrica, mediante cables conectados a los
testículos.

Como es evidente, se trataba de torturas rústicas e improvisadas,
que a duras penas servían para obtener confesiones incompletas y casi
siempre contradictorias. Conscientes de esas fallas los jefes militares y
policiales estadounidenses crearon la Escuela de las Américas, que ganó
merecido prestigio como universidad internacional de la tortura. Sus alumnos
salían graduados como peritos en extraer delaciones y secretos mediante
tormentos infalibles.

La Escuela de las Américas funcionó con gran éxito en Panamá hasta
que fue trasladada a los Estados Unidos, donde el pensum de estudios quedó
ampliado con los últimos gritos del suplicio.

Actualmente los instructores recomiendan mantener al preso
desorientado poniéndole una capucha en la cabeza, sin dejarlo dormir o
descansar. El principio básico consiste en dejar al interrogado totalmente
desnudo y, de ser posible, conseguir una torturadora que se mofe del tamaño
de su pene. Este sistema demostró su efectividad en la cárcel de Abu Grahib,
donde las víctimas de Sadam Hussein recibían un trato menos vejatorio e
inhumano.

Los especialistas comprobaron que el preso privado de sueño
terminar por confesar lo que se quiera que diga. De igual efectividad es el
recurso de meterlo en un cubículo donde no se pueda parar normalmente. Por
lógica cualquier celda debe carecer de ventanas, alumbrada por un bombillo
que nunca se apaga para evitar que sepa si es de día o de noche. El
prisionero permanecerá incomunicado a tiempo completo, sin hablar ni con los
guardias.

Para asegurar la aprobación senatorial, el propio George W. Bush
acudió al Congreso donde, para decirlo con una metáfora apropiada, le
"torció el brazo" a los senadores renuentes. Los que votaron en contra
recibirán todo el peso de la Ley Patriota, ellos o sus partidarios.


augusther@cantv.net


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Augusto Hernández


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