El retorno del filósofo

Imagino que sin protocolo, ni cantos ni consignas y como un vulgar delincuente llegará el filósofo en el silencio de la noche triste, donde el único que tiene capacidad de ver es el tuerto, quien casi no duerme porque su odio visceral lo mantiene en un eterno insomnio que lo atormenta y lo envenena, obligándolo todas las mañanas a tomar sus pócimas de café sin azúcar frente a las pantallas de cartón.

Sí, con estas palabras e introducción de cuento extraño, quiero abordar mi articulo de hoy, cuando casualmente –y es mucha casualidad- se habla de retornos. Precisamente, hay quienes retornan con las glorias del alba y otros que llegan con las penas colgando en las pestañas del alma. Hay quienes son esperados por su pueblo amado y hay otros que por su mal hablar, mal proceder y tener una conducta de genética delincuencial, deben volver callados, clandestinos, para seguir enconchados en las guaridas de la soledad antisocial. En medio de ese pensar vacio, el filósofo medita profundamente y repasa cada una de sus frases inmortales, que más que eso, son pensamientos que se insertan en la piel de la ignorancia. Sumido entonces en ese proceso de pensar abstracto, el filósofo comienza a delinear el plan de regreso.

En voz baja dice: Yo se que el momento es inoportuno porque nadie me espera, jijiji; pero ha llegado la hora de retornar. Si me matan y yo muero, no importa porque mis frases célebres quedarán en el aire y como ideas sueltas, que seguramente serán publicadas por alguna revista de talla transnacional. Me iré nadando aguas abajo, porque no le temo a los cantos de ballena ni mucho menos a los tiburones, porque yo en mi tierra comí mucho pez espada y eso me da fortaleza para nadar más rápido. Mi plan es nadar de día y de noche, así no haya sol. No importa que me moje pero lo importante es llegar a esa isla secreta, que esta rodeada de agua por todas partes. Una vez llegue a esa isla no voy a pisar tierra para que no me descubran las huellas dactilares, sino que caminaré sobre una tabla `para resguardarme mi físico y mi cultura, porque una de las cosas que hay que mejorar en esa isla es la inseguridad. Mes esconderé en un sitio bien secreto, o sea, donde no haya mucha gente; a nadie le pediré nada y sólo comeré manzanas, porque para que pedirles peras al horno, cuando no voy a tener siquiera una cocinita a gas. Sólo serán unos días que estaré en el sitio secreto, donde el único que sabré donde estoy seré yo solito y no se lo diré a más nadie. Digo que estaré sólo unos días, porque tampoco voy a durar escondido 100 años, que es casi un siglo.

Tal vez, en medio de la metáfora, que ni siquiera es metáfora ni nada, pudiera yo estar elucubrando sobre algo que nunca ocurrirá. Más todavía cuando conocemos los antecedentes y las andanzas del pequeño hombre, pero gran filósofo de los nuevos tiempos, intelectual de gran nivel, erudito literario, elegante en el vestir a rayas y fácil en el manejo de las palabras.

No obstante, a pesar de esas cualidades cosmológicas y de centellas relampagueantes, yo dudo que el filósofo se atreva pisar el suelo sagrado de la patria. Recordemos que él huyó como el más vil de los cobardes apenas sintió el estornudo de los barrotes de hierro. Fue ahí cuando dijo en silencio: algún día volveré de noche, cuando no haya sol que me alumbre. Y desde los rastrejos, perdón, desde los rastrojos de cemento, ahora se anuncia el retorno del filósofo. Si es así, entonces vayamos preparando la respectiva celda.

eduardojm51@gmail.com


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Eduardo Marapacuto*


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