Camarada Saramago: ¡Por Dios!

El camarada Saramago, primer portugués en ganarse un Nóbel de Literatura bien merecido, dijo un día, creo en una entrevista, que padecía de “… algo que se puede llamar el comunismo hormonal. Por ejemplo, las hormonas hacen que los hombres tengamos barba y las mujeres no. Bien, imagínese que hay personas con ciertas hormonas que las dirigen hacia el comunismo y los pobres no tienen más remedio que ser así. Bien, ahí tiene el motivo por el que sigo siendo comunista, por una hormona que me impone una obligación ética”. Con todo el respeto que se merece el camarada Saramago y la ética, debe saber que manejarse en política con criterios morales abstractos es una perdición de tiempo y de las ideas sin que nada pueda hacer lo hormonal para salvarlo. Pero nada qué decir del comunismo hormonal del Nóbel de Literatura de 1998. Al fin y al cabo reconoce su condición de comunista y su condición de ateo. Lo importante es que el proletariado, independiente de las hormonas y más por cerebro y músculos y huesos y corazón y sangre, se haga comunista por razón de clase explotada y oprimida, y por la necesidad del socialismo como el gran paso hacia su completa emancipación de toda esclavitud social.

Mientras el Nóbel de la Paz de 1980, Antonio Pérez Esquivel, en el propio territorio colombiano, ha condenado la violación a los derechos humanos por el Estado colombiano, y denunciado a éste como protector de grupos de escuadrones armados para producir matanzas, masacres o genocidios de gentes del pueblo colombiano, el camarada Samarago dispara sus baterías, dejando de lado el análisis del contexto general en que se produce el conflicto armado y político colombiano, sólo exclusivamente contra los movimientos insurgentes. Sabemos que antes el camarada Saramago apareció firmando un documento condenando al Estado Cubano cuando el fusilamiento de unos secuestradores, lo que no le vamos a discutir en esta oportunidad. Han pasado ya algunos años y no sería justo escoger este momento para ser utilizada esa circunstancia como atenuante a la crítica tan fresca que ha realizado contra el movimiento insurgente colombiano.

Promocionando en Colombia, creo, su última obra publicada, sin nada objetar, señalar o criticar sobre la responsabilidad de un Estado en el ejercicio de una prolongada guerra que no ha sabido buscarle una salida política negociada a la misma, debido a su empecinada manera de concebirla con el rendimiento total de las fuerzas insurgentes, se dedicó fue a fustigar a éstas sin que nadie le dijera que vela tenía en ese entierro, y cuando le resultaba, en su condición de literato, mucho mejor ocuparse de las artes que de una política concreta en la que al parecer no ha puesto el suficiente interés por dominar por andar tan lejos de las realidades que generan la violencia en Colombia. O si gozando de altos conocimientos sobre las realidades colombianas, decidió limitarse a criticar un solo bando del conflicto armado, podría entenderse que en interés de publicitar su libro no hizo uso de la libertad de juicio, porque nadie entendería que un versado comunista, por lo mucho que debe haber leído de marxismo, vaya a darle la espalda a las enseñanzas del Manifiesto Comunista guardando silencio ante las atrocidades de un Estado y su gobierno de turno comprobadas en todos los resultados de las nuevas realidades descubiertas y entendidas en lo que se conoce como la “parapolítica”, el desenmascaramiento de terribles y horribles masacres que la opinión pública mundial tiene la certeza quedarán impunes con la aprobación consciente del Presidente de la República, su más alto Tribunal de Justicia, y de un elevado grupo de miembros del poder legislativo. Dice James Petras que el camarada Saramago“… no habla desde la ignorancia, sino desde una perspectiva ideológica desde la que hace sus juicios”.

Pero no fue tanto la condena o crítica del camarada Saramago al movimiento insurgente lo que más se destaca de su presencia en Colombia para promocionar su libro. Los revolucionarios no son perfectos y errores cometen que igualmente merecen ser criticados ante la opinión pública. Está en ellos corregirlos o no. Lo primero hace crecer, y lo segundo decrecer. El camarada Saramago fue mucho más allá, traspasó la frontera donde la mentira y el engaño se matrimonian para negar la realidad y dar por válido la falacia. Dijo, en breve síntesis sin nada mediar entre la tesis y la antítesis, que “En Colombia no hay guerrilla, son bandas armadas simplemente”. A esa conclusión mediante una deducción poco seria y muy tomada de las greñas o haciéndose eco de la terminología cotidiana del Estado: agregó, sólo “… se dedican a secuestrar y asesinar, violando los derechos humanos”. Sin embargo, dejó simplemente al pasado un indicio de recordatorio para hacer notar que el cambio negativo es también parte de la dialéctica, cuando dijo: “… quizás al principio fueran (comunistas) pero no ahora”. Y termina dictando, el Nóbel de Literatura de 1998, un pronóstico astrológico imposible de concebir por Marx y Engels en tiempo de lucha de clases, cuando sostiene que la lucha guerrillera sólo puede ser justificada cuando “… un país está ocupado por un invasor extranjero y el pueblo se debe organizar para resistir”. Tal vez sería por eso que unos cuantos socialistas o comunistas nunca vieron en la violencia revolucionaria un método para combatir a regímenes tan atroces como el de Salazar en Portugal y el de Franco en España, porque ninguna de las dos naciones estaba invadida por un enemigo foráneo, pero aun así otros camaradas y no camaradas (incluyendo católicos y de otras tendencias del pensamiento democrático) hicieron la resistencia armada con pleno aval de la verdad y de la historia y, más aun, en Cuba que no estaba invadida la lucha guerrillera cristalizó en el triunfo de la Revolución, lo cual posiblemente no sirva de ejemplo a la memoria o al estudio de la historia para el conocimiento o agrado del camarada Saramago.

No entremos en discusión si hay o no guerrillas en Colombia, porque son los colombianos –a favor o en contra de la violencia que viven en este momento de su historia y la han padecido de manera continuada por más de 40 años- quienes mayor autoridad verbal y objetiva tienen para decirnos la verdad verdadera y no la visión que desde fuera se atribuya alguien como verdad. Basta con escuchar a cualquier colombiano –incluso voceros del Estado- diariamente hablar de la guerrilla, y si no hay guerrilla, habría que preguntarle a los miembros del ejército y de la policía colombianos el ¿por qué entran violentamente en distintas zonas del país maltratando a la gente preguntándole dónde está la guerrilla?, ¿por qué de grandes movilizaciones por mar, tierra y aire de fuerzas armadas atacando regiones enteras alegando que se está combatiendo a la guerrilla?, ¿por qué se ha solicitado, en diversas oportunidades, intervención de gobiernos e instituciones foráneas para buscarle una salida política al conflicto armado y político colombiano?, ¿por qué el Estado otorga condición de beligerancia a la guerrilla cuando está en diálogo con ella?, y si eso no fuese suficiente, por lo menos debería hacerse un esfuerzo de conocimiento de historia colombiana en tratar de descifrarse cuánto de verdad o de mentira hay en las palabras de miles de miles de desplazados que denuncian ser víctimas del ejército, de la policía y sus cuerpos paramilitares alegándose que son colaboradores de la guerrilla.

Para un marxista o comunista –de manera que no metamos a los cristianos en esto- la guerra imperialista se costea o se subsidia con el dinero resultante de lo producido por la mano de obra explotada, es decir, del obrero y que éste también cumpliendo horario de plustrabajo no remunerado produce el plusproducto o plusmercancía, de lo cual se deriva la plusvalía. Una lucha revolucionaria contra un Estado burgués no es posible subsidiarla o costearla con el sudor del obrero ni con el azadón del campesino. Eso hace que se piense y se actúe en expropiar al expropiador, porque quien haya leído algo del arte de la guerra, debe saber que el dinero es el nervio de la misma, y sin ese nervio no funciona el resto del cuerpo. De tal manera que en el uso de los conceptos ha sido el marxista el más preciso, quien mejor ubica la realidad en la conciencia llamando al pan pan y al vino vino, es decir, traduciendo los hechos en conceptos científicos para el buen entendimiento de las realidades que no dependen de la voluntad del ser humano. De tal manera que en el vocabulario de un marxista un secuestro es un acto o hecho delictivo, por lo cual nunca debe cometerlo. Y lo que el camarada Samarago tiene por “secuestro” la insurgencia o guerrilla colombiana, válido para un estudioso de la ciencia política entendiéndola como Proudhon –una ciencia de la libertad-, lo entiende como una “retención”, que en el caso que se está tratando, sería económica, es decir, cambiar al retenido por dinero para que sean los ricos quienes costeen o subsidien la guerra revolucionaria o ¿es que acaso no existe la guerra revolucionaria cuando ésta es contra la guerra que se realiza para oprimir a la sociedad? Aclaro: ni comparto el secuestro ni estoy alentando a nadie que retenga a persona alguna por dinero. Pero el camarada Samarago debe estar consciente que quien más secuestra en Colombia es el Estado, a través de sus instituciones armadas, no para dar la posibilidad de seguir con vida cambiando al secuestrado por dinero, sino para quitársela tendiéndola sometido a una completa indefensión. ¿Es mentira esto, camarada Saramago?

Lo otro que el camarada Samarago denuncia para negar la existencia de guerrilla en Colombia, es que comete “asesinatos”, obra, según él, sólo de bandas armadas. Si eso fuese cierto, ha debido decir también que el ejército y la policía colombianos son “bandas armadas”, porque hasta los ciegos y sordos saben que cometen asesinatos. Tal vez eso hubiese sido una imprudencia del Nóbel de Literatura haberlo dicho precisamente en un momento en que publicitaba su obra para comercializarla. Pero como Marx decía que el no escribía para vivir, sino que parte de su vida se lo dedicaba a escribir para legar doctrina al proletariado y no comercializarla, y entiéndase que esto no es crítica a quien dedicado a escribir haga sus legítimos negocios que le produzcan beneficios individuales, entonces digamos algo de eso de que lo de “asesinar” es suficiente prueba de una guerrilla en haberse convertido en una banda armada y perder todo el contenido de su pensamiento y de su lucha. La guerra es –en mi rústica manera de ver las cosas- la mayor brutalidad de la historia (pero debemos aceptar que ésta sin aquella –en determinadas condiciones ya insoportables para una nación colonizada o una clase explotada y oprimida es el intento de hacerla marchar y progresar), porque en ella se cometen –incluso sin quererlo y sin programarlo muchas veces- actos que lesionan los derechos humanos de gente que no tiene participación directa en la misma y no pocas veces también de sus activos participantes. Para empezar, Engels, debe saberlo el camarada Samarago, definió el Estado como “grupos de hombres armados”. Y bien sabido que la causa principal de las guerras es la propiedad privada de los medios de producción junto con el Estado burgués que se basa en ella. Y si algo es un extraordinario negocio, esencialmente hoy día y debe también saberlo el camarada Samarago, es la guerra, porque es el mercado en que venden sus mercancías de la muerte las grandes industrias bélicas, que por cierto están en poder de los grandes monopolios económicos de la burguesía. ¿Es o no cierto?

No voy ni a discutir ni a desmentir que una guerrilla –en este caso la colombiana- haya cometido asesinatos injustificables. La guerra tensa los nervios a la máxima expresión, crea odios incontrolados en el carácter del individuo especialmente que se deja culturizar por la violencia y no por una ideología al servicio de una política que es la que dirige al fusil. Si bien eso no justifica el asesinato tampoco, en muchos casos, sirve para evita el cometer actos incompatibles, por ejemplo, con la ideología y el humanismo que profesa un movimiento guerrillero. Pero esos hechos aislados y que son criticados y condenados en el interior de una organización guerrillera –como sucede en la insurgencia colombiana- no es un testimonio de realismo puro y general que sirva para descalificar o dar por concluida la existencia de las guerrillas por creerlas simplemente transformadas en bandas armadas que sólo secuestran y asesinan. La crítica de un comunista a la guerrilla colombiana no es por ese costado. Conste que recientemente he escrito en varias oportunidades aludiendo, sin crítica pero sí con mucho dolor, los enfrentamientos que se han producido entre las FARC y el ELN resolviendo por las armas y los tiros contradicciones o diferencias que pueden ser solucionadas por la vía del diálogo franco y de cara a la verdad entre organizaciones revolucionarias.

Si la Revolución Francesa fuese simplemente juzgada por el guillotinamiento de de Luis XVI –que se lo merecía- o de Danton y de otros que realmente no lo merecían, no se vería en ella más que una mascarada sangrienta y completamente estéril como lo decía Rosa Luxemburgo en carta a Luisa Kautsky, y sería imposible entender que sin esa Revolución no hubiera habido una Francia ejemplo digno a continuar durante el siglo XIX, ni la Europa liberada del feudalismo y la Inquisición ni la conquista de la independencia por las colonias españolas y portuguesas de América en el mismo siglo. Si la Revolución Rusa de Octubre de 1917, se juzgase por el asesinato de dos exministros que cometieron unos revolucionarios que hicieron justicia por sus propias manos sin consentimiento del gobierno encabezado por el camarada Lenin, no es posible comprender lo que es capaz de hacer el humanismo y la firme voluntad de un pueblo atrasado y solitario para vencer –en plena vivencia de la miseria y el dolor- el poderío de la unificación de los imperialismos y sus epígonos internos por derrotarla. Si la Revolución Cubana se juzgase con el ojo de Taine diciéndonos que el pueblo cubano, en bienes materiales, no ha alcanzado el sueño prometido por la Revolución en corto tiempo, terminaríamos alabando el viejo régimen dándole la espalda a las realidades internacionales que no han hecho posible ese sueño del pueblo cubano. En fin, juzgar al movimiento guerrillero colombiano por algunos asesinatos cometidos y que nada tienen que ver con su línea política revolucionaria, es hacerse de la misma terminología con que el imperialismo condena y sentencia a todo movimiento revolucionario que dispute el poder a la burguesía como terrorista y asesino.

Como personalmente no he tenido ni el gusto ni el placer de conocer o de escuchar disertaciones del camarada Saramago, me limito a copiar lo que el camarada James Petras, quien por mucho conocerlo, le dijo: “Las ideas, como usted sabe, tienen consecuencias y sobre todo usted, José, sabe que sus palabras son seguidas por millones de sus devotos literarios. Piense antes de hablar de “bandas armadas” porque usted está justificando el asesinato de miles de colombianos que han escogido tomar el camino más difícil y peligroso hacia la emancipación de su país. En el pasado reciente, hemos compartido opiniones y posiciones, pero de aquí en adelante tomamos caminos divergentes. He perdido mi confianza en usted. Usted ha defraudado mis esperanzas. Usted sigue su camino y yo sigo el mío. Sin dolor ni pesares”.

Pasar por debajo de la mesa o de la crítica a un Estado, cuando se está juzgando y condenando a movimientos guerrilleros contra aquel, que invocando la paz hace e intensifica la guerra con planes subsidiados por el imperialismo, podría ser disculpado a un Nóbel de Química o Física pero nunca queda bien hacerlo a un Nóbel de la Literatura o de la Paz. Tal vez, para bien y no para mal, haya un algún burgués hormonal que se le ocurra criticar y condenar al imperialismo y conceda la razón al pueblo iraquí en su lucha por expulsar de Irak al impostor y por hacer valer su derecho a la autodeterminación.



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Freddy Yépez


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