El gran tablero algorítmico: Cómo la inteligencia artificial está redibujando las fronteras del poder mundial

La historia de las relaciones internacionales ha sido, esencialmente, una crónica sobre el control de la energía, el territorio y la información. Sin embargo, al cruzar el umbral de 2025, nos encontramos ante un cambio de paradigma que el veterano diplomático Henry Kissinger, poco antes de fallecer, describió como un desafío intelectual y estratégico sin precedentes: la transición de un orden basado en la razón humana a uno mediado por la inteligencia artificial. En su última gran reflexión sobre el tema, Kissinger advirtió que nos enfrentamos a un problema intelectualmente virgen, donde las teorías tradicionales de la disuasión, heredadas de la era nuclear, resultan insuficientes ante una tecnología que no solo procesa datos, sino que genera realidades y decisiones a una velocidad que supera la biología del estadista.

Hoy, la geopolítica no se mide solo en ojivas o barriles de crudo, sino en la capacidad de cómputo y la soberanía sobre los grandes modelos de lenguaje. La irrupción de la nueva inteligencia artificial china, ejemplificada en el fenómeno de DeepSeek a inicios de 2025, ha roto el mito de la hegemonía absoluta de Silicon Valley. Este avance de los chinos no es solo un logro técnico; es una declaración política. Como bien señala el tecnólogo Kai-Fu Lee, China ha pasado de ser un imitador a una "superpotencia de la implementación", aprovechando un ecosistema de datos masivos y una voluntad estatal centralizada que busca, en palabras de Lee, no solo liderar el mercado, sino definir los estándares de una nueva era industrial. La capacidad de China para desarrollar modelos de alta eficiencia con una fracción del costo energético y de hardware que tradicionalmente requería Estados Unidos ha encendido las alarmas en Washington, donde figuras como Eric Schmidt, ex-CEO de Google, sostienen que el liderazgo en IA es hoy el pilar fundamental de la seguridad nacional estadounidense.

Para Estados Unidos, la IA representa tanto un escudo como una espada. El politólogo Ian Bremmer ha planteado recientemente el concepto de la "paradoja del poder de la IA", argumentando que, a diferencia de las armas nucleares, que requieren Estados fuertes para su creación, la IA es una tecnología de doble uso, barata y de rápida difusión, lo que otorga a los actores no estatales y a las grandes corporaciones tecnológicas una influencia que rivaliza con las cancillerías tradicionales. En este escenario, la Casa Blanca intenta mantener una ventaja propietaria mediante restricciones a la exportación de semiconductores avanzados, un enfoque de "jardín vallado" que busca proteger la innovación democrática, pero que paradójicamente acelera la búsqueda de autosuficiencia en el resto del bloque asiático.

Mientras los dos gigantes se miran con recelo, Europa ha decidido jugar un papel distinto: el de la "superpotencia regulatoria". A través de la Ley de Inteligencia Artificial (AI Act), la Unión Europea intenta exportar sus valores de humanismo y ética digital al resto del mundo. Como destaca la investigadora Carme Colomina, el desafío europeo es evitar quedar atrapado en una pinza entre el capitalismo de vigilancia estadounidense y el socialismo con peculiaridades de digital chino. Para Europa, la soberanía tecnológica es una cuestión de supervivencia cultural; sin embargo, el riesgo de sobre-regular antes de innovar sigue siendo el gran debate en las capitales del viejo continente, donde se teme que la ética sin infraestructura sea solo una declaración de buenas intenciones frente a la crudeza de la competición global.

En el hemisferio sur, la evolución de la IA presenta matices de esperanza y dependencia. En América Latina, el panorama es de una adopción fragmentada pero entusiasta. Chile, Brasil y Uruguay se han consolidado como los líderes regionales según el Índice Latinoamericano de Inteligencia Artificial (ILIA), buscando nichos donde la tecnología pueda mitigar las brechas sociales. No obstante, como advierte la periodista y analista Natalia Zuazo, la región se enfrenta al peligro de convertirse en una mera consumidora de soluciones finales ("IA de caja"), sin participar en el diseño de los algoritmos que deciden sobre su economía o su justicia. La falta de una infraestructura de cómputo propia obliga a los países latinoamericanos a alojar sus datos en nubes extranjeras, lo que en términos de relaciones internacionales se traduce en una nueva forma de extractivismo digital. El reto para América Latina no es solo usar la IA, sino evitar que los sesgos de los modelos entrenados en el norte global borren la diversidad lingüística y cultural del sur.

Cruzando el océano, el Sudeste Asiático y Oceanía emergen como los laboratorios de una "IA soberana". Países como Singapur e Indonesia están desarrollando modelos que reflejen sus realidades multiculturales, rechazando la dicotomía impuesta por Washington y Beijing. En el Sudeste Asiático, la IA se percibe como el motor para saltar etapas de desarrollo económico, aunque los desafíos en materia de ciberseguridad y desinformación son críticos. Por su parte, en Oceanía, Australia ha tomado un liderazgo notable en la integración de la IA en la defensa y el monitoreo ambiental, intentando equilibrar su alianza estratégica con EE. UU. y su interdependencia económica con China.

El impacto de esta revolución en el tejido de la diplomacia es profundo. La desinformación generada por sistemas de IA, los llamados "deepfakes" políticos, han transformado la guerra informativa en un conflicto permanente. Como han señalado expertos de la agencia occidental - Reuters, la capacidad de las máquinas para inundar el espacio público con narrativas sintéticas pone en jaque la confianza, que es la moneda de cambio de cualquier negociación internacional. La diplomacia, tradicionalmente basada en el contacto humano y la lectura de intenciones, ahora debe lidiar con algoritmos que pueden predecir comportamientos o automatizar la toma de decisiones en el campo de batalla, reduciendo el tiempo de reacción de los líderes y aumentando el riesgo de una escalada accidental.

Ante este panorama, el mayor desafío que enfrenta la humanidad no es la rebelión de las máquinas, sino la incapacidad de los Estados para cooperar en su gobernanza. El sociólogo y filósofo y ensayista español, Daniel Innerarity sugiere que necesitamos una "inteligencia democrática" que sea capaz de gestionar sistemas que ya no entendemos del todo. La IA ha difuminado las fronteras entre lo civil y lo militar, lo público y lo privado, y lo real y lo sintético. La carrera armamentista algorítmica es real, y a diferencia de la Guerra Fría, carece de un teléfono rojo que permita frenar un proceso iniciado por un código autónomo.

Para finalizar, la inteligencia artificial ha dejado de ser una herramienta para convertirse en el nuevo entorno donde se desarrollan las relaciones de poder. El futuro de la paz mundial dependerá de si somos capaces de construir una arquitectura de gobernanza global que integre a las potencias emergentes, proteja la soberanía de las naciones en desarrollo y, sobre todo, mantenga el juicio humano en el centro de las decisiones que afectan el destino de nuestra especie. El reto es monumental: evitar que el brillo de la inteligencia artificial nos ciegue ante la necesidad de la sabiduría humana.



Esta nota ha sido leída aproximadamente 227 veces.



Marvin Mijares


Visite el perfil de Marvin Mijares para ver el listado de todos sus artículos en Aporrea.


Noticias Recientes: