Por el bien del Camarada Presidente

Poco a poco he ido dejando de ver los programas de opinión, pues por un lado me resulta difícil de tragar al conductor de uno de ellos cuando afirma, todo henchido de orgullo él, que las cadenas presidenciales son “clases magistrales”, sandez del mismo nivel de la quien afirma que esas mismas cadenas son un atentado contra la libertad de expresión.

Sólo que la primera me preocupa más porque viene de este lado de la acera y eso se reproduce, en especial cuando se dicen en un programa de televisión del canal del Estado y que cuenta con una envidiable audiencia. Expresiones de este tipo en nada ayudan a la formación de nuestra militancia, la cual –como bien lo sabemos- no se está fortaleciendo lo suficiente a partir de la lectura.

Los resultados negativos ante este tipo de expresiones sobran por doquier, pero puedo señalar uno que me toca de manera directa: en el batallón donde me reúno cada sábado el moderador, un ciudadano venezolano, mayor de edad, en pleno uso de sus facultades, nada tarado, por cierto, que en agosto del año 2004, antiermismo, como se diría en buen margariteño, llevaba gente a votar por el Sí para sacar al Camarada Presidente de Miraflores, hoy abre cualquier debate en torno a la propuesta de Reforma Constitucional diciendo “Yo apruebo todo esto, sin cambiarle nada, con los ojos cerrados”. Bueno el nivel del debate, ¿no?

Pero eso de las “clases magistrales” es sólo una pequeña muestra de lo que está pasando entre quienes tienen altas responsabilidades dentro de este proceso; el cual nació –es bueno recordarlo- de acciones insurreccionales, de expresiones de rebeldía, de gritar “no me la calo más”, de darle en la mera madre al orden establecido.

No es un proceso nacido del bajar la testa, ni de la pusilanimidad, ni del conformismo, ni del “me quedo callado para no molestar al jefe”. Aquí hubo un alzamiento contra las autoridades establecidas, que fue consecuencia de otros alzamientos en los sesenta y los setenta; y cuyas referencias datan de otras épocas y así vamos hasta llegar a los tumultos contra la corona española. En pocas palabras, este es un pueblo alzao, libertario, por lo que ahora desde una anunciada revolución no se le puede pedir que se quede tranquilo.

El recuerdo del abril de 2002 debe ser permanente, pero no sólo para celebrar el retorno del Presidente al poder, suceso que fue el resultado de otro mucho más importante: la insurrección popular. Ese día “la clase magistral del comandante” no sirvió para un carajo, el valor estuvo en un pueblo que salió a jugársela, en un pueblo que se olvidó de dirigentes, convocatorias, reglamentos y de toda vaina para asumir que el poder era suyo.

No hubo nadie que “le diera el poder al pueblo”, ni nadie que “permitiese la participación popular”. Nada de eso, el pueblo asumió todo por su cuenta y riesgo.

Y se asustaron, no sólo aquellos que habían secuestrado al Camarada Presidente, sino muchos de los que le acompañaban y podían regresar a Miraflores; esos también se asustaron ante la fuerza de un pueblo enardecido.

Sólo la presencia de un hombre pudo calmarlos: la del Camarada Presidente. Hoy, sino fuese por el llamado presidencial y aquel Cristo que tomó en sus manos, a lo mejor tuviésemos una revolución de verdad verdaíta.

Por el bien del Camarada Presidente debemos recordar ese día. Y él debe recordarlo para que vuelva a acercarse a su pueblo, para que deje de molestarse cuando alguien de ese pueblo lo interrumpe para decirle algo.

El Camarada Presidente debe recordar que él está allí porque quien levanta la mano o grita desde el público para que ser escuchado por el líder, puso expuso su pecho ante las balas del fascismo aquel 13 de abril, sin pedir nada a cambio.

Vale la pena escucharlo, camarada.



salima36@cantv.net


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Pedro Salima


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