Las cadenas del capitalismo

El lector tiene entre sus manos un libro que podrá convertirse, en un futuro no muy lejano, en un auténtico clásico. Se trata de una obra del filósofo italiano Diego Fusaro, Marx y la Esclavitud, escrita con todo el primor y exhaustividad que el público cultivado puede esperar de un gran erudito. Ese gran erudito, un perfecto conocedor de Marx, no es otro que Diego Fusaro (Turín, 1983).

Recalco estas palabras – erudición, exhaustividad- pues hay otro Fusaro distinto, mucho más conocido, que es el Fusaro polémico, iconoclasta. El Fusaro que carga en artículos breves y urgentes contra la izquierda "arcoíris", esto es, la izquierda extravagante, posmoderna. Esa falsa izquierda preocupada por mimar a minorías burguesas y enredadas en las modas sacadas de los laboratorios yanquis de ingeniería social. La gente conoce mucho al Fusaro tildado de "rojipardo", el polemista incansable y fustigador de todos los títeres al servicio del neoliberalismo, empezando por los títeres que ahora se dicen de izquierda.

Pero del amigo Fusaro hay una parte que a mí me interesa mucho más, sin desdeñar la otra, y con la que me identifico desde hace tiempo. La parte que muestra al auténtico filósofo. Diego Fusaro se dice "discípulo heterodoxo de Hegel y Marx". Y en libros como el presente éste discipulado no perruno e innovador es algo que de inmediato se me hace presente. Hay mucho de Hegel y Marx en el pensamiento fusariano.

El joven autor italiano da ciento y raya a la progresía posmoderna en cuanto a conocimiento del marxismo, producto hegeliano, se refiere. Los indigentes intelectuales de Izquierda Unida y de Podemos, esos que en España dilapidaron la herencia intelectual hegeliano-marxista a favor de locuras separatistas, feminismos radicales, ideologías queer, animalismo y veganismo, pacifismo "altermundista", etc. etc. nunca tuvieron la más remota idea de quién fue Marx, idea de qué cosas dijo realmente, ideas sobre cómo acometer a crítica severa la esclavitud moderna que supone el capitalismo y, con él, el sistema demoliberal. Son unas izquierdas, en su mayor parte, que no albergan idea alguna sobre esto desde hace décadas.

A las alturas del presente año, 2023, Marx apenas despierta el interés de unos pocos académicos. En cuanto a la agitación política, escasamente quedan ya marxistas en los partidos y en los sindicatos, y quien todavía saca su icono y reza ante él, suele traicionar su verdadero legado. Lemas como "quien no trabaje, que no coma", presentes incluso en las Sagradas Escrituras, suenan excesivamente despóticos (y marxistas) en las filas de aquellos que aspiran a una paga universal para no dar ni golpe desde los años mozos del instituto hasta la edad del asilo de ancianos. Toda la teoría marxista del valor económico engendrado única y exclusivamente a través de la explotación de la fuerza de trabajo, es ignorada u orillada por aquellos que, diciéndose de izquierdas, aspiran a lo más antimarxista que quepa esperar: a pasarse la vida entera vegetando, trabajando lo menos posible, mantenido por un Estado mágico, como el mismo Cuerno de la Abundancia, un Estado de Jauja sustentador de privilegios identitarios inventados.
¿Privilegios?: uno nuevo cada día. Privilegios territoriales, privilegios identitarios, privilegios "reparadores" por motivo de género, raza, etc. La izquierda española, y occidental en general, ha transitado desde el olvido de Marx hasta el antimarxismo más chusco, coincidente éste, punto por punto, y funcional con el neoliberalismo feroz , sistema al cual en el fondo están sirviendo.

Esa izquierda antimarxista exige privilegios para determinados colectivos de personas que no han hecho mérito alguno para beneficiarse de ellos. Privilegios para colectivos que vulneran la ley entrando sin permiso en un país que no es el suyo, y a los que hemos de mantener después con cargo a los impuestos, con nuestro sudor. Privilegios para personas que desean "ejercer el derecho de autodeterminación" de género, quién sabe si algún día de especie, y cuyas operaciones quirúrgicas y tratamientos habremos de pagar todos a costa de nuestros rendimientos del trabajo. Privilegios de quienes, aun cobrando de una renta universal a cambio de no hacer nada, podrán, no obstante, rechazar ofertas de trabajo sin repercusiones negativas en su condición de "rentista universal". Triste izquierda que ha pasado de defender al trabajador a defender al "rentista universal". De otra parte, a muchos nos está pasando que los argumentos más estrictamente marxistas, se despachan ahora desdeñosamente como "fascistas".

No se extrañe el lector de que Marx sea, ahora mismo, el autor más incómodo para la izquierda occidental, pues toda la deriva que ésta ha ido tomando, primeramente con la instalación de la Escuela de Frankfurt en los Estados Unidos y, en un segundo momento, con la caída del Muro de Berlín, ha ido justamente en la misma dirección: el abandono de la cultura del trabajo. La izquierda occidental posmoderna es alérgica, en gran medida, al trabajo. Con la caída del Muro, esa izquierda vergonzante intuyó con total claridad que el capitalismo no podía ser vencido. El bloque soviético ya no podía ser ese gran imperio de la clase proletaria, esa patria del socialismo, patria a la que se la podía criticar, no sin cierta hipocresía (desdeñando el despotismo, el burocratismo, el capitalismo de Estado…), pero patria roja con la que se contaba, a fin de cuentas, en la supuesta lucha suya contra el Capital. Y la izquierda occidental, cuya dirección a fin de cuentas, era poco proletaria y estaba formada en sus cúpulas por funcionarios de la Enseñanza, de los Sindicatos, de la industria del "Entertainment", etc., pensó únicamente en su propia supervivencia: si no se puede tumbar al Capitalismo hay que ponerse al servicio de él.

Frente a esta traición y claudicación de las cúpulas izquierdistas, despreciando la cultura del Trabajo y la teoría económica que postula que sólo el Trabajo (mejor, la fuerza de trabajo explotada) es la fuente del valor, una parte minoritaria del marxismo reaccionó. En vez de reconvertirse en socialdemócratas tergiversadores del legado socialista y comunista más serio, pusieron a Marx "patas arriba" para sacarle todo su partido en estos tiempos de defenestración. Ponerle "con los pies arriba y la cabeza abajo", de manera análoga a como el propio Marx hizo con el idealista Hegel, significaba, en cierta medida, devolverle a su pureza original.
Marx había dicho en cierta ocasión: "yo no soy marxista", y esto implica ya emprender una compleja labor hermenéutica en la que se pueda deslindar con criterio científico lo que "realmente es de Marx", de una parte, y cuanto fue cosecha propia de Engels (con o sin consentimiento de aquél), de la otra, por no hablar de la labor recopiladora e, inevitablemente, sesgada de Kautsky y de toda la tradición roja posterior.

Antonio Gramsci (1891-1937), un marxista italiano, fue uno de los primeros teóricos verdaderamente libres a la hora de ofrecer a la posterioridad un Marx provocativamente "idealista". Marx fue visto no como el Darwin de las ciencias sociales sino como un digno sucesor de Aristóteles y de Hegel, un teórico de la comunidad orgánica gravemente amenazada por el capitalismo y el liberalismo, esto es, el dominio del egoísmo atomizador. Después de Gramsci, Fusaro cuenta en su haber con otro insigne maestro: Costanzo Preve (1943-2013). Conocedor exhaustivo de la obra de Marx, así como de los marxólogos mejor dotados del siglo XX, experto en la labor de deslinde entre "Marx" y "marxismo", Preve ofreció una clave comunitarista de todo aquello que, un siglo atrás, Karl Heinrich Marx denominaba comunismo. Preve propuso despojar a Marx de toda la bisutería y hojarasca pseudofilosófica: positivismo y cientifismo, "materialismo", tanto el materialismo dialéctico como el histórico, ateísmo militante, futurismo utópico y escatológico, etc. En su lugar, Preve, igual que su vástago intelectual, Diego Fusaro, ofrece la imagen de un filósofo comunitarista y campeón de la emancipación, no la de un líder sectario encerrado tras un castillo de dogmas que, quizá, vienen de los marxistas pero no del fundador mismo.

El Fusaro que SND propone aquí al público español en esta ocasión es la misma persona, crítica y profunda, aguda y brillante, que ha cargado –como don Quijote- contra los molinos de la izquierda posmoderna, pero ahora se muestra en su perfil más académico y sosegado, como profesor perfectamente armado de un bagaje de lecturas ingente. Es un Fusaro científico y riguroso que emprende aquí, en todas estas páginas, una lectura extensa y profunda de Marx y de gran parte de la marxología. Basta ojear la bibliografía que viene al final de la obra para percatarse del nivel y amplitud de este estudio. Esta obra es importante pues trata de dilucidar si ahora vivimos realmente como esclavos.

Largos años de docencia me han acostumbrado a la tarea, a veces enojosa, de simplificar lo que prima facie parece complejo o abstruso. Voy a intentarlo, sin ánimo de suplir la tarea de leerse el libro entero e invitando a disfrutarlo con plenitud.
La tesis central del libro es esta: el trabajo asalariado bajo el capitalismo ¿es una esclavitud o no lo es? El núcleo del marxismo consiste precisamente en responder: formalmente, no. El modo de producción capitalista consiste en la explotación de una fuerza de trabajo que, desde el punto de vista jurídico-formal, ha sido vendida "libremente" por su posesor, el trabajador. Pero es preciso decir que Marx también presenta textos informales, en los que, materialmente hablando, presenta el capitalismo como un sistema de esclavitud.

De acuerdo con estos dos niveles de discurso, el formal (científico) y el informal (agitador, propagandístico, político) podemos negar y afirmar, simultáneamente, que Marx sostiene que el capitalismo es un sistema esclavizador. El extenso estudio fusariano arroja un resultado razonable y valioso: el capitalismo es una más de las distintas formas específicas de dominación del hombre sobre el hombre, aquella que precisamente ha "perfeccionado" al máximo el juego de apariencias y realidades. Es un sistema que aparentemente garantiza una libertad contractual del individuo, sea éste pobre o rico. Pero al mismo tiempo este es un sistema que permite exprimir el jugo a la sustancia humana laborante sin por ello recurrir a la coacción extraeconómica. Tras el esclavismo antiguo o la servidumbre feudal siempre aguardaba la violencia, la coacción no económica que garantizaba, no obstante, réditos y ventajas económicas (aunque no únicamente económicas) al señor, al polo dominante. Pero la "esclavitud" capitalista no necesita recurrir al látigo o a otras coacciones extraeconómicas para obtener plusvalía de la fuerza de trabajo explotada. La propia condición jurídico-formal del obrero, sujeto "libre" e "igual" al confrontarse con el contrato y con el señor, es requisito esencial para que el obrero sea explotado.

Con todo, el libro de Fusaro deja bien claro que, en realidad, la explotación puramente económica lograda por el capitalismo es un "tipo ideal", una especie de arquetipo o núcleo central que identifica este modo de producción frente a los anteriores, pero debe tenerse muy en cuenta que el capitalismo, desde sus inicios hasta hoy nunca ha renunciado del todo a la esclavitud sensu stricto, esto es, la dominación extra-económica, violenta y coactiva en cuanto a origen y esencia. Se pueden repasar algunos casos:

1) El capítulo de Marx sobre la Acumulación Originaria: la expulsión violenta de los granjeros de las Islas Británicas durante los primeros siglos de la Edad Moderna, convirtiendo las tierras cultivables en eriales, cotos de caza o de pasto de ovejas con el fin de crear "artificialmente" (léase, violentamente) una clase proletaria que acudiera en masa a la ciudad en busca de trabajo.

2) La agresión imperialista-colonialista sobre tierras y pueblos extraeuropeos con el fin de integrarlos forzosamente al sistema capitalista mundial, como parque extractivo de materias primas y mano de obra esclava o cuasi-esclava y, después, como mercados compradores de las manufacturas de la metrópoli.
En ambos casos, la violencia y la esclavitud estricta aparecen como condiciones necesarias para la aparición de la "esclavitud" dicha en el sentido material y no formal de la palabra: del trabajo asalariado.
Pero hay otros aspectos que señalan la conexión entre esclavitud estricta (formal) y la material o asalariada:
3) Las "casas de trabajo" inglesas, donde muchas personas, niños incluidos, eran secuestradas para obligarles a trabajar casi gratis para ciertos patronos.
4) Los secuestros de niños huérfanos o desconectados de sus padres, así como chicas desamparadas, seres humanos, todos ellos, enviados a las fábricas o a las colonias, en condiciones de esclavitud similar o incluso peor que las de los negros. Lo mismo se diga del trabajo de los convictos.
La anglosfera, como vanguardia y núcleo del capitalismo más depredador, muestra todo un catálogo de horrores. La esclavitud estricta o formal es consustancial a la otra esclavitud, material o asalariada, que es la que Marx estudió y combatió de forma más profunda. En la actualidad, el desarrollo de la digitalización en todos los ámbitos de la vida, no sólo en los productivos, puede aguardarnos nuevas y más temibles recaídas en una esclavitud estricta, formal y mucho más siniestra que las conocidas en civilizaciones antiguas, o en las épocas de los imperios coloniales modernos. Nosotros mismos podemos estar colocándonos, consentidores, nuevas cadenas que no precisan ser de hierro.
Les dejo, por fin, con el maestro y amigo Fusaro.



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Carlos Javier Blanco

Doctor en Filosofía. Universidad de Oviedo. Profesor de Filosofía. España.

 carlosxblanco@yahoo.es

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