El Trueque: no estoy muerto, ando de parranda

Tan pronto la palabra trueque fue pronunciada por el Presidente Chávez, los grandes medios de comunicación iniciaron una campaña para hacer ver a la gente que el trueque significa institucionalizar constitucionalmente la miseria social. No voy a detenerme en si fue el momento o no oportuno para haber lanzado lo del trueque. Me limitaré a defender a éste contra sus detractores.

El trueque es una categoría económica tan vieja como el hombre mismo. Las manos, antes que el cerebro, hicieron trueque para la satisfacción de necesidades humanas. Por lo tanto, tenemos el deber de adorar el trueque no como un símbolo sobrenatural, sino como una realidad que en todas las formaciones económico-social se ha dado. Quienes vivan en los campos, donde no existe una bodega a menos de ocho horas de camino, sabe que el trueque no ha sido vencido totalmente por la mercancía. Y en ese campo, sin necesidad de que ninguno de sus habitantes se haya paseado por los elegantes centros comerciales donde la usura se devora al inocente ambicioso, se ejerce la solidaridad sin que ningún distingo tropiece las voluntades naturales humanas, porque éstas surgen de las necesidades que son comunes y que no pueden satisfacerse con el dinero comprando mercancías. Ni aquel se tiene ni éstas están tan cerca como la panadería o un mercado a los vecinos de un barrio.

Un día un camarada y amigo, economista marxista, me tildó de ‘loco’ porque dije –lo aprendí del marxismo- que el dinero en el socialismo altamente desarrollado desaparece. Me dijo que en “El Capital” Marx no dice eso. En verdad, no sé si allí lo dijo o no, pero, sabiendo entender de pocas palabras, si el socialismo es la desaparición de las clases, por lógica tenemos que comprender que desaparecen los explotadores y los explotados; si en el socialismo se extingue el Estado, es lógico que entendamos que ya no habrá medio de coerción o de opresión del hombre por el hombre ni ninguna institución de clase que cuide los intereses de alguna clase dominante en contra de los intereses de una clase dominada; si el socialismo es la fase en que todos los medios de producción pasan a manos de la propiedad social y la sociedad se administra por sí mismo, entonces ¿para qué vamos a cargar los bolsillos llenos de dinero contratando mano de obra o comprando materia prima si lo que se va a producir es producto y no mercancías?

Aunque se empecinen en negarlo quienes defienden con ahínco y hasta con su razón el capitalismo, la base material del comunismo deberá consistir en un desarrollo tan alto del poder económico del hombre –en sentido colectivo e individual- que el trabajo productivo, al dejar de ser una carga y un castigo, no necesite de ningún aguijón, y que el reparto de los bienes, en constante abundancia, no exija –como actualmente en una familia acomodada o en una pensión “conveniente”- más control que el de la educación, el hábito y la opinión pública. Así lo dijo Trotsky y así lo creo yo. El filisteo cree en la eternidad del gendarme, pero eso no es culpa del que cree en el comunismo.

En la fase denominada por Marx como comunista el dinero desaparecerá, pero su agonía debe comenzar en el socialismo avanzado, porque para que éste merezca ese nombre, precisamente, tiene que probar ante los ojos de la sociedad que el dinero empieza a perder todo su mágico poder. Por supuesto que el dinero no puede ser abolido de manera arbitraria, ya que debe agotar antes lo que le corresponde como misión histórica. Pero “… el fetichismo y el dinero sólo recibirán el golpe de gracia cuando el crecimiento ininterrumpido de la riqueza social libre a los bípedos de la avaricia por cada minuto suplementario de trabajo y del miedo humillante por la magnitud de sus raciones. Al perder su poder para proporcionar felicidad y para hundir en el polvo, el dinero se reducirá a un cómodo medio de contabilidad para la estadística y para la planificación; después, es probable que ya no sea necesario ni aun para eso…” Así lo dijo Trotsky y así lo creo yo. Pero esos cuidados, para no rompernos la cabeza con dolores innecesarios los que somos abuelos, dejémoslos a nuestros futuros tataranietos que no habrá duda alguna serán muchísimo más inteligentes y portadores de conocimientos que nosotros. Los que mucho dinero tienen, gástenlo, gástenlo, antes que el socialismo los haga convencer que con él ya no podrán explotar nunca más una mano de obra ajena por perder todo su mágico poder. Entonces, la plata y el oro –como expresión monetaria- serán dedicados para siempre al servicio de las ciencias y de la técnica y, sobre todo, en cosas del espacio. En el comunismo morirá para siempre todo grito de auxilio de la mercancía, es decir, de lo que se produce para la venta. Entonces, aunque no nos agrade reconocerlo, volveremos a ese noble y humano principio de la prehistoria pero en la forma más avanzada de la técnica; en otros términos: al intercambio de los productos en base a las necesidades de las poblaciones distanciadas por mares y largas carreteras sin fronteras nacionales, hermanadas para siempre por la solidaridad y el futuro luminoso para las nuevas generaciones. Tendremos para ello medios que no fueron ni siquiera soñados en la prehistoria, tales como: la aviación, los ferrocarriles, los barcos, y quién sabe que otros medios de transporte creará el hombre en el futuro cuando viajar a la luna sea cosa de un paseo de fin de semana.

Si una humanidad, sin Estado y sin clases, sin explotadores ni explotados, sin dinero ni mercancía, ¿cómo se le llamaría al intercambio de productos? Supongamos que no se llame trueque, porque éste es un término de la prehistoria. Pero si nadie le va a vender una cosa a otro, porque el dinero no existe, entonces habrá que crear un término que se corresponda con el intercambio o cambio de productos. Sea cual sea ese término, tendrá el mismo significado que el de trueque. A lo mejor será trocar, pero esto significa cambiar una cosa por otra.

El trueque no ha muerto, simplemente anda de parranda con lo poco dinero que le dejaron las sociedades de clases. Quienes le han encendido velas en ‘su’ velorio, no se dieron cuenta que la urna estaba vacía.



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Freddy Yépez


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