¡Comandante… siempre!

“Dedico estas páginas al recuerdo del Comandante Chávez. Los que penetramos un tanto del gran luchador revolucionario sabemos que esto expresa una comunión indisoluble entre los apasionados. Porque ya no es el estudio frío, aunque erudito, sobre la personalidad de un socialista, sobre su orientación filosófica o literaria, no. Son recuerdos personales, emocionadas, jirones de un profundo sentimiento, como sólo pueden albergar hoy los espíritus descentrados de la contienda que abate los cuerpos y mutila las almas”.

Esta es la hora que quise rememorar como aquella otra que en su tiempo no sentí suficientemente y cuyo sentido espantoso sólo comprendí más tarde. Fue en 2002, al despuntar la primavera de ese año terrible. Como todo el mundo, nos hallábamos libres de presentimientos. Considerábamos que la libertad constituía a la vez el sentido de la vida, y por lo mismo estimaba que un país que se sometía no podía ser verdaderamente digno de vivir.

Su enseñanza de que aparecía entonces como posibilidad máxima de la exaltación y de la obtención de la propia felicidad; y, en verdad, cuando se había estado en su compañía no era posible, por días y semanas, caer en la mezquindad. ¡Cómo olvidar esas horas del éxtasis, del entusiasmo!

A causa de su entusiasmo, de esa exaltación e intensificación de toda su fuerza, el trabajo le resultaba una necesidad diaria. El trabajo le transportaba como un tornillo sin fin; sus versos elevaban el sentimiento muelle hasta dejarlo suspenso por encima del día. El trabajo respondía a una necesidad constante de renovar su vitalidad y era una fuente de eterna juventud para su alegría. En los últimos años de su existencia, o sea, por necesidad contingente, como descarga sentimental, sino que escribía por cierta constante urgencia de autoelevación. Casi ningún día dejaba de trabajar. La tarea le era indispensable, no como a tantos otros, debido a la ambición o el ansia de dinero, sino únicamente como tónico de la sangre, como palanca de sus fuerzas espirituales. Lo que a menudo, eso era para el Comandante el trabajo: un procedimiento para llenar de sangre su personalidad espiritual. Su trabajo era más que aplicación o inspiración: era una función esencial para él. Pasaron los años y durante la última temporada —ya había llegado a los 57— ¡Lo sabía todo, y conocía también sus fallas y peligros!

Y trabajando comenzaba todas sus jornadas. Esta vibración sentimental da una nueva tonalidad a la impaciencia impulsiva del Comandante, al propio tiempo que un singular equilibrio filosófico en la contemplación de la realidad social de su pueblo. Después, una revolución profunda se opera en el espíritu. Es el amor que iluminará toda su existencia. Es el amor que siente por el pueblo.

Del sueño se lanzaba inmediatamente al ardiente mundo de la política. En esos años, inconsciente formación cristalina; era entonces trabajosa y casi metódica dominación de la forma del socialismo. Tal como el campesino demarca primero el campo que ha de arar, así el Comandante dividía su mundo interiormente en cielos. Trabajaba programática, tenaz, tranquila y conscientemente; su fuerte voluntad delimitaba de antemano el círculo de su actividad. A veces se ocupaba en varios discursos a un tiempo, pero siempre estaban ligados cíclica o temáticamente, y en cuanto había agotado una parte de su labor, no la volvía a tocar.

¡Hasta siempre, Comandante!

 



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Manuel Taibo


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