Quiénes olvidan a Marx y Engels…vuelven a tropezar con la misma piedra

Democracia socialista o socialismo burocrático (III)

 “El socialismo y la organización socialista deben ser construidas por el propio proletariado, pues si no es así, no habrá ninguna edificación; surgirá otra cosa: el capitalismo de Estado”. Ossinskij

Hemos planteado que entre democracia socialista y socialismo burocrático hay una separación radical de caminos, de métodos y horizontes. Hablar de “socialismo burocrático” es ya una concesión problemática. Habría que colocar el acento en las imposturas socialistas: el colectivismo burocrático, el estatismo autoritario, el despotismo o totalitarismo de izquierda, el “socialismo realmente inexistente”. Pero la experiencia de los “socialismos y comunismos de estado”, del “comunismo grosero”, como lo llamó Marx en sus Manuscritos de Paris, es parte de los extravíos de la izquierda

Es imprescindible recuperar ciertas orientaciones. Retornar a la brújula-Marx-Engels a pesar de su insuficiencia, pues llama la atención la profunda precariedad teórico-ideológica de quiénes hablan a los cuatro vientos de “Estado Socialista”, de “Estado Revolucionario”, de “Estado Comunal”, sin pasearse por la crítica radical a la “forma-Estado” en el pensamiento crítico de Marx y Engels.

¿Por qué no se lee a Marx o a Engels sin el filtro del sufijo? ¿Dijo usted sufijo? Si, sin el filtro del -ismo, de las codificaciones de los marxismo(s), hechos vulgarizaciones, manuales de aparato-partido o clichés de la razón del aparato-Estado. 

En el caso venezolano, inquieta el silencio sobre la obra abierta y crítica de algunos personajes que leyeron a Marx sin el dominio o la hegemonía ideológica del sufijo; por ejemplo, Juan David García Bacca en dos textos emblemáticos: “Humanismo teórico, práctico y positivo según Marx”; y “Presente, pasado y porvenir de Marx y del marxismo”. 

Se trata de textos que problematizan, que debaten polémicamente, no de farragosos manuales que repiten las letanías y farsas teóricas que se han instituido en nombre del “materialismo dialéctico” y del “materialismo histórico”. 

Podríamos abundar en otros ejemplos. Abordar la obra crítica de Ludovico Silva (que sigue siendo sistemáticamente descartada como referencia, en su teoría de la alienación como sistema), o quizás una de las mayores demoliciones de las entelequias del marxismo burocrático: los textos poco leídos y menos asimilados de “epistemología dialéctica, humanismo militante y teoría dialéctica de la totalidad social” de Rigoberto Lanz (Dialéctica del Conocimiento, el Marxismo no es una Ciencia, Marxismo y Sociología, Razón y Dominación), o la recepción de Lukaks y Lucien Goldmann de Miguel Ron Pedrique. O quizás, el trabajo realizado desde grupos de “Filosofía de la Praxis” en diferentes universidades venezolanas (por ejemplo, en la UCV). Así mismo, la obra teórica madura de J.R. Nuñes Tenorio donde se aborda una lectura directa de Marx. Esto sin hablar de múltiples trabajadores y trabajadoras intelectuales, quienes han elaborado “ciencia social-histórica crítica” en todo el siglo XX venezolano (Salvador de la Plaza y toda la cohorte de marxistas críticos del país), lecturas sobre Marx y desde Marx sin el tamiz de las estructuras y aparatos burocráticos de domesticación del pensamiento. Para comprender la realidad, para transformar la realidad. 

¿Que significan estas lecturas en contraste con tanta citación al “marxismo”? No sacrificar el talante crítico y revolucionario de la obra abierta de Marx en nombre de una subordinación castradora a los dictat del “comunismo de aparato”, ó a la línea política coyuntural de los "partidos revolucionarios", de espaldas completamente al espíritu revolucionario en Marx, obsesionados más con las definiciones ideológicas en función de adhesiones automáticas, o para el adoctrinamiento de cuadros en el campo de poder, con la consabida recepción acrítica del legado teórico de la revolución rusa, la revolución china, la revolución cubana y tantas otras “revoluciones parciales”. 

Allí  reside el principal obstáculo de pensar un nuevo tipo de revolución para el siglo XXI, en desembarazarse del archivo histórico de enunciados, que parten de un efecto de desconocimiento de la obra abierta y radicalmente crítica de Marx, y dicen hablar en su nombre

A pesar de este pequeño detalle, siguen hablando en nombre de un “marxismo religioso o imaginario”, un marxismo que tiene nada o poco que ver con el pensamiento de Marx sin sufijo, con el espíritu crítico de Marx de carne y hueso, del humano-demasiado humano Marx. 

En fin, sin desprenderse de todo el legado del marxismo burocrático, del marxismo-leninismo, ¿cómo desprenderse del estalinismo? ¿Cómo hacerlo, si Bujarin, por ejemplo, y sobre todo Stalin jugaron el papel de agentes codificadores del marxismo-leninismo ortodoxo? Sin desprenderse del Leninismo o el Trotskismo ortodoxo, ¿Cómo valorar los contrastes entre Marx y Lenin, entre Marx y Trotsky, entre Lenin y Trotsky? Sin desprenderse de las lecturas que ignoraron olímpicamente la crítica de Marx a la filosofía del derecho de Hegel, sin asimilar los Manuscritos de Paris, la Ideología Alemana, la Miseria de la Filosofía, o el carácter trunco tanto de los Grundrisse como, ¡Oh sorpresa!, del mismísimo Das Kapital, ¿cómo declararse pomposamente “marxista”? 

¿Como releer con menos prejuicios a Luxemburgo, Kautsky, Gramsci, Jaurés, Lukacs, Korsch, Labriola, Adler, Bujarin, Pannekoek, Gorter, Kollontai, Trotsky, Sartre, Castoriadis, Adorno, Marcuse, Horkheimer, Habermas, Lefevbre, Rubel, Bottomore, Agnes Heller, Sánchez Vásquez, Meszaros y tantos otros? ¿Como leerlos sin el filtraje estalinista? 

¿Cómo releer a Mariategui, Bagú, Caio Prado, Mella, Luis Vitale, Florestán Fernández, Quijano, Flores Galindo, Cornejo Polar, Dos Santos, Marini, Bambirra, Cueva, Torres-Rivas, Ianni, Weffort, Stavenhagen, González Casanova, Martínez Heredia, Zavaleta o Fals Borda sin reproducir el complejo del colonizado? 

Leerlos es navegar entrelineas por diversos enfoques o perspectivas inspiradas en Marx, sin abandonar un ápice el pensamiento crítico marxiano. ¿Cómo no leer la polémica que atraviesa a tantos otros y otras voces en la actualidad: como Borón, Samir Amin, Wallerstein, Arrighi, Katz, Kohan, Holloway, Lebowitz, Harnecker, Dieterich, Dussel, Laclau o Negri? 

¿Cómo reducir tantas líneas contrastantes en un esquema doctrinario que diga: “materialismo dialéctico-materialismo histórico”, “marxismo-leninismo”, que diga “Stalin, Mao, Fidel o Guevara”, o que patéticamente vuelva a dibujar la bandera de las espadas heroicamente entrelazadas: “Marx-Engels-Lenin-Stalin-Mao”? 

Hay marxismo(s) de marxismo(s)… hay neo-marxismos, anti-marxismos, ex marxismos y post-marxismos. Y a pesar de todos sus contrastes y antagonismos, todos pueden acordar que algo más allá de Marx, pero que no se puede ignorar simplemente al espíritu crítico Marx

Sólo bastaría pasearse por las principales corrientes del marxismo en el siglo XX, analizar críticamente los regímenes político-económicos que hablaron en su nombre como “ideología de Estado”, para poner las barbas en remojo. 

Un retorno al espíritu crítico-Marx será un antídoto necesario para contrastar tantos disparates, para asumir que la formación de la “conciencia revolucionaria” no tiene nada que ver con el adoctrinamiento, con ningún automatismos psíquicos, o con la propaganda de masas. 

Por ejemplo, ¿quién duda que en Marx hay no solo una crítica de la economía política burguesa, sino una crítica de radical a la “veneración supersticiosa del Estado” (de cualquiera, por cierto)?. Que cuando se habla de estructura de mando y explotación en el Capital y en los Grundrisse, se abordan simultáneamente las relaciones de dominación-explotación, y su posible superación en los procesos de transición post-capitalistas

Se escucha con estupor tanta vociferación escéptica sobre la “extinción del Estado” en Marx, como sí fuese una idea simplemente utópica en el peor de los sentidos, lanzada para un largo plazo indefinido, lo que supone que hay que tragarse toda los contrasentidos sobre el llamado “Estado Socialista” del siglo XX. ¡Pamplinadas! 

Es Marx, quien no separa la construcción de un modo de producción asociativo de la democracia absoluta. Es Marx quién concibe un Estado democrático radicalizado transitando hacia una forma-Comuna. Separar la economía social de la democracia radical, es no entender nada de la significación explosiva de la frase: 

“Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” (Manifiesto del Partido Comunista-1848) 

Se trata no sólo de una revolución anticapitalista en el terreno de los modos de producir, distribuir y consumir propios de la vida material, sino de una revolución democrática de vasto alcance que no se detiene en las fronteras instituidas de la democracia capitalista y sus instituciones representativas, sino que despliega el horizonte de la democracia sustantiva o absoluta. 

No hay que olvidar que el gobierno en el Estado representativo moderno, viene a ser, pura y simplemente, una junta que administra los negocios comunes de toda la clase burguesa. ¿Acaso usted habla de sociedades sin Estado? ¡Usted es sencillamente un anarquista

Analicemos el asunto detenidamente. En Marx y Engels es posible reconstruir una crítica radical a las formas de dominación burguesas; entre ellas la forma-Estado capitalista. Sobre todo en Marx, que no claudicó ni por afanes pedagógicos en la radicalidad de la crítica. Incluso, no hay manera de realizar un montaje textual entre la precisa formulación de Marx: “Dictadura revolucionaria del proletariado”, presente de manera escueta en el Programa de Gotha-1875 como forma política de la transición, y una nueva forma de mando-explotación sobre el proletariado (Por cierto, el colectivismo burocrático-despótico confunde a Marx con la irónica formulación, que Trotsky planteara tempranamente, criticando precisamente a Lenin: “Dictadura sobre el proletariado”- Trotsky, Nashi Politícheskie Zaduchi, (1904) (Nuestras tareas políticas), panfleto traducido y citado por Deutscher en El profeta armado, Ed. Era, págs. 94-96). 

Marx se preguntaba en 1875: “¿Que transformación sufrirá el régimen estatal en la sociedad comunista? O, en otros términos: ¿qué funciones sociales, análogas a las actuales funciones del Estado, subsistirán entonces? Esta pregunta sólo puede contestarse científicamente, y por más que acoplemos de mil maneras la palabra Pueblo y la palabra Estado, no nos acercaremos ni un pelo a la solución del problema.” 

En Marx, eso de hablar de “Estado de todo el pueblo” no permite acercarse ni un pelo a la solución del problema (contra la interpretación coagulada por Stalin). Por una sencilla razón, la diferencia entre Marx y los Estatistas burocráticos y despóticos, reside en que para Marx no desaparece el horizonte de la “extinción del Estado”, mientras que para la “Estadolatría”, el principio de dominación Estatal se hace eterno

Para la Estadolatría asociada a los Socialismos Reales, la fase de transición inicial se vuelve, por efectos de la real-politik tan larga” que se transfigura en algo “intemporal”. Justificación real-politik del “Estado socialista”. Apología de la forma-Estado, restauración de nada mas y nada menos que… Hegel. De allí, que se cuelen las confusiones entre el Estatismo nazi de Carl Schmidt y el Anti-estatismo revolucionario de Karl Marx. 

Mientras los funcionarios orgánicos del consenso de la burguesía, hacen apologías de las relaciones de explotación capitalistas, los funcionarios orgánicos del consenso de la nomenclatura, hacen una apología de las relaciones de opresión política, propias de la Estadolatría, del colectivismo burocrático-despótico

Decía Marx: “Entre la sociedad capitalista y la sociedad comunista, media el período de la transformación revolucionaria de la primera en la segunda. A este período corresponde también un período político de transición, cuyo Estado no puede ser otro que la dictadura revolucionaria del proletariado.” 

La polémica Dictadura-Democracia fue central entre Kaustky y Lenin, por ejemplo. Obviamente, si se presume ser revolucionario, se opta por Lenin. Pero también lo fue entre Pannekoek y Gorter, contra Lenin. Allí comienza el lenguaje de las desviaciones sociales. ¿Dijo usted Pannekoek? ¡Desviación de izquierda! En esto consiste el juego del control del "acróbata audaz": repartir desviaciones a la derecha (reformistas) y a la izquierda (ultra-izquierdistas). Repartir superlativos a diestra y siniestra. En esto, Stalin y luego Mao fueron ejemplares, todo en función de la “línea correcta” del “mande-comandante” de ocasión. 

Pero la historia en Marx es otra. El proletariado, estimados y estimadas, no era en ningún caso un centro político burocrático, sino la antesala para la construcción de una sociedad sin antagonismos de clase, sin clase dominante, sin patronos, reyes, tribunos, dioses, si alienaciones económico-políticas. 

Para decirlo en términos de etnología: ¿Quién ejercerá la jefatura política? No se confunda: no será un Comandante, no será un Comité Central, no será un Buró Político, no será un Partido Único. Gramsci aún se imaginaba al "príncipe moderno" garantizando vía partido, la “unidad de mando”. Lenin moría intentando ampliar la composición del Buró Político, angustiado por el poder de la burocracia y los síntomas fraccionales: Stalin por allá, Trotsky por aquí (¡A leer el testamento de Lenin!). Pero era por ausencia de democracia interna, por haber liquidado la democracia fuera y dentro del partido. Era por ausencia de una mayoría proletaria en el seno del partido. En Marx, es el proletariado organizado como “clase política gobernante”, no la cadena de sustituciones anteriormente mencionadas, ni partido único, ni vanguardia, ni personalismo-caudillista (No olvidemos la certera crítica de Marx al “Bonapartismo”). 

Obviamente habrá dominados en las primeras etapas: clases que anhelan la restauración de las condiciones de explotación y opresión anteriores, pero no será en ningún caso, la dominación de la minoría sobre la mayoría, no es la dominación del centro político burocrático sobre las clases trabajadoras, ni sobre los pueblos originarios, ni sobre las mujeres, ni sobre los estudiantes, los profesionales, científicos o cuadros técnicos, ni sobre la “plaga” de intelectuales pequeñoburgueses, anarcoides y reformistas

El peligro de toda revolución que aspire a ser tal, es trastocarse e invertirse en una contra-revolución hacia dentro, es mutar de una pasión de liberación a un patético afecto policial típico del sectarismo. De los afectos policiales nace la mentalidad de los “Apparatchiki”, funcionarios a tiempo completo del aparato de partido, o del puesto administrativo, con su obsesión por el cargo de responsabilidad burocrática o política, con su anhelado sueño de ingresar a la lista de los privilegiados de la nomenclatura

Para Marx y Engels, hay innumerables referencias críticas a los polizontes de la burguesía. No conocían aún a los polizontes de la burocracia. Por otra parte, sobre el futuro régimen estatal de la sociedad comunista, sólo hay indicaciones, pero hay una de ella que no puede dejarse de lado. Aparece en Engels (Del Socialismo Utópico al Socialismo Científico-Capitulo I): 

“En 1816, Saint-Simon declara que la política es la ciencia de la producción y predice ya la total absorción de la política por la Economía. Y si aquí no hace más que aparecer en germen la idea de que la situación económica es la base de las instituciones políticas, proclama ya claramente la transformación del gobierno político sobre los hombres en una administración de las cosas y en la dirección de los procesos de la producción, que no es sino la idea de la «abolición del Estado», que tanto estrépito levanta últimamente.” 

En el Capitulo III del mismo texto, continúa Engels: 

“El modo capitalista de producción, al convertir más y más en proletarios a la inmensa mayoría de los individuos de cada país, crea la fuerza que, si no quiere perecer, está obligada a hacer esa revolución. Y, al forzar cada vez más la conversión en propiedad del Estado de los grandes medios socializados de producción, señala ya por sí mismo el camino por el que esa revolución ha de producirse. El proletariado toma en sus manos el poder del Estado y comienza por convertir los medios de producción en propiedad del Estado.” 

Pero no se confunda. Hay “estatizaciones” de “estatizaciones”. Hay una gran diferencia entre las “estatizaciones” y “nacionalizaciones” que se realizan “en nombre” del socialismo “en abstracto”, sin tomar en consideración la condición política sine qua non necesaria para la transición post-capitalista planteada por Marx y Engels: “El proletariado toma en sus manos el poder del Estado”. 

Lo que Marx plantean para el desarrollo de un modo de producción asociativo, se llama socializaciones económicas. En fin, si una estatización o nacionalización no conduce a la socialización económica y a la propiedad social (no a la propiedad estatal), estimado y estimada, ponga las barbas en remojo, usted va derechito, sin estaciones intermedias, directo al imaginario estatista autoritario del socialismo burocrático

Mientras no exista poder proletario (no sólo “control obrero” limitado, sino poder obrero efectivo) en el Estado de transición, para Marx y Engels, no hay ninguna transición efectiva al comunismo. La pregunta incisiva sería: ¿Donde ejerce efectivamente el poder el proletariado organizado como clase gobernante, en que ámbitos políticos, económicos y culturales concretos? 

Si quién ejerce el poder son fracciones radicalizadas de los sectores intermedios, fracciones de la pequeña o mediana burguesía, o categorías sociales como la tecno-burocracia de Estado, entonces: ¿Hay nacionalizaciones en sentido marxiano? ¡En absoluto!

En El Manifiesto Comunista (1848) plantearon lo siguiente: “Ya dejamos dicho que el primer paso de la revolución obrera será la exaltación del proletariado al Poder, la conquista de la democracia. El proletariado se valdrá del Poder para ir despojando paulatinamente a la burguesía de todo el capital, de todos los instrumentos de la producción, centralizándolos en manos del Estado, es decir, del proletariado organizado como clase gobernante, y procurando fomentar por todos los medios y con la mayor rapidez posible las energías productivas.” 

Hablar “en nombre” del proletariado, ejercer el poder excluyendo al proletariado, omitir sistemáticamente a los trabajadores y trabajadoras del ejercicio cotidiano de las grandes decisiones (¡Oh, los inmaduros proletarios!). Allí justamente reside el núcleo desde donde se prefigura el centro político burocrático: composición de sinceros “jacobinos” y “blanquistas”, entremezclados con “oportunistas” y arribistas, convertidos luego en burócratas rechonchos de poder, privilegio y riqueza. 

Por tanto, sin proletariado organizado como clase gobernante no hay estatizaciones en los términos de Marx y Engels. Ya Engels se había burlado de las nacionalizaciones de Bismark, por ejemplo: 

“(…) desde que Bismarck emprendió el camino de la nacionalización, ha surgido una especie de falso socialismo, que degenera alguna que otra vez en un tipo especial de socialismo, sumiso y servil, que en todo acto de nacionalización hasta en los dictados por Bismarck, ve una medida socialista. (…) Cuando el Estado belga, por razones políticas y financieras perfectamente vulgares, decidió construir por su cuenta las principales líneas férreas del país, o cuando Bismarck, sin que ninguna necesidad económica le impulsase a ello, nacionalizó las líneas más importantes de la red ferroviaria de Prusia, pura y simplemente para así poder manejarlas y aprovecharlas mejor en caso de guerra, para convertir al personal de ferrocarriles en ganado electoral sumiso al gobierno y, sobre todo, para procurarse una nueva fuente de ingresos sustraída a la fiscalización del Parlamento, todas estas medidas no tenían, ni directa ni indirectamente, ni consciente ni inconscientemente nada de socialistas.” (Engels. Del Socialismo utópico al Socialismo científico”) 

El único antídoto para evitar esta situación es la conquista de la democracia por el proletariado. Si no existe esta precondición, no hay transición post-capitalista alguna. Engels, en capítulo III del texto: “Del socialismo utópico al socialismo científico plantea: 

“Pero con este mismo acto (exaltación del proletariado al poder) se destruye a sí mismo como proletariado, y destruye toda diferencia y todo antagonismo de clases, y con ello mismo, el Estado como tal. La sociedad, que se había movido hasta el presente entre antagonismos de clase, ha necesitado del Estado, o sea, de una organización de la correspondiente clase explotadora para mantener las condiciones exteriores de producción, y, por tanto, particularmente, para mantener por la fuerza a la clase explotada en las condiciones de opresión (la esclavitud, la servidumbre o el vasallaje y el trabajo asalariado), determinadas por el modo de producción existente.”

Y hablando del tiempo futuro, Engels dice: “Cuando el Estado se convierta finalmente en representante efectivo de toda la sociedad será por sí mismo superfluo. Cuando ya no exista ninguna clase social a la que haya que mantener sometida; cuando desaparezcan, junto con la dominación de clase, junto con la lucha por la existencia individual, engendrada por la actual anarquía de la producción, los choques y los excesos resultantes de esto, no habrá ya nada que reprimir ni hará falta, por tanto, esa fuerza especial de represión que es el Estado. El primer acto en que el Estado se manifiesta efectivamente como representante de toda la sociedad: la toma de posesión de los medios de producción en nombre de la sociedad, es a la par su último acto independiente como Estado. La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hará superflua en un campo tras otro de la vida social y cesará por sí misma. El gobierno sobre las personas es sustituido por la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción. El Estado no es «abolido»; se extingue.” 

En pocas palabras, el régimen estatal que prefigura el socialismo al que apunta Engels, es la administración de las cosas y la dirección de los procesos de producción, no el “gobierno sobre las personas” (Saint-Simon dixit). 

Obviamente, esto no ha ocurrido en ninguna de las experiencias del “Socialismo Real”, y lo que ha caracterizado precisamente el socialismo burocrático es la tendencia inversa: La intervención de la autoridad del Estado en las relaciones sociales se hace cada vez más imprescindible en un campo tras otro de la vida social, continúa y se refuerza por sí misma. El gobierno sobre las personas es mantenido y ampliado, así como el gobierno sobre la administración de las cosas y por la dirección de los procesos de producción está en manos de la nomenclatura. 

En Marx y Engels, la República Democrática no puede confundirse con un Estado que sea “un despotismo militar de armazón burocrático y blindaje policíaco, guarnecido de formas parlamentarias, revuelto con ingredientes feudales, e influenciado por la burguesía” (Así se refería Marx al Estado Prusiano-Alemán). 

Los infatuados seguidores del “marxismo soviético” y sus derivaciones doctrinarias en América Latina y el Caribe, aun persisten en la confusión: “Dictadura del proletariado equivale a Dictadura sobre el proletariado”. ¡Nada más ajeno a Marx y Engels! 

Plantea Engels: “Esta labor de destrucción del viejo Poder estatal y de su reemplazo por otro nuevo y verdaderamente democrático es descrita con todo detalle en el capítulo tercero de La Guerra Civil. Sin embargo, era necesario detenerse a examinar aquí brevemente algunos de los rasgos de este reemplazo por ser precisamente en Alemania donde la fe supersticiosa en el Estado se ha trasladado del campo filosófico a la conciencia general de la burguesía e incluso a la de muchos obreros. Según la concepción filosófica, el Estado es la "realización de la idea", o esa, traducido al lenguaje filosófico, el reino de Dios en la tierra, el campo en que se hacen o deben hacerse realidad la verdad y la justicia eternas. De aquí nace una veneración supersticiosa hacia el Estado y hacia todo lo que con él se relaciona, veneración que va arraigando más fácilmente en la medida en que la gente se acostumbra desde la infancia a pensar que los asuntos e intereses comunes a toda la sociedad no pueden ser mirados de manera distinta a como han sido mirados hasta aquí, es decir, a través del Estado y de sus bien retribuidos funcionarios. Y la gente cree haber dado un paso enormemente audaz con librarse de la fe en la monarquía hereditaria y jurar por la República democrática. En realidad, el Estado no es más que una máquina para la opresión de una clase por otra, lo mismo en la República democrática que bajo la monarquía; y en el mejor de los casos, un mal que el proletariado hereda luego que triunfa en su lucha por la dominación de clase. El proletariado victorioso, tal como hizo la Comuna, no podrá por menos de amputar inmediatamente los peores lados de este mal, hasta que una generación futura, educada en condiciones sociales nuevas y libres, pueda deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado.” (Introducción de Engels a la Guerra civil en Francia de Carlos Marx-1891). 

El Socialismo Burocrático hizo todo lo contrario de lo concebido por Marx y Engels: El proletariado victorioso fue sustituido completamente por el centro político burocrático, a diferencia de lo que hizo la Comuna de Paris, y exaltó inmediatamente los peores lados de este mal (los males represivos, policiales y burocráticos del Estado), hasta que una generación futura, fue educada en condiciones sociales opresivas, y le costó sangre, sudor y lagrimas deshacerse de todo ese trasto viejo del Estado. Y al confundir este colectivismo despótico con el “socialismo”, producto de años de adoctrinamiento y propaganda, se imaginaron que la liberación era por la vía de una restauración liberal-capitalista de algo de democracia. Esa es la tragedia de ex campo socialista.

Allí  residen los desastrosos efectos de la voltereta estalinista, de los estalinistas avergonzados, y además de los estalinistas “avant la lettre”: prefiguraciones del estalinismo en voces presuntamente revolucionarias. Que las sociedades terminen confundiendo el despotismo político con el socialismo, y que supongan que no hay más remedio que conformarse con algo de democracia liberal. 

Examinemos así mismo la tan cacareada palabra Revolución. Engels, les reprochaba a los críticos del principio de autoridad (los llamados anti-autoritarios) en 1873, desconocer el significado preciso de una Revolución:

“¿No han visto nunca una revolución estos señores? Una revolución es, indudablemente, la cosa más autoritaria que existe; es el acto por medio del cual una parte de la población impone su voluntad a la otra parte por medio de fusiles, bayonetas y cañones, medios autoritarios si los hay; y el partido victorioso, si no quiere haber luchado en vano, tiene que mantener este dominio por medio del terror que sus armas inspiran a los reaccionarios. ¿La Comuna de París habría durado acaso un solo día, de no haber empleado esta autoridad de pueblo armado frente a los burgueses? ¿No podemos, por el contrario, reprocharle el no haberse servido lo bastante de ella?”. 

Una precondición de la Comuna: autoridad del pueblo armado frente a los burgueses. Esta es la definición precisa de Engels de una revolución articulada a medios políticos violentos. Precondición: disolución del ejército burgués, autoridad del pueblo armado. Posteriormente, Engels en 1895 se enfrenta a los dilemas de la táctica legal y electoral para el acceso al poder del Estado político (si usted quiere aproximarse a las relaciones entre revolución violenta y revolución pacífica, lea estos documentos). 

La flexibilidad que mostraron el mismo Marx y Engels, frente al cambio de condiciones históricas entre 1848 y 1880, muestra que no basta citar al pie de la letra el Manifiesto Comunista o la Crítica al Programa de Gotha, como si fuesen textos sagrados. 

Lo singular de una interpretación crítica de los textos clásicos de la tradición socialista de Marx y Engels, no está tanto en la fidelidad a un trazo inamovible convertido en tabú y dogma (una exégesis dogmática), sino comprender su dimensión histórica, la pragmática de sus enunciados, articulada a campos de batalla interpretativos que afectan las dimensiones tácticas y estratégicas. 

Se ha dicho, por ejemplo, que el socialismo es absolutamente imposible sin una revolución violenta, sin construir una “Dictadura”. Lo que no se dice es que la desarticulación del poder burgués, implica tanto actos políticos de fuerza-coerción como actos de influencia hegemónica en la construcción de consensos para conformar el bloque histórico popular emergente. 

Fue Gramsci, quién percibe la combinación de coacción y convencimiento, de fuerza y de consenso de masas. Y es justamente la lucha democrática del proletariado organizado, la que puede exaltar al pueblo trabajador al gobierno, conquistar la democracia, para que las clases trabajadoras efectivamente gobiernen una máquina de gobierno, para que dirijan efectivamente el proceso económico, lo que implica una transformación radicalmente democrática de la “forma-Estado”, como “Estado de transición”. Conversión del Estado democrático-restringido al Estado democrático ampliado, socialización del poder político, amputación de los peores lados del mal de la forma-Estado, prefiguración de la forma-Comuna bajo control del pueblo trabajador

Lo que no quiere reconocer la mentalidad del socialismo burocrático es que la forma-Comuna ya no es una forma-Estado burgués, sino un semi-Estado proletario (Lenin dixit). Un pequeño detalle, que no puede dejar de pasar desapercibido por nuestros “maestros” del “Estado Socialista”. No es un hiper-Estado (Estadolatria) sino un semi-Estado: ¿se comprende la “pequeña diferencia”? 

Así  mismo, si hay algo que abolir por parte de las clases trabajadoras para los autores del Manifiesto Comunista, además del Estado político burgués, es el régimen burgués de producción, apropiación y propiedad. Sin medias tintas ni concesiones. Marx y Engels no concebían una economía mixta en el siglo XIX, ni un parlamento que hiciera reformas parciales o graduales para un socialismo evolutivo

Para Marx-Engels, el Estado representativo es una creación histórica de la burguesía en tiempos de la gran industria y la apertura al mercado mundial. Marx y Engels tenían plena conciencia de las vinculaciones entre el régimen de propiedad y producción burgués y el dominio del Estado para la vida de los trabajadores:

“La industria moderna ha convertido el pequeño taller del maestro patriarcal en la gran fábrica del magnate capitalista. Las masas obreras concentradas en la fábrica son sometidas a una organización y disciplina militares. Los obreros, soldados rasos de la industria, trabajan bajo el mando de toda una jerarquía de sargentos, oficiales y jefes. No son sólo siervos de la burguesía y del Estado burgués, sino que están todos los días y a todas horas bajo el yugo esclavizador de la máquina, del contramaestre, y sobre todo, del industrial burgués dueño de la fábrica. Y este despotismo es tanto más mezquino, más execrable, más indignante, cuanta mayor es la franqueza con que proclama que no tiene otro fin que el lucro.” (Manifiesto del Partido Comunista) 

Las funciones de mando político y explotación económica de la burguesía se refuerzan mutuamente. Marx-Engels nos dibujan la situación siguiente: “Tan pronto como, en el transcurso del tiempo, hayan desaparecido las diferencias de clase y toda la producción esté concentrada en manos de la sociedad, el Estado perderá todo carácter político. El Poder político no es, en rigor, más que el poder organizado de una clase para la opresión de la otra. El proletariado se ve forzado a organizarse como clase para luchar contra la burguesía; la revolución le lleva al Poder; más tan pronto como desde él, como clase gobernante, derribe por la fuerza el régimen vigente de producción, con éste hará desaparecer las condiciones que determinan el antagonismo de clases, las clases mismas, y, por tanto, su propia soberanía como tal clase.”  

Continua Marx: “Y a la vieja sociedad burguesa, con sus clases y sus antagonismos de clase, sustituirá una asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.” 

En esta frase se consensa el gran temor de los funcionarios de la nomenclatura: la democracia socialista es una “asociación en que el libre desarrollo de cada uno condicione el libre desarrollo de todos.” ¿Dijo usted libre desarrollo de cada uno, libre desarrollo de todos? 

El Burócrata afirma: ¡Usted es sencillamente, un anarquista! En la historia de las experiencias del socialismo realmente inexistente, el calificativo de “anarquista” no era más que una medida de control de la burocracia del partido y del Estado, para disciplinar y criminalizar los desacuerdos de quienes desde el alba de la revolución vieron levantarse ante sí, a un nuevo poder opresor sobre el pueblo trabajador. La frase de la nomenclatura dicta: “asociación compulsiva en que el sometimiento de cada uno, condicione el sometimiento de todos”

En Marx y Engels, no hay nada de Estadolatrias como futuro régimen estatal de la sociedad comunista. De allí que Marx y Engels se conviertan en espíritus subversivos para la nomenclatura y para las nuevas clases político-económicas. Ahora bien, aquí entramos al terreno de la polémica que queremos destacar, Engels escribe en 1895, como prólogo a la “Lucha de clases en Francia”, unas líneas que conmueven las bases de toda la argumentación precedente acerca de la táctica única de la revolución violenta: 

“Cuando estalló la revolución de Febrero, todos nosotros nos hallábamos, en lo tocante a nuestra manera de representarnos las condiciones y el curso de los movimientos revolucionarios, bajo la fascinación de la experiencia histórica anterior, particularmente la de Francia. ¿No era precisamente de este país, que jugaba el primer papel en toda la historia europea desde 1789, del que también ahora partía nuevamente la señal para la subversión general? Era, pues, lógico e inevitable que nuestra manera de representarnos el carácter y la marcha de la revolución «social» proclamada en París en febrero de 1848, de la revolución del proletariado, estuviese fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830.” 

Engels reconoce que él y Marx estaban infatuados; es decir, arrogantemente fascinados por la experiencia histórica de la “Revolución Francesa”, por el recuerdo de los modelos de 1789 y 1830. ¡Gran reconocimiento estimado Engels! Y no solo por el contenido, sino por la ruptura de la fascinación-arrogancia; es decir, por la ruptura del prejuicio firmemente establecido en el fantasma, por el preconcepto de la fantasía, por el presupuesto que da garantías de orden conceptual. 

Logro del pensamiento crítico, excavar la raíz de los presupuestos sedimentados, naturalizados, vueltos tácitos, no debatidos en el campo revolucionario. Para problematizarlos desde la raíz. Un verdadero “método Maneiro” y su Causa R. Legado de Maneiro que desborda cualquier cogollo. 
Engels continua: 

“Pero la historia nos dio también a nosotros un mentís, y reveló como una ilusión nuestro punto de vista de entonces. Y fue todavía más allá: no sólo destruyó el error en que nos encontrábamos, sino que además transformó de arriba abajo las condiciones de lucha del proletariado. El método de lucha de 1848 está hoy anticuado en todos los aspectos, y es éste un punto que merece ser investigado ahora más detenidamente.” 

La historia negó categóricamente el prejuicio sostenido por la perspectiva de análisis. El acontecimiento, las circunstancias, dejaron atrás el concepto y su fantasma. Revolucionarios y revolucionarias, lean con atención. No teman romper con el embrujo de las palabras totémicas, con los conceptos-tabú. Atréverse a cuestionar, a impugnar, insumisión teórica radical, revelar como tantas ilusiones los puntos de vista recibidos pasivamente a través de largas jornadas de amansamiento del espíritu crítico y revolucionario. Retornar al archivo histórico para verlo desde nuevas perspectivas. Para desmontar lo que se considera a priori, certeza, seguridad. 

¿Cuántos errores recibidos, cuantas ilusiones heredadas desde la sacrosanta tradición revolucionaria del siglo XX? Pensar la revolución implica revolucionar el pensamiento desde nuevas hipótesis estratégicas, apertura a lo intempestivo en el pensamiento, desorden instituyente contra las falsas seguridades, en fin, ruptura de dogmas sacrosantos, de creencias ciegamente establecidas. 

Se trata de ideas revolucionarias, no de creencias revolucionarias. La revolución no avanza desde un marxismo religioso, sino desde la demolición de viejas estructuras, y construcción de nuevos espacios de liberación. 

Ludovico Silva fue extremadamente duro con nuestra izquierda amaestrada: una cosa es la conciencia revolucionaria, la idea revolucionaria; otra la ideología, la falsa conciencia, la creencia, que siempre era para Silva contra-revolucionaria. Cuando se rompe el vínculo entre pensamiento radicalmente crítico y revolución, comienzan las actitudes contra-revolucionarias. 

La ruptura con cualquier lectura dogmática del Manifiesto, con la Crítica del Programa de Gotha, conlleva su contraste con las condiciones de lucha del proletariado. Salir de la ilusión, del error del “concreto pensado”, para indagar las condiciones del “concreto real en proceso de mutación”: indagar la vigencia de los fines, métodos y horizontes de las condiciones de lucha. 

Nada de citas sagradas. Se trata de citas para la polémica, con el sola intencionalidad de colocar sobre la mesa una interpretación, un retorno polémico del espíritu-crítico Marx: “la historia reveló como una ilusión nuestro punto de vista”: es decir, la manera de representarse el carácter y la marcha de la revolución social, fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos de 1789 y de 1830. 

En América Latina y el Caribe, podría realizarse una transposición de esta frase: la historia reveló como una ilusión nuestro punto de vista: es decir, la manera de representarse el carácter y la marcha de la revolución social en todo el siglo XX, fuertemente teñida por el recuerdo de los modelos, por ejemplo, por el modelo de la revolución rusa, china o cubana. 

Cada revolución es una lección peculiar y específica, quien hace “calco y copia” hace caligrafías, pero no revoluciones. No hay que colocar al concepto que sintetiza los resultados de las luchas del pasado como una autoridad indiscutible del presente. Hay que poner a debatir los conceptos con los acontecimientos, hay que abrirse al acontecimiento instituyente

Sólo por el hecho de que el enemigo histórico de las revoluciones ha aprendido las lecciones de la historia, no pueden repetirse sus guiones, sus modelos y medidas, pues el enemigo anticipa los guiones, precipita los errores y aprovecha las debilidades de los modelos revolucionarios anteriores. Un pequeño detalle de táctica y estrategia. 

También la revolución de los conceptos, genera una revolución de las estrategias y tácticas. 

Fantasmas, representaciones, modelos, recuerdo, puntos de vista, ilusiones, tiempo, historia. Estas son palabras claves para desarmar el dogmatismo. Como Marx decía en el 18 Brumario: 

“Los hombres hacen su propia historia, pero no la hacen a su libre arbitrio, bajo circunstancias elegidas por ellos mismos, sino bajo aquellas circunstancias con que se encuentran directamente, que existen y les han sido legadas por el pasado. La tradición de todas las generaciones muertas oprime como una pesadilla el cerebro de los vivos. Y cuando éstos aparentan dedicarse precisamente a transformarse y a transformar las cosas, a crear algo nunca visto, en estas épocas de crisis revolucionaria es precisamente cuando conjuran temerosos en su exilio los espíritus del pasado, toman prestados sus nombres, sus consignas de guerra, su ropaje, para, con este disfraz de vejez venerable y este lenguaje prestado, representar la nueva escena de la historia universal.” 

No podemos confundirnos. Revolución no es Restauración. Revolución no es reconversión burocrática, es ruptura radical de la tradición recibida pasivamente, lo cual implica tematizar la tradición de las revoluciones del siglo XIX y XX, no para convertirla en venerable superstición, aquel disfraz de vejez venerable y de lenguaje prestado, sino para no repetir los errores del pasado. 

Dice Engels: “Hasta aquella fecha todas las revoluciones se habían reducido a la sustitución de una determinada dominación de clase por otra; pero todas las clases dominantes anteriores sólo eran pequeñas minorías, comparadas con la masa del pueblo dominada. Una minoría dominante era derribada, y otra minoría empuñaba en su lugar el timón del Estado y amoldaba a sus intereses las instituciones estatales. Este papel correspondía siempre al grupo minoritario capacitado para la dominación y llamado a ella por el estado del desarrollo económico y, precisamente por esto y sólo por esto, la mayoría dominada, o bien intervenía a favor de aquélla en la revolución o aceptaba la revolución tranquilamente. Pero, prescindiendo del contenido concreto de cada caso, la forma común a todas estas revoluciones era la de ser revoluciones minoritarias. Aun cuando la mayoría cooperase a ellas, lo hacia —consciente o inconscientemente— al servicio de una minoría; pero esto, o simplemente la actitud pasiva, la no resistencia por parte de la mayoría, daba al grupo minoritario la apariencia de ser el representante de todo el pueblo.” 

Dice el Manifiesto: “Hasta ahora, todos los movimientos sociales habían sido movimientos desatados por una minoría o en interés de una minoría. El movimiento proletario es el movimiento autónomo de una inmensa mayoría en interés de una mayoría inmensa. El proletariado, la capa más baja y oprimida de la sociedad actual, no puede levantarse, incorporarse, sin hacer saltar, hecho añicos desde los cimientos hasta el remate, todo ese edificio que forma la sociedad oficial.” 

Instrumentos de lucha, formas de lucha, transformación de las condiciones de lucha. No se trata de dogmas, modelos o patrones inmodificables: “Y aunque el sufragio universal no hubiese aportado más ventaja que la de permitirnos hacer un recuento de nuestras fuerzas cada tres años; la de acrecentar en igual medida, con el aumento periódicamente constatado e inesperadamente rápido del número de votos, la seguridad en el triunfo de los obreros y el terror de sus adversarios, convirtiéndose con ello en nuestro mejor medio de propaganda; la de informarnos con exactitud acerca de nuestra fuerza y de la de todos los partidos adversarios, suministrándonos así el mejor instrumento posible para calcular las proporciones de nuestra acción y precaviéndonos por igual contra la timidez a destiempo y contra la extemporánea temeridad; aunque no obtuviésemos del sufragio universal más ventaja que ésta, bastaría y sobraría. Pero nos ha dado mucho más. Con la agitación electoral, nos ha suministrado un medio único para entrar en contacto con las masas del pueblo allí donde están todavía lejos de nosotros, para obligar a todos los partidos a defender ante el pueblo, frente a nuestros ataques, sus ideas y sus actos; y, además, abrió a nuestros representantes en el parlamento una tribuna desde lo alto de la cual pueden hablar a sus adversarios en la Cámara y a las masas fuera de ella con una autoridad y una libertad muy distintas de las que se tienen en la prensa y en los mítines. ¿Para qué les sirvió al Gobierno y a la burguesía su ley contra los socialistas, si las campañas de agitación electoral y los discursos socialistas en el parlamento constantemente abrían brechas en ella?” 

“Pero con este eficaz empleo del sufragio universal entraba en acción un método de lucha del proletariado totalmente nuevo, método de lucha que se siguió desarrollando rápidamente. Se vio que las instituciones estatales en las que se organizaba la dominación de la burguesía ofrecían nuevas posibilidades a la clase obrera para luchar contra estas mismas instituciones. Y se tomó parte en las elecciones a las dietas provinciales, a los organismos municipales, a los tribunales de artesanos, se le disputó a la burguesía cada puesto, en cuya provisión mezclaba su voz una parte suficiente del proletariado. Y así se dio el caso de que la burguesía y el Gobierno llegasen a temer mucho más la actuación legal que la actuación ilegal del partido obrero, más los éxitos electorales que los éxitos insurreccionales.” 

Y continua Engels: “Pues también en este terreno habían cambiado sustancialmente las condiciones de la lucha. La rebelión al viejo estilo, la lucha en las calles con barricadas, que hasta 1848 había sido la decisiva en todas partes, estaba considerablemente anticuada.” 

Pero Engels no quiere decir que el elemento fuerza-coerción hubiese desaparecido de la política: 

“¿Quiere decir esto que en el futuro los combates callejeros no vayan a desempeñar ya papel alguno? Nada de eso. Quiere decir únicamente que, desde 1848, las condiciones se han hecho mucho más desfavorables para los combatientes civiles y mucho más ventajosas para las tropas. Por tanto, una futura lucha de calles sólo podrá vencer si esta desventaja de la situación se compensa con otros factores. Por eso se producirá con menos frecuencia en los comienzos de una gran revolución que en el transcurso ulterior de ésta y deberá emprenderse con fuerzas más considerables. Y éstas deberán, indudablemente, como ocurrió en toda la gran revolución francesa, así como el 4 de septiembre y el 31 de octubre de 1870, en París, preferir el ataque abierto a la táctica pasiva de barricadas.” 

“Si han cambiado las condiciones de la guerra entre naciones, no menos han cambiado las de la lucha de clases. La época de los ataques por sorpresa, de las revoluciones hechas por pequeñas minorías conscientes a la cabeza de las masas inconscientes, ha pasado. Allí donde se trate de una transformación completa de la organización social tienen que intervenir directamente las masas, tienen que haber comprendido ya por sí mismas de qué se trata, por qué dan su sangre y su vida. Esto nos lo ha enseñado la historia de los últimos cincuenta años. Y para que las masas comprendan lo que hay que hacer, hace falta una labor larga y perseverante. Esta labor es precisamente la que estamos realizando ahora, y con un éxito que sume en la desesperación a nuestros adversarios.” 

La conclusión de Engels es tajante: No hay victoria duradera posible a menos que se gane de antemano a la gran masa del pueblo. Ganarse el apoyo de la mayoría del pueblo, esa es la función del partido para la revolución socialista. De allí la importancia de la multitud popular como criterio que demarca una revolución de minorías de una revolución de mayorías. Mientras menos mayoritaria, la revolución luce mas amenazada por golpes de sorpresa o reveses electorales: “La ironía de la historia universal lo pone todo patas arriba. Nosotros, los «revolucionarios», los «elementos subversivos», prosperamos mucho más con los medios legales que con los ilegales y la subversión. Los partidos del orden, como ellos se llaman, se van a pique con la legalidad creada por ellos mismos. Exclaman desesperados, con Odilon Barrot: La légalité nous tue, la legalidad nos mata, mientras nosotros echamos, con esta legalidad, músculos vigorosos y carrillos colorados y parece que nos ha alcanzado el soplo de la eterna juventud. Y si nosotros no somos tan locos que nos dejemos arrastrar al combate callejero, para darles gusto, a la postre no tendrán más camino que romper ellos mismos esta legalidad tan fatal para ellos.” 

Engels llega a decir: “La subversión social-democrática, que por el momento vive de respetar las leyes, sólo podrán contenerla mediante la subversión de los partidos del orden, que no puede prosperar sin violar las leyes (…)Por tanto, si ustedes violan la Constitución del Reich, la socialdemocracia queda en libertad y puede hacer y dejar de hacer con respecto a ustedes lo que quiera. Y lo que entonces querrá, no es fácil que se le ocurra contárselo a ustedes hoy.” 

Queda claro que en lugar de apostar por la eterna imposibilidad de la revolución democrática y socialista, hay que imaginar un nuevo tipo de revolución que está deviniendo posible. Una revolución donde el imaginario estatista ya no es dueño de su plan. Las revoluciones nunca pasan allí donde se cree que van a pasar, ni por los caminos que se espera. Escapando del plan del capital y de su forma-Estado, una masa deviene multitud popular sin cesar revolucionaria, y destruye el equilibrio dominante. Líneas de fuga al neoliberalismo en Latinoamérica (Agenda Alternativa bolivariana), línea de fuga al capitalismo y a la Estadolatría (agenda por el Poder popular). 

Así  como el neoliberalismo domina y captura, en connivencia con el aparato de Estado, a los medios de producción y la fuerza de trabajo, así  también la patronal burocrática pretende dominar y capturar medios de producción y fuerza de trabajo. Así también afectan los modos de existencia, posibilidades de vida y procesos de subjetivación. 

El neoliberalismo pretende convertir todo valor simbólico de uso, en una mercancía/valor de cambio, y toda actividad creadora en actividad sometida a la explotación-mando sobre el trabajo vivo. La Estadolatria del socialismo burocrático pretende convertir todo valor simbólico de uso en utilidad funcional al centro político burocrático, y toda actividad creadora en actividad sometida para la sobre-codificación de los aparatos hegemónicos. 

Las líneas de fuga rompen ambos cercos: el cerco neoliberal-capitalista y el cerco burocrático del capitalismo de Estado. De allí la importancia estratégica de la democracia socialista. El nomadismo revolucionario pasa por romper incesantemente cercos de estructuras de mando y explotación: ni capitalistas ni burócratas. Combinación entre máquinas de guerra y una actitud general ante el poder. No permanecer en lugares predecibles, ni en momentos esperados, ni del modo conveniente al poder. Siempre sabe romper el cerco y el aniquilamiento, contra el poder que actúa por captura, lo revolucionario es abrir espacios de liberación. 

Los movimientos de flujos y colectivos instituyentes involucran el devenir y la multiplicación, nuevos agencias colectivas de enunciación bajo la forma de asambleas y consejos de poder popular, nuevas puestas en acto de deseos de transformación de espacios de poder. Tomas de decisiones en colectivo, poner sobre la escena el nosotros común-comunitario. 

Democracia socialista implica que el que “mande, mande obedeciendo”. Un nuevo tipo de revolución y la democracia socialista no concluirá en una nueva clase, fracción de clase o grupo en el poder, configurará una relación política nueva, impedir que nuevas nomenclaturas traicionen al pueblo con su poder”. 

¡O Democracia Socialista o Barbarie! 

jbiardeau@gmail.com



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Javier Biardeau R.

Articulista de opinión. Sociología Política. Planificación del Desarrollo. Estudios Latinoamericanos. Desde la izquierda en favor del Poder constituyente y del Pensamiento Crítico

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