La vida, la pobreza y la democracia son a nuestro juicio los grandes temas de nuestro tiempo. Hemos insistido mucho en ello. Pongo la vida en primer lugar, pues sin vida no hay nada. Por supuesto, no me refiero sólo a la vida humana sino a toda forma de vida en nuestro planeta. Estaremos perdidos mientras sigamos pensando que lo importante es el crecimiento del PIB y de los niveles de consumo. La naturaleza terráquea tiene límites y ya ha dado mucho, demasiado. Dispone de la inteligencia de los sistemas complejos y ha comenzado a deshacerse de nosotros, nos vomita como lo hace todo intoxicado. Nos expulsa mediante todo tipo de cataclismos. Mientras, la estupidez del dinero acumulado, patentizado en personajes como Elon Musk, busca emigrar a otro planeta. Seguramente para joderlo también. Los temas de la pobreza y de la democracia van de la mano. Si hay pobreza no hay mayor democracia, si acaso una pantomima de la misma. Democracia es democratizar las condiciones para la realización de la vida humana en sus diversos caminos. Ninguna democracia puede emerger y estabilizarse si la mayoría está hundida en la miseria. Sin democracia tampoco hay paz, podrá haber algún tipo de pax imperial, pero no paz.
Estos tres temas, estrechamente enlazados entre sí, conciernen a la Universidad si esta quiere ser una institución ilustrada en el mejor sentido que cabe dar a este término, es decir, una universidad en función del autorreconocimiento de las comunidades a las que pertenece en tanto que Universidad, comunidades locales, nacionales y la comunidad universal que es la humanidad. Autorreconocimiento significa autocomprender el porqué de nuestras creencias, pensamientos y actitudes, ilustrarnos en lo que somos y los peligros que corremos siéndolo. En este sentido, se espera de la Universidad que sea una institución educadora en la que la sociedad se observa a sí misma y se corrige para tornar su sino histórico en destino elegido. Lo dicho apunta a que no todo centro de instrucción que lleva el título de "universidad" sea una Universidad en el pleno sentido que le damos aquí. Muchas universidades privadas son simplemente negocios e instruyen a sus clientes para que se conviertan en buenos empresarios en función de aumentar el PIB y especialmente el bolsillo propio. Lo triste es que muchas de las que se llaman universidades públicas también son lo mismo, si bien orientadas a los negociados del partidismo político. Cabe esperar de una Universidad del Estado lo que no cabe de una que se llame así y sea del gobierno de un partido o de una empresa. Cabe esperar de ella, de una Universidad del Estado, que busque insaciablemente realizar la plenitud de su concepto ilustrado por antonomasia. Pero ello no pasa sino excepcionalmente, pues la mayor de las veces termina secuestrada por intereses partidistas, económicos, personales o simplemente entrampada en su propia racionalidad burocrática.
Si nuestra Universidad quiere realizarse en tanto tal debe vencer los obstáculos del poder dominante, y sobre todo de los poderes administrativos internos. De no hacerlo, terminará gestionando más de lo mismo, quizás sin las corruptelas usuales, pero más de lo mismo. Hoy más que nunca se exige que cambie, que se transforme, que rompa con los muros internos y externos. Aquellos separan su espacio común en departamentos estancos administrativos y académicos, mientras, los externos, la separan de las comunidades a las que pertenece cerrándole sus puertas para volverse una factoría de credenciales para aquellos que son admitidos muros adentro. Entonces, igual que sucede con el PIB, se siente orgullosa cuando exhibe que ha graduado a no sé cuántos profesionales el último año. Mas, para los grandes temas de nuestro tiempo, la vida, la democracia y la pobreza, poco cuenta la contabilidad de egresados o las posiciones en un pretendido "ranking" neutral. Para estos temas urge un considerable cambio administrativo, académico y conformar otro tipo de relaciones con su entorno social. Podemos decir que los primeros, los cambios internos, han de transformar la división interna del trabajo académico, en tanto que los cambios externos han de suponer otro tipo de ubicación de la Universidad en la división del trabajo más general de una sociedad determinada. Mencionemos una arista de cada uno.
Primero, los grandes temas de nuestro tiempo no se tratan adecuadamente enclaustrados en escuelas disciplinarias, en cajitas, como gusta decir a nuestra querida Ocarina Castillo, cajitas de biología, geografía, politología, sociología, economía, psicología, historia, etc., cajitas separadas y con frecuencia celosas de su pureza disciplinaria. Cajitas, que como las cajitas chinas, contienen otras cajitas de menor dimensión según los departamentos y cátedras de cada escuela. El tema de la vida remite a la cuestión ecológica y al sentido que le hemos dado a esa vida quienes podemos darle sentido y significado, nosotros, la especie humana. No es un asunto de las cajitas de la Facultad de Humanidades o de las cajitas de la Facultad de Ciencias o de Sociales. Ninguna por su cuenta puede tratar aisladamente el asunto de la vida planetaria en nuestro tiempo. Se precisa de otra organización, una que facilite la integración, que produzca sinergias entre humanidades y ciencias en el marco de una docencia inseparable de la investigación inter y transdisciplinaria. Pues el tema de la vida no se resuelve solo con ecólogos, geógrafos o sociólogos, cada uno por su lado, demanda el concurso de toda la universidad. Lo mismo cabe decir de la democracia y la pobreza. Tampoco estos temas se reducen a las cajitas de la Facultad de Ciencias Económicas y Sociales o a las de Ciencias Jurídicas y Políticas. ¡No! El problema de la pobreza, y con el mismo el de la democracia, pasa por otra relación con la naturaleza y nuestro entendimiento como parte de la misma, pasa por preguntarnos la eticidad que nos gobierna y cómo superarla en una relación más armónica con el mundo. Lo dicho aplica a problemas puntuales. Por ejemplo, el saneamiento del Guaire o la recolección de desechos en Caracas no es algo que pueda solucionar por su cuenta la Facultad de Ingeniería. Por ello, hay que reclamar con toda vehemencia que la Universidad inicie su propia reforma desde adentro, comprendiendo su situación y la de su entorno. ¿No es acaso la Universidad la institución que por excelencia está destinada a pensarlo todo, a sí misma y a su mundo, con el propósito de mostrar los caminos posibles a las soluciones?
Y no se trata de suprimir las disciplinas y subdisciplinas. No podemos resultar tan obcecados, tan binarios, como para verlo todo sólo en blanco o en negro. Se trata de abrir las disciplinas, de afinar los instrumentos de la orquesta de los saberes para que fluyan en las diversas corrientes sinfónicas de nuestro tiempo, para que sirvan de fondo musical a las mejores coreografías de la creación de conocimientos y autocomprensión de nuestro ser. Este trabajo académico de integración no se llevará a cabo mediante la actual organización administrativa que impera en la mayoría de las universidades, empezando por la de nuestra máxima casa de estudios, la Universidad Central de Venezuela. Se trata de una organización por cajitas, once Facultades, divididas a su vez en casi medio centenar de escuelas, divididas de nuevo en centenares de Departamentos y estos en sabrá la divinidad cuántas cátedras. Ello hasta administrativamente resulta una monstruosidad, multiplica exponencialmente los profesores de cada disciplina, y debido al costo tanto financiero como en tiempos de cada quien los confina a la docencia, los aparta de la investigación y de la relación con el entorno, los aísla a unos de otros, los reduce a un engranaje de la producción en masa de certificados y títulos. Se me dirá que poco o nada se puede hacer pues la Universidad está sometida a la ley y esta establece desde 1970 (!) esa estructura. Empero, la Universidad está para proponer soluciones, no para conformarse con lo establecido. Lo ha hecho en otras oportunidades. A comienzos de este siglo creó un Programa de movilidad estudiantil, docente y de investigación (PCI). El actual Rector fue uno de sus creadores y promotores. Eso sí, hasta el día de hoy ha sido imposible que el Consejo Universitario de la UCV armonice los calendarios de esas centenares de cajitas para que la movilidad señalada sea realmente efectiva. Ya no hablemos de los sistemas de control de estudios. La lógica administrativa de los feudos arruina los cambios académicos mientras las nubes pasan y pasan sobre las cabezas del Consejo Universitario, o quizás sea un Consejo en las nebulosas. También a comienzos de este siglo se formuló un plan estratégico que derrumbaba gran parte de los muros internos, pero pronto quedó engavetado hasta el presente. Y como que hay mucho miedo de abrir la gaveta, sacarlo, aggiornarlo y proponer incluso los cambios legislativos que se precisen de ser el caso. Se me dirá que con la inexistencia de presupuesto y la falta de salarios nada se puede hacer. Y es cierto en gran medida. Pero ¿ante la irresponsabilidad histórica de un gobierno la Universidad ha de quedarse de brazos cruzados? ¿Ha de dejarse morir de inanición? ¿Ha de jugar al simulacro de que las cosas están marchando? ¿No puede ella abrirse a otras instancias propias de su entorno social?
El temor y los celos de los administradores de cajitas se imponen igualmente para abrir la Universidad a su entorno social, para darle una apertura franca a las comunidades locales, nacionales y mundial. La Universidad puede y debe ser el foro que acoja otros saberes distintos de los tradicionales, que escuche las demandas de los distintos sectores sociales, que sirva de plataforma para el entendimiento y reconocimiento de las diferencias propias de una sociedad diversa. Por ejemplo, mucho podemos aprender de las comunidades indígenas ante el problema de la vida. El espacio universitario es el lugar ideal para la discusión y el diálogo permanente con los actores económicos, políticos, culturales de nuestro mundo. Algo han propuesto los rectores de la UCAB y de la UCV al respecto, y cada Universidad que se precie de ser tal lleva a cabo eventos de distinta índole que sirven para el encuentro social, pero hace falta más. Hace falta una Universidad abierta a todas las edades, a todos los aprendizajes, a todos los debates, más allá de los títulos o de los consabidos estudios no conducentes a título. El campus universitario siempre puede servir al picnic de los más diversos saberes, de aquellos más tradicionalmente académicos como de los menos, siempre puede servir al festín del aprendizaje para la deliberación razonable en busca de soluciones a los grandes temas de nuestro tiempo. Pero para ello urge que despierten los que allí están dormidos, que en su despertar generen las condiciones mínimas para impulsar las fuerzas creativas que toda verdadera Universidad dispone en potencia. Para mañana es tarde.