¿La Ingrid de los millones de colombianos?

De antemano convencido que no es del todo gratificante ni “de caballeros” opinar sobre las posibles “andanzas” de una “hija de Eva” en estos “caminos de Dios”, pero en algunas circunstancias, sólo en algunas, conviene no olvidar del todo al viejo y difamado Zaratustra, y convenir que aun cuando estas féminas indiscutiblemente son divinas tienen ganada fama de haber “trasquilado” al mismísimo diablo.

Las últimas declaraciones de Ingrid Betancourt, casi del brazo de Uribe, luego de haber sido liberada tras casi siete años de cautiverio, han llenado de espanto y, quizás, “borrachera” a más de un “pelilargo” romántico de la paz. Lo sucedido con este personaje, ahora convertido en “válvula de presión” mediática, es posiblemente un nuevo “éxito” de una racionalidad que fortalece la impunidad y los alcances de su lapidaria voracidad gracias a asumir desvergonzadamente el papel emotivo, “lacrimógeno”, de sus víctimas. No cabe duda que vivimos bajo una actualidad en que los “lobos” han logrado ser más sanguinarios al haber aprendido a mimetizarse con los “corderos”, al haber logrado capitalizar en lo político la identidad y los “martirios” de sus víctimas.

Ha sido precisamente a partir del rostro y legado de una de las más furibundas representantes de la oligarquía neogranadina como los gobiernos de Uribe y Bush han buscado “usurpar” y capitalizarle políticamente todo el dolor que las víctimas han tenido que soportar en todo este más de medio siglo de conflicto armado. Todavía se podrá recordar la publicitada estampa de una Ingrid en cautiverio, pálida y “agonizante”, cabizbaja y completamente amordazada de esperanzas. Señuelo lacrimógeno que de manera efectista y rápida le dio la vuelta al mundo, inteligentemente se pretendía estimular emotivamente la idea que ella, Ingrid Betancourt, no sólo reflejaba y encarnaba el martirio del pueblo colombiano, sino que mesiánicamente podría llevarlo a la paz cuando, bajo el idílico apoyo de los United States, fuese rescatada militarmente de la temible y aberrante guerrilla.

De todos los cientos de miles de víctimas, entre muertos, mutilados, presos, secuestrados y desplazados que ha generado la sangrienta guerra de Colombia, “repentinamente” Ingrid Betancourt pasó ha ser la figura y el “trofeo” más atractivo y estratégico para Uribe. Nada menos que una desestimable oportunidad para “lavarse las manos” y darle un “giro humanitario” a lo que desvergonzadamente venía asumiendo como “inevitables daños colaterales” de su estrategia de “paz”.

Realmente insoportable resultaba para sus aliados Republicanos en el Congreso Norteamericano conseguirle su ansiado TLC ante la testaruda apatía como venía afrontando el caso de los secuestrados y el Acuerdo Humanitario. Gracias a Piedad y el presidente Chávez el tema lograría acorralarlo cuando alcanzó importantes lugares de una importancia en una opinión internacional completamente sensibilizada. Igualmente era urgente desviar la atención sobre los nuevos escándalos que involucraban de manera directa a su gobierno con los paramilitares y sus montuosas andanzas.

A pesar de lo todo que pretenda Bush y Uribe, Ingrid Betancourt ha sido y es una mujer que de manera inmisericorde fue obligada a permanecer y sufrir más de seis años de su vida lo que una buena parte de colombianos llevan sufriendo toda su existencia. Ingrid Betancourt no es mejor ni peor que los millones de colombianos que hoy en día ven pasar la vida o los de sus familiares sin posibilidad de reconocimiento o preocupación por parte del gobierno de Colombia o del extranjero. La Ingrid de ayer es la misma de hoy, la que después de ser liberada solicita el rescate militar de los que aun permanecen secuestrados.

Una Ingrid así, jamás podría ser la de millones de colombianos…


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Waldo Munizaga


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