"No supimos, o no quisimos, acabar con los silencios ni desmontar a tiempo sus mentiras, y hoy continuamos pagando el precio", concluye hoy en el diario Público el periodista Juan Tortosa en su artículo "Cómo los periódicos construyeron (y maquillaron) el final del franquismo".
Tengo 87 años. Y desde 1978, año de la promulgación de la Constitución vigente, me llevo las manos a la cabeza ante una población que aceptó sin pestañear aquella mascarada. En casi medio siglo no he visto a un solo periodista, catedrático o supuesto intelectual escandalizarse con la maniobra más burda de la posguerra: la continuidad del franquismo bajo otro nombre, cuidadosamente preparada por los mismos que habían mandado durante cuarenta años.
Mi comprensión inicial fue limitada pero lógica: el pueblo, en los primeros momentos, era incapaz de reaccionar. Los franquistas habían hecho su trabajo creando el clima mental oportuno, sobre todo en Madrid, epicentro del miedo. El mensaje era inequívoco: o aprobáis la Constitución —monarquía incluida, monarca educado por Franco incluido— o habrá golpe militar. Así acudió el país a las urnas, como firmamos hoy un contrato de adhesión para que no nos corten el agua.
Durante un tiempo disculpé aquella situación bochornosa. No tanto al pueblo como al periodismo, que define lo que una nación ve, piensa y teme según el foco que decide colocar. Pero era evidente que el nuevo marco político estaría administrado por jueces formados íntegramente en la dictadura, que se acostaban franquistas el día 5 y se levantaban demócratas el día 6. Y lo mismo con el periodismo: los mismos actores, los mismos intereses, el nuevo envoltorio.
Confié —ingenuamente— en que con el tiempo la ciudadanía, los jueces y los periodistas reconocerían la trampa. Que algún partido progresista reclamaría una reforma política de fondo, con referéndum sobre monarquía o república. Pero los franquistas tuvieron la habilidad de blindar su obra con la escenificación del golpe del 23 de febrero de 1981, operación diseñada para consolidar al rey, a la monarquía y al régimen.
Han pasado 47 años desde aquel 6 de diciembre de 1978. Ni el menor signo de disconformidad con el origen fraudulento del régimen, sostenido sobre todo por el periodismo y la judicatura, y respaldado por los intereses económicos y financieros que nunca perdieron su asiento.
Desde 1984 he escrito casi tres mil artículos, un centenar de ellos dedicados de un modo u otro a este asunto. Las redes y los digitales españoles y latinoamericanos son mi archivo. Allí se encuentra mi hemeroteca personal.
Y aquí estamos, en la fase final, aquella que siempre fue previsible: la vuelta al poder de los mismos sectores de la población que diseñaron la farsa. Tardaron más de lo esperado por la clásica división española en dos mitades irreconciliables, pero han aprovechado la deriva ideológica europea para presentarse sin tapujos. Los franquistas antes disfrazados vuelven hoy con la frente muy alta, porque nunca dejaron de estar dentro del Estado, empezando por las Diputaciones.
Que haya tenido que llegar este artículo de Juan Tortosa para recordar lo obvio dice mucho. Ni un solo análisis que plantee la posición que debería adoptar cuanto antes un país víctima del engaño político más tosco y eficaz de toda la historia de España.