Desde mi experiencia práctica, teórica y mis estudios de investigación, he aprendido a mirar la geopolítica no como un simple juego de poder, sino como un tablero de ajedrez cuántico, donde lo que se ve es solo una de las múltiples realidades posibles. Me he dedicado a aplicar una metodología que une la lógica filosófica pitagórica con los principios milenarios de "El Arte de la Guerra" de Sun Tzu, y lo que se revela en el Mar Caribe es un claro ejemplo de esta complejidad. No se trata solo de buques y despliegues militares; lo que está en juego es una trama de ocultamiento, presiones y, sobre todo, una lucha por los recursos que ni siquiera los países de la región saben que poseen.
Vivimos un momento donde la hegemonía unipolar de Estados Unidos se desmorona frente al avance innegable de la multipolaridad, apoyada por potencias como Rusia, China, Irán y, ahora, la India. Esta nación milenaria, con su creciente poder económico y militar, es un actor fundamental que está redefiniendo el equilibrio global. Su papel en la conformación de un nuevo orden mundial no puede ser subestimado. Sin embargo, no hay que confundirse. La potencia hegemónica no ha renunciado a su influencia. Al contrario, ha mutado sus tácticas. Lo que observamos en el Caribe no es una confrontación directa, sino una guerra por delegación, o como se le conoce en el argot militar, una "proxy war". Estados Unidos, en lugar de arriesgar a sus soldados y afrontar el costo político de una invasión, prefiere financiar y apoyar a grupos internos o actores no estatales. Esto le permite generar inestabilidad y presión sin mancharse las manos, manteniendo una negación plausible ante el mundo.
Mi análisis, nutrido por mis principios de defensa radical a la autodeterminación de los pueblos, me lleva a creer que la narrativa del narcotráfico, tan insistente en los medios occidentales, es el velo que cubre los verdaderos intereses. La "lucha" contra el narcotráfico es la excusa perfecta para justificar la presencia militar en la región y para obtener inteligencia. ¿Qué buscan realmente? La respuesta podría estar oculta bajo el mar. Es mi intuición que, con el uso de tecnología satelital y otros medios de espionaje, Estados Unidos ha detectado vastas reservas de gas y petróleo que yacen en el subsuelo marino del Caribe, recursos que los propios gobiernos de la región desconocen. El control de estos recursos se convierte en la clave maestra para presionar y dominar.
Los escenarios que se vislumbran son preocupantes. El primero, el del ocultamiento y la guerra proxy, ya está en marcha. Se mantiene la inestabilidad en los países con gobiernos soberanos a través de actores subversivos y se manipula la narrativa para justificar la incursión. El segundo escenario, la presión y la injerencia directa, podría darse si los gobiernos no se pliegan a los intereses estadounidenses. Aquí la presión económica y las sanciones se intensifican, buscando el colapso de las economías para forzar un cambio de régimen. El tercer escenario es una síntesis de los dos anteriores, buscando el control de recursos a través de la desestabilización. La meta es que los gobiernos, exhaustos por la inestabilidad y la presión, se vean obligados a ceder el control de sus recursos a cambio de una "ayuda" que no es otra cosa que un pacto de sumisión.
Como decía Sun Tzu, el mejor estratega es aquel que vence sin combatir. La guerra en el Caribe no es una explosión, sino una presión constante, una guerra de desgaste donde el objetivo es mantener a los países en un estado de vulnerabilidad permanente. Mi visión humanista y bolivariana me llama a denunciar esta realidad, a mostrarle al mundo que detrás de las noticias sobre buques y narcotráfico se esconde una lucha despiadada por los recursos y la soberanía.
He aprendido a lo largo de mi carrera que la verdadera fortaleza reside en la capacidad de los pueblos para unirse y resistir. La multipolaridad que se gesta en el mundo es nuestra mejor defensa. Es un llamado a que los países del Caribe se mantengan firmes, conscientes de que su mayor activo no es el turismo o el comercio, sino los recursos que su propio subsuelo esconde, y la dignidad de su soberanía. Este es el gran reto del futuro, el reencuentro de la sindéresis política y el cese a la impunidad de los factores que buscan romper la paz y el progreso de los países.
La inclusión como fuerza gravitacional: Un puente sobre el Drina de la geopolítica
Mis queridos lectores, como apasionado de las causas de los pueblos del mundo, militante de la solidaridad internacional, estudioso de las relaciones internacionales, de la historia, de la filosofía en campo aplicando su diferentes aristas en la Geopolítica y posteriormente como Embajador, me he dedicado a observar y analizar las complejas dinámicas que rigen nuestro mundo, y he llegado a la conclusión de que hay una fuerza oculta, una corriente subterránea que lo cambia todo. No es la fuerza de las bombas ni la de los mercados, sino algo mucho más profundo: la inclusión. Para mí, la verdadera inclusión no es un simple eslogan político, sino el eje gravitacional que redefine el destino de las naciones. Es un concepto que, visto a través de la lente de la cuántica pitagórica, nos revela una nueva forma de entender la política y la sociedad.
La in-clusión, desde mi perspectiva, es el reencuentro de la sindéresis política, la reunificación de lo que fue fragmentado por la avaricia y la codicia. En nuestra amada Venezuela, esta lucha ha sido titánica. No es una lucha por el poder, sino por la autodeterminación de un pueblo que se niega a ser un peón en el tablero de ajedrez de las potencias hegemónicas. Mientras el norte global, con su narrativa desgastada, intenta imponer su voluntad a través del caos, mi país, y con él la Alianza Bolivariana de los Pueblos, se erige como un faro de resistencia. Este es un principio que está en total sintonía con las enseñanzas de Sun Tzu en "El Arte de la Guerra", donde la victoria más sublime es aquella que se logra sin confrontación directa.
La fuerza del pensamiento bolivariano es la de la resiliencia y la dignificación del ser humano. En un mundo donde se nos vende la idea de que somos meros consumidores o, peor aún, simples datos estadísticos, la inclusión bolivariana nos devuelve nuestra identidad y nuestro valor intrínseco. Es un grito que resuena en las calles de mi país: ¡No somos lo que ellos quieren que seamos! Somos la voz de los olvidados, de los invisibles, y nuestra lucha es la de la vida misma.
Permítanme ilustrarlo con un ejemplo que llevo en lo más profundo de mi corazón. Recuerdo una historia que me ha acompañado siempre: la del terremoto de Caracas de 1812. En medio de la desolación, un hombre, conmovido por el dolor de su pueblo, se arrodilló y lloró. Ese hombre fue Simón Bolívar. Esa leyenda popular, aunque no verificable por los historiadores, encapsula la esencia de lo que es la verdadera inclusión: la empatía profunda con el sufrimiento del otro, la conciencia de que no se puede construir un futuro grande sobre los escombros de la desigualdad.
Una vez ya erguido, después de levantarse de llorar por el dolor de las pérdidas humanas por el terremoto y con la visión de que sus restos reposarían allí, en la Santísima Trinidad, hoy Panteón Nacional, lanzó la frase sentencia: "¡Si la naturaleza se opone, lucharemos contra ella y la haremos que nos obedezca!"
Hoy, la multipolaridad se está consolidando, y este nuevo orden mundial no es una amenaza, sino una promesa. Es la promesa de que la autodeterminación y la soberanía de los pueblos no son negociables. Rusia, China, Irán y las demás naciones que luchan por la paz y el progreso son los pilares de este nuevo mundo. Con su apoyo, la narrativa unipolar se derrumba. Es como la leyenda que dice que el Puente sobre el Drina, en la novela de Ivo Andrić, se construyó sobre el sacrificio y la resiliencia de un pueblo. Es un símbolo de que las estructuras que perduran son aquellas que se levantan con una visión humanista.
La inclusión es la clave para desmantelar la hipocresía que hoy se nos presenta como "lucha contra el narcotráfico" o "defensa de la democracia". Estas son excusas burdas y estúpidas, que ya no le hacen eco a la opinión pública internacional. La verdad es que los pueblos ya no se dejan engañar; han despertado. Y en ese despertar, han encontrado una fuerza que los conecta, una fuerza que no se puede medir en bases militares o en transacciones financieras.
La sinergia de los pueblos, la diplomacia bolivariana de paz, el rescate de la sindéresis política y el cese de la impunidad son los elementos que nos permiten enfrentar los desafíos del siglo XXI. No es una utopía, sino una necesidad. Es la única vía para construir un futuro donde la paz no sea un anhelo, sino una realidad inmutable. Esta es mi visión, una visión que nace de la experiencia y la convicción, y que comparto con ustedes, mis queridos lectores, para que se sumen a esta causa. La lucha por la inclusión es la lucha por la humanidad misma.