Donald Trump, el nuevo Carlos V de Castilla

Carlos V "creó" la provincia de Venezuela (aunque ya existíamos como pueblo-nación) y de un plumazo, en 1529, la cedió a los banqueros alemanes, a los Welser de Augsburgo. Los juristas de la época consideraron que se trataba de un despojo al derecho de propiedad de Castilla.

Ambrosio de Alfinger factor -representante- de la casa alemana- desembarca en Paraguaná, investido del cargo de primer gobernador, acompañado de trescientos hombres armados. Previamente, a la llegada de Alfinger, se encontraba en posesión del territorio Juan de Ampies quien tenía autorización del gobierno español, por tener una capitulación de la Corona, lo cual le otorgaba autoridad y privilegios reales. Ambrosio de Alfinger -nuevo dueño y señor como representante de los todopoderosos financistas alemanes-, sin juicio previo, ni motivo judicial y con fundamento a su caprichosa voluntad, arrestó, encadenó a Juan de Ampies, quien fue enviado desterrado a la isla de Curazao. Nada le valió al encomendero español tener una merced real para explotar los recursos naturales, comerciar con esclavizados indígenas y criar ganado menor. En el séquito de colaboradores y jalabolas de Ambrosio de Alfinger, destacaron los españoles Juan de Villegas y Esteban Martin como hombres de su confianza.

Ambrosio de Alfinger hizo prisionero a los caciques y los deportó a Curazao, capturó a un gran número de indígenas que esclavizó, persiguió con crueldad a todo aquel que se le resistiera a sus órdenes, extorsiona sin ningún tipo de escrúpulos a colonos y soldados españoles, fue experto especulador al imponer precio a mercancías y herramientas y sádico en los métodos para capturar y torturar indígenas, a quienes encadenaban por el cuello en largas marchas y si se cansaban o desmayaban, con el filo de su espada le cortaba la cabeza para seguir la ruta trazada.

Así como ayer, en la época de Carlos V, hoy Donald Trump funciona como un nuevo emperador, un Rey como el de Castilla persigue y vigila, considera comunista, socialista o narcoterrorista a todo latinoamericano, como otrora consideraban converso judio a los habitantes del reino de Castilla, que no fueran cristianos y sobre los cuales se debía ejercer el más despiadado y absoluto dominio.

Donald Trump se cree el Rey y señor para otorgar nuevas capitulaciones en Venezuela, a la que considera, como en el pasado, país de los indios., de los sin almas, a quienes hay que salvar de la perdición imponiéndose mediante la guerra santa. Se considera, por blanco y del norte, único autorizado para explotar los recursos naturales preciosos o no, imponer gravámenes y diezmos, considerarse propietario, como ayer la Corona de Castilla, de las costas de la perlas, también del petróleo, del hierro, del aluminio, coltán y de cualquier mineral no conocido. Considera a todos los habitantes al Sur de Río Bravo sus súbditos, sus vasallos y al territorio sus dominio, su patio trasero, se siente con el derecho a herrar, marcar en la cara con hierro candente, no con la "C" de Caribe o Cubagua, sino con la "T" de Trump que debe leerse como "I" de imperio.

Su Corte de Castilla es el Pentágono, las trasnacionales y la Casa Blanca. Considera, como emperador y Rey, que tiene el absoluto derecho monárquico de perseguir, allanar, liquidar soberanía y "sublevaciones" en Venezuela y el mundo. Como Carlos V, cree que es el momento de ocuparse de los asuntos imperiales y doblegar la patria de Guaicaipuro, de Simón Bolívar y de Chávez.

El nuevo emperador y Rey se considera dueño absoluto del Canal de Panamá, del Golfo de México, del petróleo venezolano y del Mar Caribe que inunda con sus buques de guerras y misiles, autorizados para asesinar a humildes pescadores, como ayer los conquistadores contra los aborígenes Taínos, Arawak, Meregoto o Caribes, se considera dueño del aire que respiramos con derecho de bloquear el espacio aéreo impidiendo el libre tránsito.

Considera, el nuevo emperador, que en su reino tiene una Merced Real para dominar, imponer y esclavizar, siendo la balanza del bien y el mal, institucionalizar su democracia de sangre y fuego, encadenar, desterrar, deportar, arrestar, apresar, encarcelar y hasta para autorizar una cría de cabra. Sin su voluntad nada debe existir.

Y así como ayer, Ambrosio de Alfinger contaba con sus séquitos Juan de Villegas y Esteban Martin, hombres de la confianza del nuevo gobernador conquistador, representante de los Welser, hoy Donald Trump, tiene a su servicio los conocidos y conocidas vende patria, traidores y antibolivarianos que acompañan, aplauden y piden a gritos intervención militar, ofreciendo como recompensa los recursos naturales y hasta han planificado convertir a Venezuela en tres diferentes países, para que sea controlado por el capital trasnacional, en cuya cabeza se encuentra el relevante personaje que se considera el nuevo Rey y emperador en nuestra América Martina.

Si ayer, Juan de Ampies fue encadenado encarcelado y desterrado como representante abandonado y desprotegido del gobierno imperial español, caído en desgracia en manos de Ambrosio de Alfinger, hoy es diferente, la autoridad gubernamental actual, en Venezuela, la de nuestro presidente Nicolás Maduro Moros, no proviene de una capitulación de la Corona o merced real, no está desprotegido ni lo estará, porque su autoridad, representación o investidura se origina en el ejercicio soberano del pueblo, en la autoridad colectiva de toda la nación, expresada legítimamente mediante el sufragio universal, directo y secreto, en el ejercicio de participación protagónica consagrada en nuestra Carta Magna, en la representación de voluntad popular inquebrantable e irreductible del pueblo venezolano, que rechaza la intervención militar extranjera y enarbola la bandera de Francisco de Miranda, la unión colombiana y latinoamericana y las proclamas de Simón Bolívar. Es inevitable que somos y seguiremos siendo libres y soberanos.

Los vende patria de hoy, quienes también se creen Carlos V, mimetizándose ofrecen ceder a Venezuela al imperio económico yanqui, como ocurrió en el siglo XVI a los banqueros alemanes, los Welser de Augsburgo, pero hoy a diferencia de la época colonial, tiene al frente al pueblo invencible de Simón Bolívar, forjador de patria, tierra de próceres para la nueva emancipación latinoamericana. Y le retumba en sus oídos, al pretendido nuevo Rey, como ayer a Fernando VII, el grito de nuestra voluntad de vivir en paz, de ser libre, irreductible, soberano hasta la última gota de sangre y hasta el último aliento.

Venezuela es una nación dispuesta a la libertad mientras respire el último venezolano, jamás pereceremos, nuestra ruta es el triunfo frente al imperio. Viviremos por siempre dentro del sagrado manto de los colores de la patria, las ocho estrellas y el escudo nacional bolivariano, como pueblo de libertadores.

Polvorín. Explosión de ideas insumisas. Un combate por la vida.



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Eduardo Orta Hernández


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